Image: Esquizofrenia del decálogo

Image: Esquizofrenia del decálogo

Cine

Esquizofrenia del decálogo

El Dogma 95 llega a EEUU con Julien Donkey-Boy, de Korine

13 febrero, 2002 01:00

Werner Herzog en Julien Donkey-Boy

Los tentáculos del decálogo ideado por Lars Von Trier y Thomas Vinterberg ya han alcanzado Francia, Noruega, España y Canadá. Ahora se han extendido a la meca del cine. De la mano del californiano Harmony Korine (autor de la revolucionara Gummo), llega este viernes a nuestras salas el primer Dogma americano, Julien Donkey-Boy.

No es nueva la máxima de que para crear hay que romper con todo lo anterior. Los daneses Lars von Trier y Thomas Vinterberg, caballos de Troya del cine antiburgués, redactaron hace siete años el manifiesto Dogma 95, decalógo de "normas indiscutibles" que, bajo su particular Voto de Castidad, pretendía someter a una serie de normas paradójicas e imposibles el discurso estilístico por antonomasia de la cinematografía de fin de siglo. Dinamarca fue el centro de operaciones, Celebración (1998) y Los idiotas (1998) sus buques insignia, y los mentados firmantes los sumos sacerdotes con autoridad y mandato para juzgar y certificar las películas aspirantes al título Dogma. Un título nada despreciable por sus claras ventajas comerciales. Sin el sello compulsado de la factoría Zentropa Entertainment, carta blanca que permite pasear el filme con denominación de origen dogmática, muchas películas probablemente no hubieran escapado de una distribución de brazos cortos y nula promoción publicitaria.

Made in Usa
Es el caso de Julien Donkey-Boy, el dogma made in USA de Harmony Korine (California, 1974), que llega esta semana a las salas españolas. El cineasta californiano congregó los elogios de artistas tan diversos como Gus Van Sant, Marylin Manson y Bernardo Bertolucci con su audaz debut fílmico Gummo (1997), según el autor de El último tango en París "una de las pocas películas de los últimos 25 años capaz de crear una revolución en el lenguaje del cine". Siempre perceptivo al olor irreverente, el director de Rompiendo las olas, para algunos albacea de Dreyer y para otros impostado enfant terrible del nuevo cine, sugirió a Korine que convirtiera su segundo largometraje en una producción oficial Dogma 95 cuando se enteró de que lo estaba filmando con cámara digital.

Dicho y hecho, el borroso y perturbado mundo de Julien está hermanado con las granuladas, complejas atmósferas del movimiento danés -¿o no prescribe una de las normas del decálogo que hay que huir de "las acciones y desarrollos superficiales"?- en las que la entrega y la superación del sacrificio (especialmente en la trilogía de Von Trier) revelan los rasgos épicos de sus personajes. La película de Korine, vista desde los ojos de su protagonista Ewen Bremmer como a través de un cristal empañado, muestra con un montaje violento las relaciones de la familia de Julien, un joven esquizofrénico con dientes frontales de oro que trabaja de ayudante en un colegio de invidentes. Con un padre tiránico y exigente (interpretado por el outsider alemán Werner Herzog), un hermano dedicado al fortalecimiento del cuerpo (Evan Neumann), y una hermana (Chloë Sevigny) que lleva en el vientre el resultado de un incesto, la evolución de nuestro protagonista se transforma en una lucha por la redención, que aumenta hasta el paroxismo en el radical desenlace.

Cerca del videoarte
Más cerca en realidad del videoarte que del Dogma, el estilo caleidoscópico del segundo filme de Korine -ambivalentes planos sin autonomía expresiva, que no son nada sin ser parte de un todo- juega con las normas del movimiento Dogma enriqueciendo sus posibilidades mediante soluciones inventivas. De este modo, las voces en off prohibidas por el decálogo están realizadas por actores que la cámara no llega a encuadrar mientras se rodaban las secuencias, la sucesión de fotogramas congelados mantienen el sonido directo original, y la música suena porque los músicos tocaban mientras la cámara estaba en marcha. Korine de este modo da forma visual a la esquizofrenia del personaje con técnicas opuestas a la esquizofrenia de diseño que realiza Ron Howard en la todavía por estrenar Una mente maravillosa. El director californiano asegura que rodó Julein Donkey-Boy con un esbozo de 10 páginas como único esqueleto de guión. Así, se aseguraba la implicación de los actores, obligados a improvisar, y la pureza narrativa exigida por el movimiento danés.