El mundo sin matices de Walt Disney
Walt Disney durante las obras de Disneyland
Si las imágenes cinematográficas sobre una pantalla se asemejan al flujo de los sueños, los dibujos animados constituyen su máxima expresión de la poética onírica. Y aunque Walt Disney no fue su inventor, su nombre se ha convertido en un sinónimo de este género. Brillante continuador de la tradición de los animales antropomorfos y parlantes de Esopo y La Fontaine, su punta de lanza fue el ratón Mickey, quien nació como fruto de una evolución posdarwiniana que le condujo del primerizo conejo Oswald al ratón Mortimer y finalmente al ratoncito más conocido en nuestro planeta. Konrad Lorenz definió en 1943 la morfología corporal que desencadena la afectividad animal hacia las crías mamíferas, con un cabeza mayor que el tronco, frente abombada, ojos grandes, extremidades cortas y gruesas, formas redondeadas, etc. Pues bien, antes de que Lorenz hubiese publicado este trabajo, Mickey Mouse, con una estructura antropométrica como la descrita, era admirado por igual por Roosevelt y por Mussolini.En 1929 Disney lanzó sus populares Silly Symphonies que buscaban una apoyatura musical a sus peripecias. Se vistieron de Technicolor a partir de Árboles y flores (1932), que antropomorfizó el mundo vegetal a lo largo de las cuatro estaciones y recibió un Oscar. En su dilatado ciclo de 77 títulos destacó Los tres cerditos (1933), que secundó las consignas del New Deal de Roosevelt al proponer como ejemplo positivo la laboriosidad del cerdito que construía una casa para defenderse de la amenaza del lobo feroz, que encarnaba el maleficio de la crisis económica (a uno de los cerditos perezosos se le atribuyó la fisonomía de Herbert Hoover, el anterior presidente).
En 1931 la fauna disneyana se enriqueció con el juguetón perro Pluto, poco fiable como guardián, al que siguieron en 1934 Donald y Goofy. El pato Donald se convirtió en una caricatura del norteamericano medio, vanidoso, emprendedor y cascarrabias cuando las cosas no salían como quería. Resultó por ello más humano en su carácter y sus flaquezas que Mickey, por lo que permitió una fácil identificación de sus audiencias y fue arrinconando al ratoncito a los sectores infantiles del mercado. Del perezoso Goofy nunca se supo a qué especie animal pertenecía, como ocurre con algunos monstruos de las pinturas rupestres.
Aunque la fauna antropomorfa de Disney exhibió algunas ambigöedades (nunca estuvo claro si Minnie era novia o esposa de Mickey), en otros aspectos demostró una lógica semiótica muy funcional. Si Donald iba descalzo, en contraste con los zapatones de Mickey y Goofy, era para definir más nítidamente su identidad de palmípedo. Y mientras Mickey vestía un pantaloncito corto, Donald se cubrió sólo con una camisa marinera, ya que su plumaje no podía ofender el pudor del público. Muerto Disney en 1966, en 1986 Minnie fue estilizada, poniéndole guantes de puntillas y dándole un look influido por Madonna. Esta fauna antropomorfa prolongó, en cierto modo, la poética disparatada de los cómicos del cine mudo, evacuados de las pantallas por la llegada del sonoro, y configuraron una especie de commedia dell´arte dibujada.
Los largometrajes, que combinaron lo cómico sobre un fondo dramático, vinieron a ser un sustituto de los cuentos de la nodriza. Y aunque el ministro francés Jack Lang descalificó a Disneylandia como un "Chernobil cultural", lo cierto es que estos filmes divulgaron eficazmente arquetipos y mitos de la cultura europea. Blancanieves y los siete enanitos (1937) demostró clamorosamente que los muñecos derivados de la caricatura resultaban más vivos e interesantes que las figuras de inspiración naturalista. Tras las inquietantes madrastra y bruja de Blancanieves, Disney pareció complacerse sádicamente con las desventuras de sus personajes, como las padecidas por el atribulado Pinocho, por Dumbo y por Bambi. Se ha especulado sobre la evocación adulta de las angustias infantiles de Disney. Todo ello ha alentado las críticas de no pocos pedagogos, pues si Disney ha educado a tres generaciones de espectadores, también las ha maleducado, con su visión del mundo dividido entre buenos y malos, sin explicaciones ni matices.
Mientras se extendía sobre Popeye la sospecha de tendencias fascistas, Disney enroló a Donald en la sátira The Führer's Face (1942). Por eso Disney no estuvo muy bien visto en España tras la guerra civil y un distribuidor avispado lanzó en la revista falangista Primer Plano la leyenda de que Disney había nacido en Mojácar y no había renegado de sus raíces españolas, con la intención de protegerle de la censura oficial.