Retrato transgresor
Paz Vega en Carmen, de Vicente Aranda
"Esta no es la Carmen de España, sino la de Mérimée", podría decir con toda propiedad Vicente Aranda de su particular versión del mito literario. Y es obvio, por otra parte, que tampoco se trata de la de Bizet. La mujer fílmica de este pintor moderno del alma femenina es siempre una criatura en rebeldía que busca su propio espacio y que se escapa a toda normativa moral o sexual. La filmografía entera del cineasta ofrece un poliédrico calidoscopio integrado por diferentes mujeres para las que Aranda reivindica -en el territorio de la ficción- ese espacio de libertad transgresora, no domesticable y no asimilable, que la sociedad patriarcal les niega en la realidad. Esta Carmen resulta, en consecuencia, un huracán pasional, una mujer libre que no duda en hacer valer sus encantos y que apuesta por sus impulsos sin ataduras de ningún tipo.Como sucedía ya en Juana la Loca, esta nueva relectura moderna del mito (aquel histórico, éste literario) ofrece casi una auténtica ucronía capaz de insertar un ethos contemporáneo (revulsivo incluso frente a los tiempos actuales) en sendos escenarios del pasado histórico para poner al día otros tantos retratos de dos figuras heterodoxas. El cineasta vuelve a la fuentes originales (allí, la pieza dramática de Manuel Tamayo y Baus; aquí, la novela de Prosper Mérimée), pero ahora el director y su coguionista (Joaquim Jordà) toman prestada la arquitectura narrativa de novelista y convierten a éste en un personaje más del filme. La película deviene así el relato contado por Aranda de cómo Mérimée narra, a su vez, la historia que José le cuenta sobre sus amores y desdichas con Carmen. No estamos, por lo tanto, ante un retrato directo, sino ante la puesta en escena de una narración que dice reproducir lo que otro relato, igualmente subjetivo, le transmite desde la propia vivencia de una pasión amorosa.
Esta dimensión reflexiva de la narración, en cuyo interior se mueve con plena autonomía una mujer carnal y vibrante (excelente encarnación de Paz Vega), es la faceta más interesante y enriquecedora de una película mucho más convincente como retrato femenino que como drama amoroso. Menos satisfactoria, en definitiva, como historia de amor que como estilización vitalista -llena de energía y de fisicidad, hija inequívoca de la poderosa elegancia consustancial al estilo visual del cineasta- de una época retratada a medio camino entre el componente pictórico y el espesor del mito literario.