González Iñarritu debuta con la excelente "Amores perros"
Los mordiscos de la vida
14 marzo, 2001 01:00Gael García Bernal y el perro "Cofi".
Avalada por la nominación al Oscar como mejor película extranjera y el premio de la Crítica en Cannes, llega a nuestras pantallas la cinta mexicana Amores perros, del debutante ángel González Iñárritu. Concebida como un mosaico de la violencia y el desencanto que se vive en la ciudad más poblada del mundo, el realismo y agresividad que respira todo el filme ha marcado un antes y un después en la historia del cine iberoamericano, rompiendo además récords de taquilla. El joven director mexicano explica a EL CULTURAL las claves y motivos de una película perfecta.
Tres historias de desarraigo existencial en la violenta y multipoblada México D. F. y un punto de fuga que las colisiona y desenreda. A partir de esta idea general se suceden los escalofriantes 150 minutos de la película. "El germen de Amores perros es un corto que escribió el novelista Guillermo Arriaga y que nunca se rodó. A partir de la anécdota central de un accidente de tráfico, empezamos a desarrollar la vida de sus personajes antes, durante y después de la colisión", explica el director mexicano. A lo largo de tres años y después de 36 tratamientos de guión, director y guionista construyeron el perfecto mosaico de desencanto social que tiene lugar en las corrompidas y violentas pero fascinantes calles de la capital azteca. "Es una sociedad encerrada en un núcleo de promiscuidad y de espacios reducidos -añade el director-. Toda la corrupción y falta de fraternidad que respira el filme no es más que el reflejo de nuestro México lindo, una nación que vive los resultados de una dictadura de partido de más de 70 años, dominada por una política social y económica lastrante".
Como metáfora del primitivismo y estado salvaje que determina las acciones de los personajes -los perros encerrados de Tarantino siguen siendo una fértil vía de inspiración-, todos aparecen retratados junto a sus perros, que vienen a ser el reflejo de una comunidad donde las diferencias entre ricos y pobres todavía son abismales. Las clases depauperadas se rodean de canes asesinos, sedientos de sangre, entrenados para las luchas clandestinas (y sus amos tienen que robar y matar para subsistir); los ricos, sin embargo, llaman a su mascota Richi, un caniche con hocico de ángel. Pero para todos rigen las mismas normas del azar. "Cuéntale a Dios tus planes y se reirá de ti", solloza uno de los 45 personajes que retrata Iñárritu en su fresco de modernidad. Y en esa frase se condensa todo el sarcasmo de la existencia. "Alguien ahí arriba escribe nuestra historia -argumenta González Iñárritu- y no se sabe realmente cuál es nuestro escenario y nuestras líneas, de alguna forma de eso trata también la película, de la fragilidad y confusión del hombre".
El drama del instante
Tan frágil que en un instante todo puede cambiar. El instante con el que arranca la primera secuencia del filme: en un coche que huye, Octavio (el debutante y poderoso Gael García Bernal) escapa de su suerte con el pie fundido en el acelerador; en el auto que recibe el impacto, la supermodelo Valeria (Goya Toledo, que aprovecha la ocasión brindada) no sabe que después del semáforo su vida burguesa sostenida por la doble moral y el adulterio quedará a expensas de un destino cruel; y como testigo circunstancial del accidente, El Chivo (Emilio Echevarría), un ex-guerrillero devenido en vagabundo y arropado por la amistad de perros callejeros que busca la redención a cualquier precio. Pero el perdón queda determinado por la criba del sufrimiento. Tres vidas para tres tragedias. A partir de ese punto de fuga, el filme se abre en dos gigantescos actos, el antes y el después, el efecto y la causa, un conglomerado de historias muy variadas que se asientan en una estructura narrativa con efecto de puzzle.
A la desnuda mirada con la que Iñárritu vitupera sin piedad a sus personajes, se una la carnalidad de las imágenes, su suciedad y dinamismo. No en vano toda la película está rodada con cámara al hombro -excelente trabajo de Rodrigo Prieto-, como un testigo mudo y activo de la realidad. "Rodar el filme como si fuera un documental fue una decisión funcional y de estilo. Da mucha vulnerabilidad a los personajes y mucho vértigo a las escenas. Todo parece más orgánico, que es lo que exige una película realista. La cámara siempre está subordinada a la escena que yo me imagino. Es la cámara la que sigue a los personajes, que se mueven en completa libertad, en lugar de ser estos los que se mueven en función de lo que la posición de la cámara les permite", argumenta Iñárritu.
De este modo, el director mexicano -que proviene del fructífero sector de la publicidad y los video-clips- se descarga de un problema acuciante en el cine actual: sustituir la puesta en escena por una puesta de la cámara, de modo que los actores se ven afectados por la rigidez de sus movimientos para no salirse de cuadro. En los descarnados y granulosos cuadros de Amores perros, sin embargo, la claustrofobia convive con el dinamismo, como perros enjaulados, tal como las ansias imposibles de huida que insuflan las vidas de todos los personajes.
