Image: Shrek

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Cine

Shrek

...de cómo el ogro conquistó el trono

24 junio, 2004 02:00

Shrek

Dreamworks, la compañía productora de Steven Spielberg y Jeffrey Katzenberg, encontró la llave para conciliar la magia que buscan los niños y la irreverencia capaz de conquistar a los adultos. Su nombre: Shrek, un ogro salido del fango que en 2001 puso patas arriba no sólo el cine de animación, también las convenciones del cuento de hadas. Tras su exitoso estreno en Cannes, la segunda parte de Shrek llega el día 30 a nuestras salas dispuesta a batir todos los récords habidos y por haber.

Ahora que ya se puede decir que dos tercios del Ataque de los Clones eran puro efecto digital; que Oliver Reed continuó vivo aún después de muerto gracias a las técnicas infográficas en Gladiator; y que Steve Jobs y John Lasseter encabezan la lista de los hombres más poderosos de Hollywood según la revista "Premiere" y son portada de la moderna "Wired", sería estúpido no asociar lo digital con la idea de un futuro perfecto. No es extraño que si la Disney no tardó ni el canto de un duro en obligar a los protagonistas de Toy Story a repetir la jugada, en la Dreamworks se hayan puesto las pilas para que Shrek 2 volviera a levantar los ánimos de su exitoso departamento de animación. La película de Andrew Adamson, Kelly Asbury y Conrad Vernon no sólo ha competido en Cannes -decisión que es una exagerada toma de postura por parte de una organización que teme ser tachada de clásica o conservadora- sino también ha batido los récords de recaudación alcanzados por Buscando a Nemo, convirtiéndose en la película de animación más taquillera de la historia.

La espina de Pixar
Está visto que este ogro verde y amable es, además, la única espinita clavada que tiene la Pixar (cinco películas, cinco éxitos) después de separarse de la Disney e iniciar su andadura en solitario. Pero, ¿cuál es el secreto de Shrek 2 para comerse con patatas los extraordinarios tour de force de Lasseter y compañía? Quienes esperen algo distinto de esta secuela lo llevan claro. No hay novedades relevantes, sofocado el efecto sorpresa todo se reduce a un oportuno juego de moviola: aquí se trata de reivindicar otra vez el "sé tú mismo aunque seas feo", lema amparado por una simpática idea de familia disfuncional y un humor escatológico que resulta a menudo inofensivo, quizá su mejor baza si lo comparamos con el humor de línea clara, mucho más infantil, practicado por los chicos de la Pixar. Como en la primera parte, la eficacia de los gags es directamente proporcional a la inversión de roles, caracteres y mitos populares: ese Gato con Botas, ingeniosamente doblado al inglés por Antonio Banderas, que pasa de ser asesino a sueldo a sacrificado guardaespaldas de Shrek en menos que canta un gallo; ese Capitán Garfio que canta como Tom Waits; esa Hermanastra malvada que es, en realidad, un travesti que tiene todos los números para acabar compartiendo lecho con... el Príncipe Encantador (un inciso: he aquí cómo Hollywood ha conseguido integrar lo gay en su discurso homogeneizador, soltando un guiño animado para los adictos a Rupert Everett, el gay que todo hetero debe sentar a su mesa según los carcomidos y previsibles gustos de la industria); el burro verborreico e hiperactivo (una magnífica creación de Eddie Murphy)...

Nada nuevo
No hay nada que Vladimir Propp, Umberto Eco, Bruno Bettelheim o los guionistas de la revista "Mad" no supieran valorar e imaginar hace muchos, muchos años. Sin embargo, y Shrek 2 lo pone de manifiesto con mucho más descaro que la primera entrega, no hay una intención real de transgredir los estereotipos del cuento infantil y su carga semántica, moral e ideológica. No estamos, para entendernos, en las aguas de la escritora Angela Carter, que supo extraerle toda la sangre psicoanalítica a la leyenda de la Caperucita Roja hasta dejarla seca, preguntándose por qué la menstruación despertaba en el sexo femenino el deseo de animalidad, los instintos carnales más primarios y violentos. Ni en las del citado Bettelheim, que consideraba las fábulas como sesiones de psicoterapia de efectos colectivos y democráticos. Ni siquiera en las aguas de Vladimir Propp, que señaló que los relatos tradicionales provenían de ritos de iniciación de las sociedades preagrícolas y por eso resultaban tan atractivos para todo el mundo. No, aquí el beso entre dos seres monstruosos no sirve para reflexionar sobre el papel de la belleza en la construcción de la identidad del lector infantil. Más allá de un mensaje que no acepta demasiadas divagaciones intelectuales, Shrek 2 divierte en función de si somos capaces de reconocer la fuente original de sus burlas. Divierte como una versión más esnob y trabajada de la serie Agárralo como puedas.

