Robert Eggers exhuma a 'Nosferatu', el vampiro original, en un filme tan repulsivo como bello
Uno de los grandes directores del cine de terror actual recupera al monstruo de Murnau de 1922 en una nueva película donde brillan Lily-Rose Depp y Bill Skarsgard.
A los 9 años Robert Eggers (Nueva York, 1983) se cruzó con una fotografía de Max Schreck caracterizado como Nosferatu y, como si fuese un personaje del filme de Friedrich Wilhelm Murnau, se sintió hechizado por el misterioso vampiro. Tanto le perseguía en sueños esa figura siniestra de cráneo pelado, nariz prominente, dientes afilados y amenazantes garras, que acabó convenciendo a su madre para que le llevará a un videoclub para hacerse con la película en VHS.
En aquella época, principios de los 90, no era tan fácil conseguir este clásico del terror y el pequeño Eggers tuvo que encargarlo. Un mes después, llegó a su buzón una versión sin sonido, elaborada a partir de una copia degradada de 16 milímetros. Para el futuro cineasta fue como toparse con un auténtico found-footage.
"Tenía una cualidad mágica, casi podías sentir que era real”, explicaba el director en la presentación en Los Ángeles de su propia versión de Nosferatu, que llega a las salas españolas el 25 de diciembre con Lily-Rose Depp, Bill Skarsgard, Nicholas Hoult, Aaron Taylor-Johnson y Willem Dafoe en el reparto. “No se distinguía la calva falsa ni el maquillaje, el vampiro simplemente existía. Ese misterio, ese enigma, ha estado conmigo desde entonces”.
Albin Grau, que murió en 1971, seguro que sonreiría maléficamente si pudiera escuchar este comentario. Él fue el productor y director artístico del Nosferatu original de 1922, incluso contrató a Murnau como director. Su compañía Prana Films buscaba hacer proselitismo del ocultismo y, por ello, introdujo numerosas ideas esotéricas en la película. Escuchando a Eggers, se podría pensar que algunas de ellas funcionaron. Al menos, él sí acabó pasando al lado oscuro: es hoy uno de los popes del cine fantástico y de terror, algo que va a potenciar su magnífica Nosferatu.
Eggers debutó con el folk horror de La bruja (2015), un auténtico y espeluznante fenómeno del cine de terror, en donde narraba la descomposición de una familia de colonos en la Nueva Inglaterra del siglo XVII, sometida a la acción de fuerzas malignas.
Le siguió la genial El faro (2019), con unos sobresalientes Robert Pattinson y Willem Dafoe como protagonistas, una mezcla de thriller psicológico, fantasía lovecraftiana y relato mitológico sobre dos fareros aislados en una isla remota de Nueva Inglaterra en el XIX.
Después vendría El hombre del norte (2022), su primera superproducción y también su obra menos lograda, una épica historia de venganza vikinga protagonizada por Aleksander Skarsgard, Nicole Kidman y Anya Taylor-Joy, en la que continuaba mostrando su capacidad para crear poderosas imágenes, pero con una narrativa pesada que no conseguía emocionar (quizá por las intromisiones del estudio en el corte final). El filme, en cualquier caso, no recuperó sus 90 millones de dólares de presupuesto en la taquilla.
Tras este fracaso, Eggers reflexionaba así en The Daily Beast: “Necesito replantearme mi método a la hora de proponer proyectos a los estudios. La cuestión es cómo puedo seguir siendo yo mismo y, al mismo tiempo, sobrevivir en este ambiente. No querría dirigir una película de Marvel”. La estrategia del cineasta ha consistido en regresar a casa, en volver a la infancia, en resucitar a Nosferatu. Y el resultado es terrorífico. Una película electrizante, repulsiva y bella al mismo tiempo, con una atmósfera malsana y una poesía lúgubre.
La nueva versión mantiene en esencia la historia del filme de Murnau, que está inspirado en Drácula, de Bram Stoker. Tanto que Florence Stoker, la viuda del escritor, demandó por plagio a Prana Films y la película estuvo a punto de perderse para siempre, como ocurrió con otros títulos de Murnau.
Los tribunales alemanes fallaron a favor de la demandante y condenaron a la productora a destruir todas las copias. Afortunadamente, algunas sobrevivieron, en París, Tokio o Madrid, y permanecieron ocultas por particulares hasta la muerte de Florence Stoker. Durante décadas, circularon por los canales de distribución versiones sin música, de baja calidad y con cortes importantes (como la que consiguió Eggers en su infancia) y no fue hasta el año 2006 que el restaurador español Luciano Berriatúa logró devolver Nosferatu a su estado original.
