Image: Peter Weir

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Cine

Peter Weir

“La tecnología actual puede recrear cualquier hecho histórico”

27 noviembre, 2003 01:00

Peter Weir. Foto: AP

Modesta pero brillante, tremendamente eficaz, la filmografía del australiano Peter Weir está a medio camino del cine comercial y el cine artístico. El autor de obras como El club de los poetas muertos o El show de Truman estrena el 28 de noviembre una épica basada en novelas de Patrick O’Brien, Master & Camander. El director ha hablado en Los Angeles con El Cultural.

Weir, un obseso del detalle, asegura que los proyectos que dirige son resultado del destino. "Siempre rechazo todo lo que me ofrecen", afirma. El director australiano -que se encuentra a las puertas de los sesenta- asegura que si es algo que tiene que hacer "el material se volverá a cruzar en mi camino".

-¿Cuál fue el mayor reto de dirigir esta película?
-Al ser una mezcla de los 20 libros de Patrick O’Brian, el guión ofrecía varios retos. El primero era la posibilidad de escoger lo que quisiera de las veinte novelas. Tuve que distanciarme de Patrick O’Brian para poder cambiar la trama a mi gusto. Pero al mismo tiempo no podíamos salirnos mucho de las acciones narradas en sus novelas. Así que con John Colle, el coguionista, empezamos basándonos en El otro lado del mundo. Pero no funcionaba ya que no había una batalla final y en el libro se quedaban en las islas Galápagos. Al final incluímos un poco de Master & Commander además de añadir algo de nuestra cosecha, siempre manteniendo el tono que Patrick O’Brian utiliza en sus libros. Después de mucho pensar llegamos a la conclusión de que Patrick O’Brian no será recordado por sus argumentos sino por su prosa y por sus personajes y sus escenarios.

El barco inmóvil
-Y durante el rodaje, ¿qué fue lo que más le costó?
-Que el barco pareciera que estaba navegando. Rodamos mucho material en un tanque de agua utilizando muchos trucos para hacer ver que el barco estaba en el mar. Tenía que hacer creer a la audiencia que el barco iba de Brasil a las islas Galápagos. Tenía que mostrar cambios de luz, cambios de clima. De los 100 días de rodaje estuvimos unos 10 en el mar para captar imágenes suficientes que aportaran ese realismo. Como ves, muy poco de lo que aparece en la película fue filmado en un barco navegando. La mayoría está rodado en un decorado con una base hidráulica que permite el movimiento y otro tanto en miniaturas.

-Tiene fama de ser especialmente perfeccionista con los detalles. ¿Le complica eso su trabajo más de lo que debería?
-Hasta cierto punto sí. Creo que con este filme he llegado a superarme pero no ha sido por gusto sino porque no tenía otra opción. En el barco que utilizábamos de decorado quería mover la cámara en todas las direcciones posibles. Todo tenía que estar preparado. Y eso a veces me desesperaba. Es difícil trabajar con la gente del departamento de dirección de arte en los Estados Unidos. Es muy difícil conseguir que envejezcan los materiales. A veces creen, de una forma generalizada, que viejo significa sucio. Como para los norteamericanos una cosa no puede estar sucia, nos llevó mucho tiempo conseguir que el barco tuviera el aspecto adecuado.

-Muchos de sus filmes son un examen de personajes que mantienen una distancia con la realidad. Por ejemplo, los Amish en único testigo o el protagonista de El show de Truman. En este filme, la tripulación vive aislada de la vida normal durante meses. ¿Es una decisión consciente?
-No. Sin embargo, con tanta evidencia es difícil que alguien me crea. Creo que en mi caso se debe a que en los años 50 en Australia estaba tremendamente interesado en quiénes éramos y cómo llegamos allí. En la escuela me quedó claro que la mayoría veníamos de Europa. Le pregunté a mi padre y dijo que de Escocia. ¿Qué ciudad? Le pregunté. "Eso lo sabrá tu abuelo", me dijo. Mi abuelo tampoco sabía nada y dijo que el único que podía aclarar mis dudas era mi tatarabuelo, que estaba muerto. Me di cuenta de que, a diferencia de los norteamericanos, los que emigraron a Australia -excepto los presos que fueron enviados allí- abandonaron sus tierras de origen para siempre. En 1840 irse a Nueva York desde Portsmouth significaba un viaje de seis semanas. Llegar a Sidney eran seis meses. El riesgo era enorme. Los que pasaban seis meses en el mar era para no volver. Cortaron sus raíces de golpe. Además, como reinsertaron los prisioneros en la sociedad australiana, mi padre siempre me sugería que no hiciera muchas preguntas. En esa época era común no hablar de donde venía uno. Para mí esto era fascinante y extraño al mismo tiempo. Nos encontrábamos en Asia y nadie sabía de dónde había venido. Entonces hice un viaje en barco hasta Europa por el Canal de Suez. Fueron cinco semanas. De hecho nunca más he vuelto a casa desde ese viaje a Europa. Imagino que lo que asoma en esas películas mías es ese descubrimiento en mi infancia de que éramos de alguna forma huérfanos culturales.

