Cine

Perdición

Marlene Dietrich vuelve a dividir Alemania

17 mayo, 2000 02:00

La venenosa seducción de Marlene Dietrich está más candente que nunca. Tras el polémico estreno en Alemania de la biografía dirigida por Joseph Vilsmaier (Marlene) y las recientes informaciones sobre el control del FBI en sus actuaciones ante el ejército norteamericano, Berlín prepara una macroexposición de su vida personal, en la que quedará en evidencia su desmesurada egolatría. Con este motivo, el escritor Jorge Berlanga recorre para EL CULTURAL algunas de sus facetas más desconocidas.

Dentro de la mitología del siglo XX, entre otras obras de arte de mayor o menor enjundia, han quedado como un valor simbólico las piernas de Marlene Dietrich. Llegó a salir en el libro Guinness de los récords asegurándolas por una millonada. ¿Pero realmente, ese extraño desconcierto, esa conmoción profunda que nos producía tal señora residía en verdad en sus piernas? Yo mantengo ciertas dudas, porque cuando las cruzaba cantando aquello de Falling in Love again, sacando de sus casillas al serio profesor Emil Jennings en El ángel azul, la genuina tentación no estaba abajo, sino arriba, debajo del sombrero, en el rostro lleno de resplandores y oscuridades, en la mirada impenetrable y repleta de promesas, en la boca pronunciando palabras tan románticas como despectivas. Era la tormenta cuando se camufla de calma.

Explosión latente, envuelta en piel escalofriante. Emblema de esa maravillosa contradicción que sólo llega a generarse en el pueblo germánico. Donde los fenómenos de la física pueden crear abracadabrantes reacciones magnéticas, como el encuentro de la muchacha medio lozana y rubicunda, con una impresionante bomba de relojería en su interior, con un extraño señor fogoso a la vez que alambicado, con un genio mayúsculo difícil de explicar en las aduanas.

Joseph Von Sternberg se inventa a Marlene hasta que Marlene se lo come. Llega a latinizar a la moza teutona quitándole todos los restos de "chucrut" juvenil. Es la mujer y el pelele, es la criatura y el genio, que viajan a Hollywood para que la criatura acabe haciendo una alfombra con su creador, echando la ceniza de su cigarro o pisándolo con tacón de aguja. Nadie ha fumado como ella en la pantalla. Menos todavía ahora, que no dejan de fumar a las estrellas. Pero Marlene, sin Sternberg, renegando de sus orígenes, dejando a Hitler en calzones apoderándose de una canción tan simbólica para el ejército alemán como Lili Marlene, se convierte en la imagen de la Europa más inquietante en medio de Hollywood. Capaz de hacer el "strip tease" más trastornador que se ha hecho en toda la historia del cine. En Morocco, un gorila salta a la escena de un cabaret. El gorila se va despojando poco a poco de sus barbas y pelambres diversas, hasta que aparece la mujer que nos deslumbra como si nos dieran una bofetada en la sensibilidad perezosa. No hay hombre que pueda llamarse hombre que no reconozca ese raro vuelco dentro de su particular rincón para los vértigos y las pasiones.

Marlene, más que una actriz, más que un ser humano, podría interpretarse como un estado de la imaginación. Algo parecido a saborear un vino blanco del Rin en un garito de Shangai. Una especie de perfecta encarnación de la exquisitez canalla. Si nos ponemos a hacer una apología de la mujer fatal, esa que nos da un sentido y un destino a nuestra vida para convertirnos en cenizas bajo sus pies, no creo que haya existido nadie en su sexo capaz de llegarle a la altura de los zapatos. Su grandeza natural estaba por encima de su profesión. Da a veces la impresión de que era actriz por condescendencia.

Los hombres le sabían a poco y así también se dedicaba a saborear a las mujeres. Daba igual, porque quien ha alcanzado el verdadero valor del "glamour" puede permitirse todo tipo de licencias, elevándose por encima de otros revolcones más miserables y mortales. Después de Sternberg su gloria natural sólo llegó a atemorizar a Hitchcok, Ernest Lubitch y Orson Welles. Ofrecía elegantemente su imagen, pero nos regalaba más que nada su voz. Escucho ahora una cinta descata- logada, oyéndola cantar a Dylan, "The anser, my frondt, is blovin in the vindt...", y siento que ese terciopelo amargo que impregnan sus palabras llega a hacer sublime el estremecimiento. Nos queda también ver la película que han hecho sobre su vida, o leer sus memorias donde da rienda suelta a su sibarita lengua viperina. Pero preferimos quedarnos con ese duermevela abismal, lleno de humo, aire enjoyado, caída de ojos y sonrisa irónica, que continúa siendo una invitación a los sueños más dulces y turbios dentro de nuestros placeres infernales.