Image: Agustín Díaz Yanes

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Cine

Agustín Díaz Yanes

"Trueba y Almodóvar están por encima del resto"

19 julio, 2000 02:00

Agustín Díez Yanes

Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto supuso al mismo tiempo su salto a la dirección y su conquista del público y la crítica. Cinco años han pasado desde entonces, y los apasionados de Agustín Díaz Yanes, que son legión, esperan con regocijo su regreso a las pantallas. Tras aparcar temporalmente el proyecto de ciencia-ficción Madrid Sur, ya tiene a punto el rodaje de Sin noticias de Dios con Victoria Abril y Penélope Cruz, una comedia negra en la que Díaz Yanes cambia de registro cinematográfico.

En estos tiempos de premura cinematográfica, cinco años de silencio quizá son demasiados para un realizador. Sobre todo si ese largo silencio viene precedido de un éxito como el de Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, sin duda una de las mejores óperas prima que ha dado el cine español en la última década -sólo comparable a Tesis, de Amenábar, o a Solas, de Benito Zambrano-. Las expectativas creadas en torno a Agustín Díaz Yanes desde que en 1995 decidiera dar el temible salto del guionista, es decir, subirse la cámara al hombro y dirigir a sus propios personajes -"Me cuesta mucho ver las películas que he escrito y que no he dirigido, porque siempre tengo una vocecilla detrás diciéndome cómo lo hubiera hecho yo", reconoce el director madrileño-, no han parado de engordar desde entonces; y aunque algunos quizá hayan olvidado el rostro anguloso de este director tardío (dirigió su primer largo, Nadie hablara..., con 45 años), la mayoría seguro que recordará su inteligente, sensible, moral y violenta mirada sobre Pilar Bardem y Victoria Abril, madre y yerna en la ficción, representantes de un drama esperanzador que estuvo llamado desde el principio a permanecer en las retinas de los espectadores. Y aunque según el papel nada tendrá que ver su segunda película, Sin noticias de Dios, con su primer y único filme -excepto que también la protaganizan dos mujeres: Victoria Abril y Penélope Cruz-, Díaz Yanes está entusiasmado e impaciente por volver a ocupar la silla del director.

-Ya estamos en plena preproducción, todo está bastante adelantado. Empezaremos el rodaje a finales de septiembre, que se alargará durante diez semanas, sobre un presupuesto de alrededor de 750 millones de pesetas.

-Tanto el presupuesto como el tiempo de rodaje son bastante altos para el cine español, ¿cómo queda justificado en la historia?
-Lo cierto es que es una película que en principio no parece muy complicada. Se trata de una especie de fábula en la que un ángel rebelde, que será el primer papel que Penélope haga de "mala", y un ángel leal, que será Victoria, bajan a la tierra para salvar al hombre. No tiene nada que ver con Nadie hablará...., esto será una comedia negra. La idea la tenía en mente desde hace mucho tiempo, una especie de estudio sobre el cielo y el infierno. A primera vista no parece muy complicado, pero vamos a necesitar mucho tiempo porque exige una puesta en escena y unas localizaciones muy pensadas. Diez semanas de rodaje no es un capricho... los técnicos me han dicho que es el tiempo mínimo necesario para reconstruir todo lo que quiero.

Confianza profesional


-¿Dónde va a rodarse?
-El cielo lo voy a situar seguramente en Francia o en Italia, y aunque el infierno me hubiera gustado rodarlo en Estados Unidos, creo que no será posible por motivos obvios de producción, así que todavía estoy dándole vueltas. Lo cierto es que tenemos todo muy adelantado, ahora estamos con el story-board, que lo haremos de la gran parte de la película, porque además de que hay algunas secuencias muy difíciles de rodar, yo no soy de esos directores que llegan al trabajo y se ponen a improvisar, sino que prefiero tenerlo todo bastante atado.
-Me imagino que al venir del mundo del guión, su primer salto a la dirección, a pesar de los excelentes resultados, tuvo que ser duro. ¿Cómo se enfrenta técnicamente a este segundo largometraje?

