Image: Adiós... América cruel

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Cine

Adiós... América cruel

17 abril, 2002 02:00

Gwyneth Paltrow es Margot Tenenbaum, una dramaturga dislocada por su genio en lo último de Wes Anderson, Los Tenenbaums

Pese al antes y el después del 11-S, el nuevo cine americano no tiene piedad con los suyos. Directores como Todd Solondz (que estrena próximamente Storytelling), Neil LaBute, Alexander Payne, Todd Field y Wes Anderson con la reciente Los Tenenbaums no dejan títere con cabeza. Han decidido abandonar la autocomplacencia y retratar la sociedad de su país a carne viva : con la crueldad y el resentimiento de un animal herido.

1. "Si América perdiese la perspectiva moral sobre sí misma, se hundiría. Tal vez esto no resulta evidente para los europeos, para quienes América es una potencia cínica y su moral una ideología hipócrita. No aceptamos la visión moral que los americanos tienen de sí mismos, pero estamos equivocados" (Baudrillard). Los Estados Unidos son el único país donde una becaria puede denunciar al mismísimo presidente por acoso sexual, fellatio incluida, para ser famosa y cuestionar la política demócrata. Manchas de semen nacional se convierten entonces en una bandera, en un gabinete de crisis eyaculando penas capitales, plegarias desatendidas y pecados no redimidos. No es extraño, pues, que el nuevo cine americano, conciencia crítica de una cultura llena de culpa, haya decidido disparar contra la unidad mínima de significado de la sociedad capitalista, el fonema indivisible que es el individuo de a pie, condenado a relacionarse en comunidades suburbiales, en trabajos basura separados por paneles insonorizados o en familias disfuncionales que quieren aparentar una ilusión de normalidad. En Los Tenenbaums, protagonizada por una pandilla de niños prodigio que se enfrentan a la madurez limitados por sus propias neurosis, Wes Anderson nos muestra, con una insólita mezcla de ternura y crueldad, las frustraciones y la devastación moral con que la familia media americana, y más concretamente la neoyorquina, sobrevive al estado del bienestar.

Un camino literario
Para sus Tenenbaums, Anderson utiliza como modelo a la familia Glass imaginada por Salinger. Su visión del tema no es naturalista, pero la excentricidad de sus personajes nos resulta cercana y reconocible. Es la visión del autor de El guardián entre el centeno, que emprendió un camino, irónico pero palpablemente emotivo, que la literatura norteamericana amplificaría a lo largo del siglo XX. Un camino que escritores como John Irving, Raymond Carver, John Cheever, Richard Ford y etcétera enriquecerían con sus relatos sobre la cálida desolación del americano medio. La conciencia crítica del cine yanqui, siempre despierta a los fenómenos sociales y políticos que estallaban a su alrededor, atendió a la Depresión, a la Caza de Brujas, a la Guerra Fría, a la revolución hippie, a las manifestaciones anti-Vietnam y al escándalo Watergate con una energía provocativa y rebosante de astucia. Mientras tanto, la década de los ochenta fue árida y temblorosa, y el cine reveló su cobardía ante el florecimiento del conservadurismo reaganiano. Pero los noventa, con su descreído, indiferente y cínico espíritu de rebelión, surgieron con la inusitada fuerza de un verano caluroso. Y la crueldad del nuevo cine norteamericano es, en efecto, indiferente, demostrativa e impresionista. No hay intervencionismo, porque se ha perdido toda esperanza de cambiar lo que ya ha echado raíces. Se trata de un cine escéptico, al que se le puede reprochar, si nos ponemos exigentes, el desprecio por sus personajes, que no despierta en sus creadores otra cosa que el sarcasmo de lo que se reconoce como propio.

2. "Milagro americano: el de lo obsceno" (Baudrillard). Es curioso que esta Nouvelle Vague yanqui acentúe las sílabas en la vulgaridad, la banalidad y la ignorancia. La obscenidad es una figura de estilo de la comedia sucia, y, por ejemplo, los insultos y el mal gusto (sólo) aparentemente inofensivos de los Farrelly, adictos a la diferencia y la minusvalía, pueden pasar a menudo por un recurso de estilo fácil e inútil. A veces la vulgaridad es fruto de una carencia emocional, que induce a los personajes a que se comporten como verdugos en un artificio de control y dominación que a menudo se les escapa de las manos. Neil LaBute confiesa que sus películas, duras y humillantes, parten del teatro isabelino. Hablan, sin embargo, un idioma absolutamente contemporáneo. Tanto En compañía de hombres como Amigos y vecinos son películas implacables, que no dudan en exhibir la escasa dignidad de sus personajes como un signo de poder equivocado. Yuppies gimnastas, ejecutivos que juegan al poker con los sentimientos ajenos, secretarias acomplejadas: todos son seres, americanos sin hambre ni sueño, incapaces de comunicarse, tan cotidianos e inocuos como los protagonistas de En la habitación.