-¿Ha investigado sus orígenes desde entonces?
-Lo he intentado pero no llegué muy lejos. En Escocia, cerca de la frontera con Inglaterra, hay una ciudad llamada Dumfries. Mi tatarabuelo viene de allí. Sin embargo, en esa época había un impuesto a la hora de sacar tu partida de nacimiento, por lo que durante una época no hay registro de ningún tipo en las parroquias. La gente quería ahorrar esos seis peniques. Me quedé con las ganas de saber más.

-No hay muchas películas épicas e históricas últimamente. ¿A qué cree que se debe eso?
-Creo que hay varias respuestas. Pienso que hasta que no llegó Gladiator, la gente no se dio cuenta de que las películas históricas podían funcionar. Instigó un deseo de tramas protagonizadas por personajes históricos. También el hecho de que las mejoras tecnológicas en el apartado de los efectos especiales facilita mucho embarcarse en proyectos de esta magnitud. Hoy en día si tienes el dinero, con los ordenadores puedes hacer prácticamente lo que quieras. Mira El señor de los anillos. Increíble. Además existe esa noción de que a través de personajes del pasado examinamos nuestro presente. Vemos cualidades en esos hombres y mujeres de antes y de forma nostálgica deseamos haber aprendido algo de ellos.

Rusell Crowe o Richard Burton
-Ahora que menciona Gladiator, ¿escogió a Russell Crowe de protagonista cuando vio la película de Ridley Scott?
-Sí. Quería escoger entre Russell Crowe y Richard Burton. Richard Burton está muerto. Si estuviera vivo me habría costado decidirme. (Risas) Russell tiene un carisma especial. Denota autoridad y liderazgo. Eso no impide que su rango como actor sea más amplio y pueda hacer de John Nash (en Una mente peligrosa). Es una estrella de cine poco habitual porque es un actor como la copa de un pino. Sabemos que hay estrellas de cine que son tremendos actores pero esa combinación no siempre se da. Tom Hanks es uno de ellos también.

-¿Se lo ha dicho a él?
-Creo que no. Pensé en Richard Burton cuando no podía conseguir a Russell. Aparentemente, cuando quería rodar Master & Commander Russell no estaba disponible. Al final todo se resolvió.

-Russell Crowe también tiene fama de ser un perfeccionista. ¿Tuvo alguna discusión con él?
-Es un actor que viene muy bien preparado al plató. Presta atención a todos los detalles. No es de los que prefieren dejarlo todo a la improvisación. Antes del rodaje pasamos dos semanas con el guionista Akiva Goldsman. Le llamé para que puliera el guión con nosotros. Repasamos todas sus escenas y las comparamos con los libros originales para ver si nos olvidábamos de algo. Fue un proceso muy bonito.

-¿Cómo llegó a convertirse en director de cine?
-Fue un proceso evolutivo. A pesar de que me gustaba el cine, mi verdadera pasión al principio fue el teatro. Con un par de amigos montamos alguna obra en la universidad. Hacíamos sketches de comedia. En algunos incluíamos imágenes rodadas. Pronto empezamos a rodar los sketches y quedé fascinado con el proceso. La cámara era sólo una herramienta. Pronto sentí que lo hacía mejor detrás de la cámara. Eso era en los años 60. Luego empecé a hacer filmes más largos. Al final llegué a dirigir uno de media hora y hasta gané un par de premios en Australia. Entonces un amigo me sugirió que me apuntara al Australian Film Institute. "¿Conoces a Renoir?, ¿A Kurosawa?", me preguntó. Le dije que no. Que de Kurosawa había visto un film. "Tienes que verlos todos", me dijo. Insistió en que me apuntara a la escuela pero dije que no estaba preparado. Pensé que me inhibiría si sabía lo alto que tenía que llegar. No fue hasta que había rodado Picnic en Hanging Rock y La última ola. Tenía tres largometrajes a mis espaldas y me sentía suficientemente seguro para aguantar un año. Allí aprendí mucho sobre todo gracias a la filmoteca que tenían. Empecé con los rusos y las películas mudas.

Ferrán VILADEVALL


El regalo de Patrick O"Brien
A mediados de los noventa, la Paramount ofreció a Peter Weir la posibilidad de adaptar al cine una novela de aventuras de Patrick O’Brien. "En aquel entonces la adaptación se basaba literalmente en el libro Master & Commander y pensé que llevarlo al cine sería principalmente una parodia", explica Weir. Afortunadamente, y siguiendo su lema de no aceptar encargos, prefirió dirigir El show de Truman, que ha quedado como uno de los filmes más interesantes y exitosos de la pasada década. Como premio, la Paramount le preguntó qué regalo deseaba: "Yo les dije que un ejemplar de la primera edición de cada una de las 20 novelas de Patrick O’Brian". Así empezó la historia de este filme, una de las grandes y reconfortantes sorpresas de la temporada cinematográfica.