En ese sentido, es particularmente afortunada la reproducción de la ciudad de Los Angeles como un decorado de cartón piedra, lleno de parodias bastante graciosas de grandes corporaciones de comida rápida y café veloz, la revisión pinnocchiana de Misión imposible, y la cena de recepción que los monarcas del reino "Más lejos todavía" le dedican a su hija, la princesa Fiona (voz de Cameron Diaz), y a su nuevo repulsivo marido (voz de Mike Myers), cena que evoca la tensa xenofobia que Katherine Hepburn y Spencer Tracy sentían por Sidney Poitier en Adivina quién viene esta noche. De hecho, el hipócrita liberalismo pequeñoburgués de la película de Stanley Kramer no está tan lejos del supuesto progresismo ético de Shrek 2: el beso final de los dos protagonistas refuerza tanto el estatus quo establecido por varios siglos de cuentos infantiles como lo hicieron en su época La bella durmiente o La cenicienta. La cuestión es: si los directores de Shrek 2 utilizan el tema Mi vida loca popularizado por Ricky Martin para concluir su festín, ¿lo hacen para reírse de lo que supone el cantante para la cultura de masas, para reforzar su discurso irónico o, simplemente, para seducir a ese público de multisalas que lo convirtió en un superventas? Esa ambigöedad es, probablemente, la que empaña los logros de una película que abusa de la vulgaridad para justificar su presunta sofisticación.

Segundos de a bordo
En el lado más puramente técnico, los de la Pixar pueden estar tranquilos: los de la Dreamworks siguen siendo los segundos de a bordo. Si en Buscando a Nemo o Monsters, S.A hay una preocupación por mejorar la calidad de los volúmenes y los fondos, por hacer naturalismo infográfico sin que resulte artificioso, en Shrek 2 parece haber aún un cierto desprecio por la forma que hace que, por ejemplo, los personajes humanos desluzcan en comparación con los ogros o los animales. Bajo los auspicios de Jeffrey Katzenberg, los dibujantes están más pendientes de que la broma arranque carcajadas que de si el dinamismo de las líneas y colores acaban de funcionar. Prefieren la artesanía apresurada a la orfebrería de lujo. Tal vez por eso la Dreamworks aún sufre un cierto complejo de inferioridad, continúa obsesionada por robarle la gallina de los huevos de oro a su principal competidora y está dispuesta a hacer lo que sea para lograrlo. Sin ir más lejos, su próximo proyecto, cuyo estreno americano está previsto para el mes de octubre, es Shark Tale, la historia de un pezqueñín (voz de Will Smith) que se encuentra al lado del cadáver del hijo de Don Lino (voz de Robert de Niro) y, sin comerlo ni beberlo, carga con el muerto. Los ecos de Buscando a Nemo rebotan en las oficinas de la Dreamworks con el mismo descaro con que rebotaron cuando la Pixar estrenó Bichos poco después de HormigaZ. No deja de ser curioso que la animación digital, por la que nadie apostaba un euro hace diez años, se haya transformado en terreno abonado para el espionaje industrial. Los grandes estudios han puesto a trabajar a sus cabezas de pelotón para repartirse el pastel de un arte que ha pasado a pertenecer a primera división en menos que canta un gallo. En Navidades, Robert Zemeckis estrena The Polar Express, donde Tom Hanks ha servido como modelo y voz para el dibujo protagonista, un ferroviario que llevará a un niño soñador más allá de los confines del Polo Norte para que conozca a Santa Claus. Por esas fechas, la Pixar ha reclutado a Brad Bird (el genio tras El gigante de hierro) como realizador de The Incredibles, cinta de animación de superhéroes pixelados que cuenta con las voces de Craig T. Nelson, Samuel L. Jackson, Holly Hunter y Jason Lee. E incluso la división animada de Filmax colabora en la producción de Pinocchio 3000, ambiciosa versión futurista del cuento de Carlo Collodi con nombres en el reparto tan ilustres como Whoopi Goldberg y Malcolm McDowell.

Animación en pañales
En ese sentido, el éxito de Shrek 2 es sólo la punta del iceberg de un fenómeno que amenaza con invadir las salas de cine de los próximos años. Lo mejor de ese éxito puede iniciar una línea de investigación técnica y estética en la que hay mucho que explorar y descubrir: la animación digital aún está en pañales, y crece a pasos agigantados. Lo peor de ese éxito puede provocar que los que manejan el cotarro sean oportunistas y jueguen sobre seguro, acomodando los nada exigentes paladares del público de multisalas.