En ambos filmes nos encontramos en 1838 en la ciudad alemana de Wisborg, donde viven el joven Thomas Hutter y su mujer Ellen. Hutter recibe la orden de su jefe Knock de ir a Transilvania para cerrar la venta de una mansión con el conde Orlok. Tras una larga travesía, el agente inmobiliario llega al castillo del siniestro cliente, donde empiezan a tener extrañas pesadillas y marcas de mordeduras en el cuerpo. Pronto descubrirá que Orlok es el vampiro Nosferatu y que su mujer no está a salvo.
“El vampiro folclórico encarna la enfermedad, la muerte y el sexo brutal, despiadado”, ha explicado Eggers. “Y ese era el vampiro que deseaba exhumar para un público actual”. La gran pregunta era cómo hacerlo, algo a lo que llevaba décadas dándole vueltas.
Con 17 años, cuando estaba en el instituto escribió y dirigió una adaptación teatral, con una puesta en escena totalmente en blanco y negro, que acabó estrenándose en un teatro comercial. Después, tras La bruja, desarrolló una primera versión del guion de Nosferatu, pero acabó dejando de lado el proyecto.
Tras El hombre del norte, volvió a arrancar con una nueva estrategia. Escribió una novela en la que elaboró historias de fondo para todos los personajes, con escenas que sabía que no incluiría en la película, buscando integrar todo el material que había estado leyendo sobre vampiros. Fue ahí donde descubrió que era necesario que Ellen adquiriera un mayor protagonismo.
“Se trata de la película de Ellen. No solo es la víctima del vampiro, sino del siglo XIX. Por eso, hay un prólogo que empieza con su infancia”, confiesa Eggers, que también ha introducido cambios significativos en el tercer acto. Lily-Rose Depp hace una fantástica labor encarnando a Ellen, en especial en los momentos en los que la maldad de Nosferatu la invade.
En cuanto a la puesta en escena, Eggers rinde también homenaje a Murnau. El Nosferatu de 1922 es un rara avis dentro del expresionismo alemán. Sin duda, el tema fantástico, la atmósfera, ciertas angulaciones de cámara o el uso de la sombra con fines expresivos eran propios de este movimiento estético surgido tras la Primera Guerra Mundial, pero el director germano renunció a rodar las escenas en estudio con esos decorados teatrales de extrañas perspectivas que había popularizado El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1919). Optó por escenarios naturales y esto propició que la mezcla entre realidad y fantasía fuera extremadamente veraz.
Esa veracidad es algo que caracteriza al cine de Eggers desde La bruja, y que vuelve a estar presente en su Nosferatu. “Todas mis películas tratan sobre cuentos populares o de hadas o abordan temas mitológicos o sobrenaturales”, ha explicado en Vanity Fair. “Para que el espectador pueda creer en ello, de la manera en que lo hacen los personajes, es más sencillo que ese mundo se sienta real en vez de estilizado o artificial”.
Así, Eggers rodó exteriores en Praga o en el castillo Hunedora de Transilvania, aunque la mayor parte del trabajo tuvo lugar en unos inmensos decorados construidos con todo lujo de detalles (el director ha sido comparado con Kubrick por su perfeccionismo) y con paredes móviles que permitían que la cámara se desplazara libremente en los planos secuencias que vertebran la película.
Otra de las señas de identidad de Eggers son los inquietantes planos frontales, mientras que asombran las imágenes rodadas bajo una pálida luz de luna. Técnicamente, la película es un logro mayúsculo. Y lo mejor es que Eggers se las ingenia para que todo lo que veamos parezca estar distorsionado por la fuerza maligna del monstruo.
Interpretado por Bill Skarsgard –que tras It (Andrés Muschietti, 2017) va camino de convertirse en el Lon Chaney moderno–, adquiere una nueva fiereza. Eggers, al principio, solo nos muestra algunos destellos de su Nosferatu, reinventado para la ocasión: una silueta iluminada por las velas, unas manos nudosas, su febril mirada… Pero, cuando aparece con claridad, es tan repugnante como imponente, con un cuerpo en descomposición pero una fuerza sobrehumana.
Aunque su voz, que parece proceder de ningún sitio y de todos a la vez, profunda y amenazante, será la que perseguirá en sus pesadillas a las nuevas generaciones. Como en su día le ocurrió a Eggers con el primer vampiro del cine.