Image: El efecto Calparsoro

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Cine

El efecto Calparsoro

El autor de Asfalto se adentra en el género bélico con Guerreros

20 marzo, 2002 01:00

Eduardo Noriega es el teniente Alonso en Guerreros

Sólo el director más visceral del joven panorama español, Daniel Calparsoro (Salto al vacío, Asfalto), podía atreverse con el género bélico. El viernes estrena Guerreros, una espectacular producción protagonizada por Eloy Azorín y Eduardo Noriega, dos soldados del ejército español en la guerra de Kosovo con un billete sin regreso al infierno.

"He buscado un medio natural para mí en lugar de importar mis preferencias al medio", afirma con razón Daniel Calparsoro (Barcelona, 1968). En Guerreros encuentra efectivamente el entorno natural para el mensaje motriz de su cine desde que saltara al vacío hace siete años. Sus películas planean sobre conflictos de extrema agresividad y personajes malencarados, solitarios y sobrepasados por la realidad, el resultado de un mundo feroz y hostil, porque, según el cineasta, "a nadie le gusta estar cerca de su vecino". Que su quinta película transcurra en el escenario de una guerra, la de Kosovo, era algo que tenía que ocurrir, tarde o temprano. Si el cine bélico de calidad está ya al alcance de la industria española, y si hay un director dispuesto a saltar sin red a las dificultades audiovisuales del género bélico, ése es sin duda el director de Asfalto, un cineasta irreductible, sin complejos.

Pero no hay que esperar de Calparsoro un análisis político o ideológico del entramado balcánico; Guerreros es, ante todo, una película de acción y golpes de efecto con pretensiones antropológicas: "He querido hablar de la regresión del ser humano, de su descenso al estado cavernícola. Es la historia de un ángel que se convierte en diablo debido al sinsentido de la guerra. Kosovo, por su cercanía, me pareció el decorado idóneo para mi historia". La sangre llama a la sangre, por si no había quedado claro, y el grueso de los nueve miembros del Ejército Español a los que Calparsoro sigue la pista -interpretados, entre otros, por Eloy Azorín, Eduardo Noriega, Jordi Vilches, Rubén Ochandiano y Carla Pérez- involucionan de soldados a guerreros y de guerreros a asesinos.

Un contrapunto necesario
Procedentes de la televisión, algunos de estos adolescentes acaban de salir de clase, y quizá eso actúe en beneficio del reparto para recalcar que el soldado español contemporáneo procede de una familia acomodada y es el producto de una generación enloquecida con la PlayStation y la caja catódica, esa fábrica de juguetes rotos. "En una sociedad como la nuestra, idiotizada con Operación Triunfo y otra serie de memeces -esgrime el autor de Pasajes-, una película como Guerreros es un contrapunto necesario". Coescrito con Juan Cavestany, el guión está regido por una estructura lineal carente de dramaturgia, al servicio de una danza macabra puntuada por el tecno de saldo compuesto al efecto por el duó Najwajean (Carlos Jean y Najwa Nimri, quien por primera vez no protagoniza un filme de Calparsoro). La compañía se encuentra en Kosovo para una misión humanitaria y técnica como ingenieros de la KFOR -los actores recibieron un periodo de instrucción militar en el Ejército-, pero reciben órdenes de adentrarse en la llamada "zona de exclusión", tierra de nadie entre Kosovo y Serbia. Fuera del área de neutralidad, comienza la matanza. Armados con un Cetme en lugar de un joystick, sus batallas dejarán de ser meramente virtuales.

Filme antibelicista
"Aunque la historia es ficticia, creo que es completamente plausible. Todos los personajes tienen una base muy real y los acontecimientos que narro, aunque exagerados, sí responden a una serie de acontecimientos que han tenido lugar durante la guerra", asegura Calparsoro, quien durante la elaboración de la historia viajó al escenario real y convivió con zapadores profesionales, futura carne de cañón de su filme antibelicista.

Como referente estético, el director asegura que se ha apoyado en Objetivo Birmania, de Raoul Walsh, si bien es más evidente la relación temática con Deliverance, del felizmente recuperado -aunque sólo sea en cineclubs- John Boorman. Con su quinta variación sobre el mismo tema -la regresión de sus personajes a un estado de salvajismo primario-, esta vez llevado al límite, Calparsoro sostiene que ha cerrado una etapa: "Ahora soy un director que empieza a disfrutar haciendo cine y voy a cambiar de registro". ¿Con qué nos sorprenderá ahora?