La geometría del verso
Memorias del Imperio árabe
19 julio, 2000 02:00Página de manuscrito Furusiyya. Egipto/Siria, siglo XV
La pregunta parece obligada: ¿es acertada la denominación de arte árabe? Especialistas de esta controversia se lo cuestionaron, como el arabista y maestro de obra del Museo árabe de El Cairo Gaston Wiet, quien en 1932 concebía esta expresión como vacía de contenido, o Henri Wallis, autor en 1891 de una historia de la cerámica persa, que negaba la autenticidad de este concepto. La comisaria de esta exposición Sophie Makariou, conservadora del Museo del Louvre, es la encargada de reivindicar la noción de arte árabe y rescatar una serie de pistas que nos trasladan a su momento de esplendor. Con esa intención nace la muestra producida por el Auditorio de Galicia Memorias del Imperio árabe, un panorama del arte potenciado por los soberanos de diferentes dinastías, reinados y cortes islámicas de los siglos VIII al XV, que compartieron lengua e historia, una cultura que no debe ser mirada únicamente por su dimensión religiosa, porque como vemos goza de un arte profano de gran calidad estética que habla por sí solo de la riqueza que empapó reinados y dinastías como la omeya, la abasí, la fatimí, la tuluní, la almohade o la almorávide. Generosa en sus límites -poco se ha realizado en España que llegue más allá de lo meramente nacional, mirándonos el ombligo a través del contexto de Al-Andalus- la muestra exhibe más de un centenar de obras, algunas inéditas, que proceden en su mayor parte del Museo del Louvre parisino y otras instituciones como el Museo Benaki de Atenas, el Museo de la Alhambra de Granada, el Möseum För Islamische Kunst, la Colección Keir de Londres, el Institute du Monde Arabe y el Museo Jacquemart André de París o el Museo Arqueológico de Madrid.En el recorrido, por lo tanto, nos situamos a favor del término "árabe", porque de lo contrario iríamos en contra de los escritos que se conservan, de las inscripciones y de los documentos de cancillería que, en su mayor parte, están redactados en esa lengua. Así el camino comienza con la cadencia y ductilidad de una caligrafía árabe que, aunque alcanzó envergadura y trascendencia como manifestación directa de la palabra de Dios, esa "geometría del verso" que invadirá edificios y objetos con inscripciones, llegó a significar mucho más, marcando los lugares a destacar en las construcciones, especificando la función otorgada al edificio como en el caso de unos versos del poeta granadino Ibn Zamrak inscritos en los muros de la Alhambra con los que se cierra el recorrido propuesto para seguir la exposición.
Y es que el mundo árabe toma por bandera la poesía, reverberación evocadora del quebramiento prometido y no la fe, como normalmente se instaura. Una poesía de espinosa métrica y perfecta música, una poesía que alcanzó el éxito gracias a la alargada sombra de ciprés de un Libro Santo como El Corán, que pesaba demasiado sobre cualquier atisbo de ambición literaria en prosa. El trazo elegante y su carácter abstracto hacen a este tipo de escritura resultar sumamente atractiva para el gusto contemporáneo, la mantienen viva y moderna, hasta el punto de ser recreada por muchos artistas de hoy como es el caso de la serie de escrituras con tierra y barro cocido de Carmen Calvo, la acción de Shirin Neshat de caligrafiar sobre el cuerpo la feminidad vedada que el chador oculta o la reproducción que de ésta concibe Wim Delvoye con mondas de patatas.
El arte árabe parte así de la decoración de objetos o edificios con inscripciones, desde el anhelo de antigöedad que dominaba a los omeyas -los califas omeyas de España permanecen lamentablemente ausentes en esta muestra- o la novedad y frescura propuesta por abasíes primero y fatimíes después, pero siempre basado en un lujo que acredita el poder económico que ejercieron, una reivindicación de poder que en tiempo de los almohades les llevó a reservar al califa el título de "Príncipe de los creyentes", una demanda que se torna más discreta al trasladarnos a Oriente. Tras la dinastía ayubí, aparecen los mamelucos, que etimológicamente significa esclavos, pero que alcanzan el poder tras una serie de luchas sangrientas. éstos, ajenos en teoría al mundo árabe, defenderán todos sus símbolos y encargarán grandes obras religiosas buscando la aceptación y el reconocimiento, con referencias árabes mucho más ricas que las propuestas por el arte nazarí.
En resumen, un compendio de cerámicas, bronces, vidriados, maderas, marfiles, tejidos... que defienden esa especie de cajón de sastre que es el arte árabe, con auténticas joyas como el Vaso Barberini que lleva el nombre del sultán al-Malik al-Nasir Salah al-Din Yusuf o un gancho de carnicero que señala que el poder económico estaba por encima del ejercicio de poder político o religioso.