Espíritu heroico y miserable
Eso es, también, lo que le ocurre al Lester Burham de American Beauty, hombre anestesiado por una vida ajardinada que acaba masturbándose por la mañana pensando en la adolescente que nunca conseguirá llevarse a la cama. Es el más directo descendiente del C.C. Baxter de El apartamento, lo que le imbuye de un espíritu entre heroico y miserable que supera fronteras. Esto quiere decir que existe un momento en que el poder crítico del nuevo cine americano trasciende su propia geografía moral. Aunque Election sea una película de candidatos, institutos y suburbios, su mensaje, subversivo como pocos, nos enfrenta con una ambición y una mezquindad que sólo tienen sentido si son universales. Aunque Ghost World sea una película de adolescentes, anuncios de contactos y pisos compartidos, nos está poniendo frente al espejo de nuestra soledad, que nos asalta en aquellos sueños que no entendemos hasta que un día nos damos cuenta de que la vida está, definitivamente, en otra parte.

3. "Nos gusta pensar que Norteamérica inventó el futuro. Nos sentimos cómodos con un futuro que es para nosotros como algo íntimo" (DeLillo). Todd Solondz es el destructor de ese futuro, con el apoyo incondicional de David Fincher, más filósofo que documentalista. El antaño joven-talento-sepultado-por-los-estudios (su ópera prima, que se llamaba significativamente Fear, Anxiety and Depression, fue mutilada y ocultada por la Fox) se vengó de la Humanidad con una película misantrópica y magistral, insoportable y divertida, titulada Happiness. Su naturaleza paradójica trataba muchos de los temas que se esconden bajo los felpudos de los suburbios americanos -onanismo compulsivo, abuso de menores, autismo emocional- con una fría distancia, casi objetiva, que nos hacía comprender, entre otras cosas y a la vez que nos reíamos con nervios en la boca, la miseria de un psiquiatra que violaba a los amigos de sus hijos después de dormirlos con un tranquilizante.

Happiness levantó ampollas entre mentes bienpensantes que quisieron censurarla en Estados Unidos. Su corrosiva agresividad hizo que muchos críticos acusaran a Solondz de estar por encima de sus personajes. Obligado a reflexionar sobre la condición moral de su cine, el autor de Bienvenido a la casa de muñecas ha hecho con Storytelling, aún sin estrenar en España, un magnífico ensayo sobre la libertad de narrar, la implicación emocional del autor en lo que está contando y la ética de la venganza.

Sociedad falsa y cruel
La película, dividida en dos desiguales fragmentos titulados Ficción y No Ficción, es deliberadamente perversa. Sus conclusiones, prolongaciones metalingöísticas de las de Happiness, no dejan espacio para la ambigöedad: nada de lo que hagamos, ni siquiera si nos estamos riéndonos de nosotros mismos, sirve para redimirnos. La sociedad norteamericana, y por extensión la capitalista, es falsa y cruel. Una de las escenas de Storytelling -un profesor negro sodomizando a su alumna blanca- ha enfadado a la censura, pero Solondz ha preferido sobreimpresionar un rectángulo rojo sobre la escena que cortarla. Qué mejor manera de evidenciar la hipocresía de una sociedad a la que aún le queda mucho que aprender y de reivindicar el libre albedrío de uno de sus mayores críticos.

EJEMPLOS CLáSICOS
En el pasado, el cine también le puso los puntos sobre las íes al americano medio. He aquí cinco ejemplos modélicos:
El apartamento (1960, Billy Wilder). Con el objetivo de escalar peldaños en su empresa, el gris C.C. Baxter presta su apartamento a sus jefes. Jack Lemmon encarnaba a la viva imagen de la mediocre ética del capitalismo con la ternura y el patetismo que le caracterizaban. Kevin Spacey aprendió de su talento para interpretar al protagonista de "American Beauty".

El graduado (1967, Mike Nichols). Bajo la frívola relación entre una mujer madura, la famosa señora Robinson, y un estudiante universitario que es, además, el novio de su hija, se escondía una corrosiva crítica de la clase media norteamericana, puesta en tela de juicio por la movida contracultural que se cocía en el campus de Berkeley.

El nadador (1968, Frank Perry). Neddy Merryll decide atravesar el valle donde vive a través de las piscinas de sus vecinos. Nadando en su propio vacío, su historia es, según documenta el relato corto de John Cheever, la historia del hombre de los suburbios, víctima del autoengaño y la tristeza de una vida preconcebida de antemano.

El compromiso (1968, Elia Kazan). Millonario y fracasado, Eddie Anderson tiene un accidente de coche a partir del cual recuerda lo que pudo haber sido su vida con Gwen, su amante, y lo que no ha sido al lado de su mujer. La épica del inconformismo había llegado a afectar a las clases altas.

Conocimiento carnal (1971, Mike Nichols). Radiografía de la evolución de los roles sexuales en la América de los cincuenta, sesenta y setenta, la película de Nichols ofrecía también una mirada descarnada e irónica sobre la hipocresía que rige los lazos sentimentales entre hombres y mujeres.