-Lo cierto es que el cambio fue impresionante. Un guionista no tiene una formación técnica como director, y siempre tiene que confiar en una serie de profesionales. Nadie hablará... es una película que tiene mucho de otras personas. Aunque el director tiene la última palabra, los profesionales te resuelven cantidad de problemas y es importante confiar en ellos al ciento por ciento. Con los equipos técnicos que hay, una persona como yo, sin gran conocimiento técnico, puede dirigir perfectamente y con cierta seguridad. En Nadie hablará... formé una especie de tríada con el ayudante de dirección, José Luis Santana, y con el montador, Pepe Salcedo, sin ellos todo hubiera sido muy distinto. Al igual que en la primera película, ahora he procurado rodearme de gente muy buena meses antes de comenzar el rodaje, para que en el momento de gritar "¡Acción!" esté todo muy cuidado y pensado. Esto me permite que técnicamente me enfrente a la segunda película con mucha seguridad.

Un terror distinto


-¿Y psicológicamente?
-Le podría contestar con esa respuesta fantástica de "no, no estoy preocupado, tengo confianza, etc". Pero la verdad es que estoy acojonado. El éxito de Nadie hablará... fue tan grande, de público, de crítica, de premios, de amigos del cine, en fin, que de repente me encuentro con una segunda película y tengo que asumir muchas responsabilidades. A veces pienso que las expectativas que se han creado en torno a mí son completamente falsas, pero es algo inevitable. Por mucho que me empeñe, y mira que han pasado cinco años y he estado realmente tranquilo, a medida que se acerca el momento me entra más miedo. Es un terror muy distinto al que sentía con el primer filme, porque no sólo me preocupa que la película salga bien, como entonces, sino que cumpla las expectativas marcadas.

-Sin embargo, ha decidido optar por el riesgo haciendo una película muy distinta.
-Sí, es muy distinta, pero hay elementos comunes. Sin noticias de Dios tendrá cosas de cine negro, que es algo que no puedo evitar, y las protagonistas también son femeninas. Creo que el retrato de la mujer en mi cine es algo que responde a influencias muy personales, de mi madre y mi esposa, sobre todo, pero es que estoy convencido de que la mujer, sobre todo en España, ha ganado mucho en el cine. Son personajes cinematográficos que me interesan mucho más que los masculinos, porque ofrecen más posibilidades. En Estados Unidos ya se dieron cuenta de esto con Barbara Stanwyck, Bette Davis y compañía, pero aquí han tenido que cambiar mucho las cosas para eso. Casi nunca se ha sacado en España a una mujer con una pistola, o atracando un banco... por razones peregrinas, la mujer no tenía mucho espacio en el cine. Afortunadamente, ya no es así.

-¿Y el tratamiento de la violencia? ¿También lo va a mantener en Sin noticias de Dios?
-No... mire, ese es un tema sobre el que he cambiado mucho de postura. Si tuviera que rodar ahora la escena del destornillador de Nadie hablará..., la haría de un modo muy distinto. Cuando estás rodando no te enteras muy bien de lo que haces, y sientes que todo tiene su sentido, pero después me di cuenta de que a mucha gente esa escena le creó malestar... y realmente no es eso lo que busco. A mí la violencia en el cine, al estilo Peckinpah o Tarantino -aunque Peckinpah sea mucho más lírico-, la verdad es que no me produce ningún efecto, y quizá por eso no tenía la conciencia de que iba a resultar tan impactante lo que hice.

Lejos de Bergman

-Antes se ha referido a su preferencia por el cine negro. Es un género muy recurrente en todos sus guiones desde Baton Rouge, sobre todo en los dirigidos por Eduardo Campoy. ¿De dónde le viene esta influencia?
-Más que influencias... a mí es que me gusta mucho el cine de acción. Hay pocas películas sin acción que me gusten. Desde pequeño he sido un fanático de James Bond, sobre todo de las novelas de Ian Fleming, y por otra parte Scorsese es uno de los directores sagrados en mi lista de preferidos. De hecho, cuando rodé Nadie hablará... yo tenía la idea de hacer un filme 80% Scorsese y 20% Rosselini. Cuando se escribe para el cine, siempre se hace de forma inconsciente sobre cosas con las que uno disfruta, y en mi caso es el cine negro y de acción. Sería incapaz de hacer cosas que no me diviertan. Respeto mucho, por ejemplo, las películas de Bergman, pero no podría hacer una película al estilo Bergman, a pesar de que las conozco todas y es evidente que es un director extraordinario, pero el caso es que sus temas están muy alejados de los míos.