La huida y la redención
Octavio quiere huir con su cuñada, en la que cree haber encontrado la persona que le rescatará de su acorazada existencia. La supermodelo Valeria, inválida después del accidente, pretende huir de su cuerpo, el que antes era la herramienta de su trabajo y ahora no es más que su incontestable desgracia en forma de prótesis. El Chivo -que protagoniza la historia más deliberadamente naif del filme- es una especie de samurai moderno que abandonó a su hija por motivos políticos. Ahora necesita redimirse para huir de su pasado. "El amor y el dolor son palabras muy parecidas, y todos los personajes, que son como perros de la calle, experimentan esa sensación -explica el cineasta azteca-. Pero lo cierto es que el único modo de salvación en la tierra es el amor. Sin él, nada tiene sentido". El amor y la muerte, en definitiva, dos armas infalibles si no se encasquillan, y que la mirada de Iñárritu ha reconvertido en una espiral de caos totalmente sintomática de la cultura mexicana. Los rincones oscuros de lo cotidiano son todavía más reales y creíbles gracias a un elenco de actores en absoluto estado de gracia. "Creo que la emoción y la inocencia es muchas veces más positiva que la experiencia. Por eso quise apostar por gente nueva, nada de estrellas, porque no quería actores viciados. Al tener el guión durante tres años dando vueltas en mi cabeza, tuve la oportunidad de convivir con los personajes durante mucho tiempo. Eso me ayudó mucho a tener claro cómo eran y por qué eran así. De todos modos, la interpretación de los actores acabó rebosando todas mis expectativas, porque tuvieron agallas de implicarse profundamente con sus papeles y con la historia", se congratula González Iñárritu. Todo es más fácil, por supuesto, si los actores comulgan con lo que tienen que recitar. En este sentido, los diálogos torrente escritos por Guillermo Arriaga bailan al son del mismo acorde que las imágenes: crueles, esperanzados, orgánicos.
Agresividad formal
"Mi intención ha sido huir de ese optimismo que se empeña en mostrar la vida como debería ser. Yo prefiero contar la vida como es. Y en esa intención juega un papel decisivo la voz de los personajes. Ninguno ofrece respuestas y todos hablan desde las tripas", aclara el autor mexicano. Tanta agresividad formal, sin embargo, no repercute en el dinamismo de las tramas, que como en el mejor cine siempre avanzan a expensas del entretenimiento. Por fortuna el arte y el espectáculo conviven en una misma película, y sin morderse.
ángel González Iñárritu (México D. F., 1963) era a los 23 años de edad el director, productor y disk-jockey de la estación líder de rock en México: WFM. En 1987 dirige el programa de televisión Magia Digital. A principios de los noventa se hizo cargo de la producción de todos los spots promocionales de la cadena Televisa, líder de audiencia. Poco después fundó la empresa Zeta Film, un híbrido entre agencia de publicidad y productora de televisión. En 1995 dirigió Detrás del dinero, un episodio piloto para una serie de televisión protagonizada por Miguel Bosé. En 1999 dirige y produce su primer largometraje, Amores perros.
El nuevo cine mexicano
El cine mexicano atravesó durante los años ochenta su peor momento creativo. Lejos quedaban los éxitos mundiales de Pedro Armendáriz, Dolores del Río, María Félix y Cantinflas, y la cinematografía azteca parecía vivir en un permanente estado de coma. Sin embargo, a principios de los noventa los cineastas recuperaron la confianza de su público, y los productores, distribuidores y exhibidores se atrevieron a apostar en favor de una industria frágil y relativamente poco rentable. El éxito internacional de cineastas como Arturo Ripstein (Principio y fin, 1993) y Alfonso Arau (Como agua para chocolate, 1992) alentó la esperanza de que el cine mexicano podía sobrevivir dignamente a pesar de los embates de la crisis económica de 1994. La década de los noventa ha significado para la cinematografía azteca todo un revulsivo, ya que surgieron nuevos cineastas cuyas inquietudes y modos artísticos comunes dieron lugar al llamado "nuevo cine mexicano". Aunque actualmente el grueso de la producción todavía está en manos de las generaciones surgidas en los setenta y ochenta (María Novaro, Busi Cortés, José Luis García Argaz, Carlos Carrera, Luis Estrada y Gabriel Retes, entre otros), una serie de jóvenes cineastas que han debutado recientemente se están haciendo con un hueco en la industria, cuyos productos son más exportables que el de sus antecesores. Es el caso de películas como Santitos (1998), de Alejandro Springall; Sexo, pudor y lágrimas (1998), de Antonio Serrano; La ley de Herodes (1999), de Luis Estrada o Todo el poder (1999), de Fernando Sariñana.