Una leyenda china en celofán lujoso
Hero
13 noviembre, 2003 01:00Escena de Hero, de Zhang Yimou
Las trayectorias de Chen Kaige y Zhang Yimou, los dos cineastas más importantes de la "quinta generación" del cine chino, se cruzan de forma intermitente desde que, en 1984, el segundo dirigiera la fotografía de Tierra amarilla, primera película de Kaige y obra fundadora del nuevo rumbo emprendido desde entonces por el cine de su país. No resulta difícil establecer así una relación dialéctica entre las filmografías de ambos que vuelve a ponerse ahora de relieve tras la aparición de Hero, con la que Yimou ha filmado su particular visión de la misma leyenda abordada ya anteriormente por su compañero en El emperador y el asesino (1999).El intento de asesinato del emperador del reino de Quin se convierte aquí, sin embargo, en mero pretexto argumental para la organización de un suntuoso espectáculo-coreográfico que se aleja con nitidez del formato utilizado por Chen Kaige, si bien ambos coinciden en colocar sus aportaciones respectivas bajo la advocación del cine de Kurosawa. Pero si El emperador y el asesino buscaba la sombra de Kagemusha (otro relato con un magnicidio al fondo), Hero evoca la estructura de Rashomon para orquestar un puzzle narrativo que ofrece distintas maneras de narrar una misma historia desde perspectivas y con propósitos diferentes.
El recurso es utilizado por Zhang Yimou para abrir un abanico narrativo que habla más de la subjetividad imaginaria que de la voluntad consciente de los personajes implicados. La larga conversación entre el emperador y el guerrero "Sin Nombre" se organiza, así, sobre sucesivos flash-backs que van desgranando los diferentes encuentros de este último con "Cielo" (un maestro de las artes marciales), con "Espada rota" y con "Nieve voladora", amante del anterior, tras lo que será el propio emperador quien pase a relatar su propia visión de los hechos.
La especulación libre sobre unos hechos de los que nunca llegaremos a saber cómo sucedieron en realidad da pie al cineasta para liberar también, en todas direcciones, su puesta en escena. Primero, en términos cromáticos, puesto que cada segmento del relato está dominado expresamente por una gama de color dominante: negro, rojo, azul, blanco y verde. La fantasía se libera de toda servidumbre realista para colorear cada centímetro de la pantalla en coherencia con la tonalidad de cada relato. Después, mediante la coreografía acrobática que recupera del wuxia pian tradicional chino (historias de esgrima y artes marciales) las fantasiosas piruetas aéreas de los combates, que no son un invento de Tigre y dragón, la película con la que Ang Lee popularizaba entre nosotros este tipo de ballets, sino que están presentes desde hace mucho en un cine popular de género en la producción asiática.
Zhang Yimou despliega todo su acostumbrado buen gusto para componer un espectáculo ciertamente impactante como filigrana cromática y como deslumbrante pirotecnia coreográfica. Pero hay algo dentro de Hero (una cierta asepsia, una cierta recreación formalista que se impone desde fuera, un déficit claro en el perfilado dramático de la trama) que fomenta la sospecha de hallarnos más ante un lujoso digest, envuelto en brillante celofán culturalista para consumo de élites occidentales, que ante una genuina operación con cimientos sólidos en las viejas y venerables tradiciones del género.
A diferencia del Wong Kar-wai de Ashes of Time (melancólica y reflexiva evocación que reconcilia las tradiciones narrativas y pictóricas de la China ancestral con las angustias propias de la modernidad) y del Ang Lee de Tigre y dragón (capaz de recrear las fantasías infantiles sobre una China legendaria y romántica que nunca existió con una poderosa estilización formal, que surge del interior del relato), el Zhang Yimou de Hero se queda en la carcasa del espectáculo y acaba enredándose con las formas en detrimento de la sustancia.
Las imágenes del filme nos devuelven a los exquisitos tapices cromáticos de Ju Dou (1990) y de La linterna roja (1991), pero la dramaturgia interna que sostiene el andamio no tiene aquí ni la intensidad ni la riqueza de aquellas. Quizá la propia audacia del juego narrativo propuesto, o quizás el peligro de la autocomplacencia, le hayan jugado una mala pasada a un cineasta que sigue siendo, pese a todo, el mayor talento de su generación, pero que parece moverse con más comodidad en los registros intimistas (Ju Dou, Una mujer china, Ni uno menos, El camino a casa) que en el campo de la lujosa reconstrucción historicista (La joya de Shanghai, Hero).