-¿Y literariamente también se ha alimentado de novela negra?
-Yo tuve el deseo de ser novelista, y la verdad es que al cine llegué por azar, así que literariamente creo que tengo una formación muy importante. Pero lo cierto es que la novela negra, a la que fui muy aficionado durante una época, llegó a aburrirme. Cuando leí a Chandler y todos estos, tengo que decirle que me gustaron pero no me entusiasmaron. Me gusta mucho más el cine negro que la novela negra. Y luego están los clichés... a mí esa combinación de jazz, whisky, gabardina, sombrero y mujer fatal es algo que me aterra, no lo soporto, ni en cine ni en literatura.

-Por otra parte, también tiene un especial interés por la ciencia-ficción. ¿Cómo va su proyecto de Madrid Sur, esa recreación de la capital de España dentro de un siglo?
-Bueno... en estos cinco años sin dirigir lo cierto es que he estado más metido en Madrid Sur que en Sin noticias de Dios. Al terminar Nadie hablará... me propuse que la segunda película fuera ese proyecto colosal al que tantas vueltas he dado. En dos años no trabajé en otra cosa, hasta alcanzar un guión convincente. Pero no medí las consecuencias, y me ha salido una película tan gigante que es imposible realizarla, al menos en Europa, haría falta una megaproducción. Cuando me di cuenta de que no había forma de sacar Madrid Sur adelante me quedé muy paralizado, porque es el guión que más me gusta de los que he escrito. De todas formas, confío en que más tarde o más temprano podré hacerlo. Es una tesis sobre Madrid dentro de un siglo. Una película al estilo Blade Runner, lo que ahora se llama película de anticipación.

-Desde luego, parece un proyecto muy original, al menos respecto a lo que se hace ahora en España. En términos generales, ¿cómo valora el estado actual de nuestro cine?
-Dentro de las limitaciones estadísticas, es decir, para el número de películas que se hacen ahora, creo que el cine español es muy bueno. A mi parecer, hay dos directores que están por encima del resto: Fernando Trueba y Pedro Almodóvar. En otra dimensión estarán cineastas como Armendáriz, que me gusta mucho. Y en esta última década, creo que básicamente ha habido dos películas fantásticas: La buena vida, de David Trueba, y El día de la bestia, de álex de la Iglesia. Como cineastas, creo que Gómez Pereira ha sido el director que más ha cambiado nuestro cine en los últimos diez años. Luego hay otros directores en los que tengo mucha confinaza, aparte de Julio Médem o Alejandro Amenábar, confío mucho en Enrique Urbizu, que sé que en cualquier momento nos hará un peliculón.

Un cine vulgar

-¿Y respecto al cine mundial? ¿No cree que se ha perdido el riesgo a explorar nuevos lenguajes visuales?
-Me parece evidente que el cine se ha vulgarizado mucho. Ya no hay prácticamente diferencias entre las formas de rodar de unos y otros. En concreto, el cine norteamericano, que siempre se ha caracterizado por su vanguardismo, rueda ya todas las películas igual, hasta el punto de cometer errores de guión que hace unos años eran impensables. Desde la nueva generación formada por Coppola, Scorsese, Cimino, De Palma y todos esos, que desbancaron a los más grandes, como Wilder, Lubistch y tantos, no ha llegado otra generación con el mismo poder de innovación. No se ven con mucha frecuencia películas realmente buenas, como por ejemplo El padrino, Taxi Driver o El cazador. No creo que American Beauty resista el paso del tiempo, y los hermanos Coen son muy buenos, pero no marcan la pauta del cine americano, como hicieron los anteriores, que ganaban Oscars, llenaban taquillas y daban aliento al nuevo cine. Está por llegar una generación fuerte que cambie drásticamente las cosas.