El enigma
Josefina Aldecoa
17 abril, 2002 02:00Josefina Aldecoa
Los lectores de Josefina Aldecoa -La Robla (León), 1926- reconocerán fácilmente en esta nueva novela no sólo su peculiar estilo narrativo, pausado y sin altibajos, sino también algunos de sus motivos permanentes, desarrollados siempre en torno a la observación de conflictos íntimos de naturaleza sentimental.
La historia entre Daniel y Teresa, hecha de encuentros discontinuos, es previsible y de escasa novedad. Lo cierto es que, por una parte, el "enigma" que ella trata de resolver gracias al libro en que trabaja -las avenencias o desajustes entre parejas célebres- no parece un asunto demasiado sólidamente planteado, y de hecho los párrafos que se citan del ensayo en curso resultan más propios de una conversación que de un trabajo de esta naturaleza; por otra, del personaje de Daniel Rivera se afirma sin cesar que es muy brillante, pero en ningún momento se muestra así. Lo único que el lector advierte es que se trata de un frívolo, de un jugador de ventaja que se ha dedicado a utilizar su posición dominante en el aula para aprovecharse de las alumnas, lo que sin duda continuará haciendo, como se deja entrever en la última página. Un tipo de estas características exigía un perfil más acusado que pusiera de relieve su auténtica catadura moral, aunque sólo fuera por el lamentable hecho de que sujetos así existen en la realidad. En cambio, la escritora oculta o suaviza las aristas más repulsivas del individuo y se demora en el análisis psicológico de sus dudas y de la tensión entre sus ideas y su conducta, cuando lo único que se halla en juego es su conveniencia personal. Esto provoca cierta oquedad en el trazado del personaje, y de ello se resienten varias escenas, invalidadas en buena medida por el acomodaticio final.
El otro motivo que recorre las páginas de El enigma es el que se refiere al dilema de la mujer casada, oscilante entre la obligación de atender a su familia y la legítima aspiración a desarrollar unas actividades profesionales de acuerdo con su formación. Los resultados son dispares. Berta no trabaja fuera de casa y su matrimonio es una permanente amenaza de naufragio -aunque esto se deba a su cortedad de miras y, sobre todo, al egoísmo de Daniel-, mientras que la pareja formada por Juan y Lucía, ambos médicos, en la que ella ha renunciado al ejercicio independiente de la profesión para limitarse a ayudar a su marido, parecen el colmo de la más apacible felicidad.
En otro ángulo está la historia de Teresa y de su matrimonio fracasado después de la decisión de no tener hijos. El caso es que detrás de estos asuntos hay un grave problema social que aquí se escamotea para dejar que la mirada discurra por la superficie de los personajes, todo lo cual resulta insuficiente, aunque la narración de los distintos episodios esté bien planteada y dosificada, a base de breves secuencias que dejan a veces entre sí amplias elipsis. La percepción del paisaje, la fusión entre los estados de ánimo y los matices sensoriales del color y la temperatura, son sin duda lo más destacado de El enigma, y corresponden a una escritura sensible donde solo disuenan algunos calcos, como "punto de no retorno" (págs. 86 y 137), "regresaría en pocos días"(pág. 229) o unas "clases privadas" (pág. 48) que en español son clases particuales.