Image: Periodista ¿Héroe o villano?

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Cine

Periodista ¿Héroe o villano?

Estreno de Veronica Guerin, de Schumacher

25 septiembre, 2003 02:00

Kirk Douglas en El Gran Carnaval

Última aportación al subgénero del cine de periodistas, Veronica Guerin, de Joel Schumacher -que se estrena el 26 de septiembre en nuestras salas-, reconstruye el ascenso y caída de la periodista irlandesa en su cruzada contra la droga desde las páginas del "Sunday Independent". El Cultural repasa los mejores y más populares filmes sobre el torturado oficio de la prensa, al que algunos cineastas otorgan características canallescas y otros tantos un espíritu heroíco.

No deja de ser curioso que una de las obras magnas del cine, Ciudadano Kane, sea un verdadero tratado sobre el poder y moral de la prensa, sobre los límites de la verdad y la mentira, la ambición y la traición en los cenáculos periodísticos. Y es que el periodista, por su versatilidad para encajar en cualquier entorno -ya dijo Rosalind Russel en Luna Nueva que los periodistas son "tipos corriendo de un lado para otro para que unos cuantos aburridos sepan lo que pasa por el mundo"- es uno de los estereotipos humanos que con más devoción y menos admiración ha retratado el cine, a veces pintados como canallas sin escrúpulos, otras como héores o mártires, casi siempre como crápulas, alcohólicos, divorciados o naúfragos ahogados en sus propias vidas. Más que una profesión, el periodismo es en el cine toda una forma de vida.

Hasta la fecha, el último y digno romance entre cine y prensa lo ha dirigido Joel Schumacher, autor de El cliente y Tigerland. Se titula Veronica Guerin y tras su paso por San Sebastián se estrena el 26 de septiembre en salas de toda España. El caso de Veronica Guerin, periodista irlandesa que durante los años noventa denunció desde las páginas del "Sunday Independent"a los jefes de la droga de Dublín, pertenece a la categoría de héroes o víctimas de su oficio. Como ya contó John MacKenzie en When The Sky Falls -biopic anterior de Veronica Guerin- su trabajo la llevó a la sepultura cuando se acercó demasiado a la verdad y se materializaron las constantes amenazas por parte de los jefes del narcotráfico organizado irlandés.

Tono heroico
A la postre, la cruzada periodística de Guerin (encarnada en el filme por Cate Blanchett) es sobre todo una cruzada antidroga, tesis de la que el tono heroico, casi panegírico del filme no se aleja, sino más bien comparte. Contada con pulso y oficio, con guión de Canon Doyle y rodada en auténticas localizaciones de la capital irlandesa, la historia de Veronica Guerin es para su productor Jerry Bruckheimer "el ejemplo que impulsa a las personas a convertirse en periodistas".

Pero el cine no es el mejor espejo al que un periodista deba mirarse. Desde sus primeros balbuceos, la cinematografía ha mostrado las redacciones como auténticos nidos de serpientes, espacios propicios para el sarcasmo y la comedia desenfrenada, la crítica social y política y, desde luego, un lugar preferente desde el que explorar cualquier campo de la realidad. La obra teatral Primera plana de Ben Hecth y Charles MacArthur, escrita a finales de los años veinte, definió la tipología del reportero sin tripas ni corazón, alguien capaz de vender a su madre por un buen titular. De su adaptación a la pantalla han resultado dos filmes mediocres -El gran reportaje, 1931, de Lewis Milestone, y Switching Channels, 1988, de Ted Kotcheff- y dos obras maestras -Luna nueva, 1940, de Howard Hawks, y Primera plana, 1974, de Billy Wilder-. Quedaba ya clara en la sátira de Hetch y MacArthur la concepción del periodista como un alma destinada a corromperse para sobrevivir, vertiente que explotó Mark Robson en Más dura será la caída (1956), trasladando el periodismo a los turbios negocios del boxeo. Pero quizá la película más incisiva con las malas artes del periodismo sea El gran carnaval (1951), de Billy Wilder (probablemente el cineasta que con mayor acidez se ha ensañado con la profesión periodística), donde Kirk Douglas, reportero de sucesos, mantiene a un hombre atrapado en una mina para alargar el éxito de su exclusiva. Frank Capra tampoco se dejó llevar por el sentimentalismo en la farsa periodística de Juan Nadie (1940), mientras que George Stevens retrató el infierno de un matrimonio de reporteros -Spencer Tracy y Katharine Hepburn- en La mujer del año (1942). También en clave de comedia, la prensa rosa y sus métodos de mosca cojonera quedaron perfectamente representados en Historias de Filadelfia (1940), de George Cukor, así como en el discurso decadente y contradictorio que despliega Federico Fellini en La dolce vita (1959).

Con ojos limpios
El mundo se tambaléo con el caso Watergate, algo de lo que el cine no podía quedar al margen. A partir de Todos los hombres del presidente (1976), de Alan J. Pakula, que narraba en formato thriller las investigaciones de Bernstein y Woodward para desenmascarar a Nixon, comenzó a mirarse el periodismo con ojos limpios, como un necesario cuarto poder que debía velar por los valores democráticos y el cumplimiento de la ley, visión que comparte el filme de Schumacher. Compañero de generación de Pakula, Sidney Lumet concibió una sátira desmelenada sobre la lucha de audiencias en Network, un mundo implacable (1976), mientras que los abusos de la prensa otorgándose los papeles de fiscal y juez quedan sellados en Ausencia de malicia (1981), de Sidney Pollak y El honor perdido de Katharine Blum (1976), del alemán Volker Schlündorff.

En la ciudad como en la guerra, el reportero también adquirió la condición de héroe, alguien capaz de cambiar el curso de la historia y de sacrificar su vida por un dato nuevo. Ha quedado grabada en la retina del espectador la odisea de un periodista americano en la guerra de Camboya que escenificó con crudeza y realismo Roland Joffé en Los gritos del silencio (1984). No le va a la zagga la aventura bélica del reportero Richard Boyle en El Salvador de 1980, narrada con contundencia por un joven Oliver Stone en Salvador (1985), ni la crónica de dos periodistas norteamericanos en la revolución sandinista de Bajo el fuego (1983), dirigida por Roger Spottiswoode. De factura reciente, otros celebrados filmes sobre el papel del reportero de guerra son Welcome to Sarajevo (1997), de Michael Winterbottom; Territorio comanche (1997), de Gerardo Herrero; Las flores de Harrison (2000), de Elie Chouraqui -las tres situadas en el conflicto yugoslavo-, y El americano impasible (2002), del australiano Phillip Noyce.

En los últimos años se han disparado el número de trabajos que de un modo u otro echan mano de la dispersa vida del reportero para explorar diversos temas. Así, Clint Eastwood combinó con maestría la hazaña profesional de un veterano periodista con su desastrada vida personal en Ejecución inminente; Ron Howard construyó una disparatada comedia de enredos en Detrás de la noticia (1994); Michael Mann otorgó de tintes operísticos la cruzada de un periodista contra las empresas tabacaleras en El dilema (1999); el peruano Francisco Lombardi descendió con Tinta roja (2001) a las rotativas de un periódico sensacionalista, y el argentino Juan José Campanella se acercó con amargura y desencanto a una redacción hostil en El mismo amor, la miusma lluvia (2000).

Para escapar de la grisura moral que casi siempre se cierne sobre los filmes en torno al periodismo, cabe acercarse al tema desde el prisma de la fantasía, como hicieron René Clair (Sucedió mañana, 1944) y Harold Ramis (Atrapado en el tiempo, 1992). Héroes o villanos, los chicos de la prensa seguirán escribiendo guiones.