Image: Daniel Burman

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Cine

Daniel Burman

“En Argentina somos mucho más que la crisis”

25 marzo, 2004 01:00

Daniel Burman

Daniel Burman (Todas las azafatas van al cielo) rompió todas las expectativas cuando ganó el gran Premio del Jurado en el pasado Festival de Berlín. Su último filme, El abrazo partido, sorprendió al mundo entero por su maestría para equilibrar comedia y profundidad dramática a través de una crónica familiar con apuntes autobiográficos. Con motivo de su inminente estreno en salas españolas, el director argentino ha hablado desde Buenos Aires con El Cultural.

El cuarto largometraje de Daniel Burman (Buenos Aires, 1973) no es sólo una película más que sumar al admirable catálogo del último cine argentino. El abrazo partido, además de conquistar a los jueces de la pasada Berlinale -ganó el Gran Premio del Jurado-, es la obra más compacta, libre y autobiográfica de uno de los jóvenes cineastas más interesantes del panorama internacional. Al igual que su segunda película Esperando al Mesías, el filme indaga en tono de comedia los conflictos de la comunidad judía y la búsqueda de nuevos horizontes lejos de Argentina, pero es sobre todo una crónica familiar: la del reencuentro entre un hijo de treinta años, Ariel (Daniel Hendler), y su padre Elías (Jorge D’Elia), quien abandonó el país cuando el primero era un niño. En unas galerías comerciales situadas en el barrio judío de Buenos Aries, Ariel trabaja con su madre detrás del mostrador de una tienda de lencería que les dejó el padre cuando se marchó. Su única motivación es justificar su pasado, sus orígenes polacos y de raigambre judía y hallar la verdadera historia de su padre, ésa que su madre (Adriana Aizenberg) siempre le ha ocultado.

-¿Se esperaba tal recibimiento en el Festival de Berlín?
-Obviamente fue una tremenda sorpresa. No había ninguna expectativa, y supongo que eso jugó a favor. Me sorprendió la enorme llegada de la película a todos los niveles, tanto en los más superficiales como en los discursos más profundos, y cómo espectadores de todas las nacionalidades conectaron con el humor de la película.

-Quizá es el tono ligero del filme, sin obviar el contenido de fondo, una de las claves de su éxito, ¿no cree?
-Por supuesto. Uno cuando hace cine quiere reflexionar sobre cosas profundas, asuntos que nos conciernen a todos como humanos, pero también y sobre todo quiere entretener. A mí no me gusta ver cosas terribles en el cine. Si una historia va de un niño que muere en un pozo, prefiero no verla. A todos nos gusta y necesitamos tratar temas existenciales, como las relaciones generalmente dramáticas entre padres e hijos, pero mi posición es tratarlos desde la ligereza, desde el humor, para salir del drama cotidiano de cada día. La filosofía de mi cine consiste en sobrevolar la vida.

Personajes familiares
-Supongo que una película que trata con tanta cercanía un universo tan particular como el de la comunidad judía en unas galerías comerciales de Buenos Aires, sólo es posible desde la experiencia. ¿Cuánto hay de autobiográfico en El abrazo partido?
-Mucho, mucho. Hay partes completamente autobiográficas... como la de la petición del pasaporte polaco, que las he vivido tal cual, y situaciones del barrio. Todos los habitantes de la galería me resultan familiares, como viejos amigos. Desde niño y más tarde de adolescente he sido testigo de las historias y los personajes extravagantes que se esconden detrás de los mostradores. Son personas que han dejado atrás sus raíces, hijos y nietos de inmigrantes que huyeron de su país de origen por su condición judía. En ello siempre encontré señales que advertían sobre los universos ricos en historias que ocultan, maquilladas de mediocridad quizá para mantenerse en el anonimato.

-De hecho, uno de los grandes temas de la película es la dificultad de comunicarse...
-Sí, sobre todo en un microuniverso como el que retrato, con esa diversidad cultural, en la que hay coreanos, judíos, argentinos, peruanos, americanos... Una de las cosas de la película que sorprendió a la prensa europea es el hecho de que cuente una historia multiétnica en la que el conflicto no es el racismo, sino la búsqueda de raíces. Lo que ocurre es que aquí vivimos una diversidad cultural muy saludable. Siempre ha sido así y por lo visto sorprende. En cuanto a lo de la falta de comunicación hay varias escenas con ese leit motiv. Mi escena preferida de toda la película es una de ellas: la reunión de los propietarios de la galería para organizar la carrera... quería retratar cómo a pesar de las barreras idiomáticas y culturales, es posible que nos entendamos, y también dejar constancia de todas las tonterías que podemos decir cuando tratamos de comunicarnos.

-¿En qué basó la decisión de rodar toda la película cámara en mano?
-Quería supeditarme totalmente a los actores. Creo que la verdad en el cine, si hay algo de verdad en él, sólo se puede conseguir a través de los actores. Son ellos los que le dan alma a las películas. No se puede pretender que un actor diga que ama a alguien, y que te lo creas, mientras está preocupado por no cruzar determinada línea o pisar una marca. No se les puede obligar a que actúen en función de la posición de la cámara, sino que la cámara debe estar al servicio de sus movimientos. Por lo tanto, yo me lo jugué al cien por cien en eso. Si bien también hay una opción de tipo estético en esta decisión, mayormente fue por ellos, para darles la máxima libertad posible y que la utilizaran.

-Efectivamente, los actores se mueven con una enorme libertad. ¿Hubo mucho espacio para la improvisación?
-Puede parecer mentira para cualquiera que haya visto la película, pero lo cierto es que no hubo prácticamente nada de improvisación. Todos los diálogos siguen escrupulosamente el guión.

-Ha mezclado actores no profesionales con profesionales. ¿Cómo ha sido esa convivencia?
-Estupenda, ha sido un trabajo intenso, con un mes de ensayos antes del rodaje. En mis anteriores películas, el único momento donde sentía que esto de hacer cine se parecía a un trabajo, era cuando tenía que hablar con los actores. Sin embargo, en esta película, esa tortura devino en un gran placer, quizá porque tenía muy claro desde el principio quién era quien.

-El guión lo coescribió con el escritor Marcelo Birmajer, ¿qué afinidades comparten?
-Bueno, él es un excelente cuentista, un cronista del barrio, que ha escrito mucha buena literatura sobre el barrio del Once, porque, como yo, se crió allí. Además, es muy amigo de mi hermano.

-Se ha comparado su humor con el de Woody Allen, ¿se siente deudor suyo?
-Supongo que el parecido entronca con nuestras raíces judías. él es mucho más que un director de cine, es un autor clave del siglo XX, y por supuesto me enorgullece que alguien pueda pensar eso.

Dramas cotidianos
-En El abrazo partido ha preferido huir de los temas económicos y sociales que plantea la historia y centrarse en el drama familiar...
-Bueno... es lo que me interesaba. Además, en Argentina somos mucho más que la crisis. A veces se nos olvida que la crisis no abarca todos los estamentos de la vida. También amamos, reímos y nos levantamos arrastrando nuestros dramas cotidianos. Con crisis o sin ella, tenemos los mismos problemas existenciales que el resto del mundo.

-¿Cuál será su próxima película? ¿Tiene algo en marcha?
-Lo próximo que quiero hacer es completar la trilogía que empecé con Esperando al mesías y que he continuado con El abrazo partido. Todavía no tiene título, pero será una película pequeña en la que Daniel Hendler será de nuevo el protagonistas y mi alter-ego. Ya no puedo negar que es mi actor fetiche.