Image: El príncipe y la corista

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Cine

El príncipe y la corista

Marilyn Monroe en DVD

17 febrero, 2005 01:00

Fotograma promocional de la película

El Cultural entrega el próximo jueves, por sólo 8,95 euros, el DVD El príncipe y la corista (1957), donde se dan cita dos de las estrellas más seductoras de la gran pantalla, Marilyn Monroe y Laurence Olivier, quien también dirigió el filme. La película triunfa no sólo como agradable entretenimiento sino por su insólita combinación de talentos tan dispares.

La primera aparición de Marilyn Monroe en El príncipe y la corista, ataviándose en el camerino y llegando tarde al escenario para la recepción de príncipe ‘pícaro’ regente, ya da la medida de un papel que parece hecho a su imagen y semejanza, cuya fama también se alimenta de su crónica impuntualidad, una de las tantas fuentes de desesperación de todos los que trabajaron con ella (y de la que Sir Laurence Olivier no se libraría). Pero aunque lo parezca, no es totalmente exacto que el papel de la corista Elsie Marina se diseñara a la medida de la actriz hollywoodense, pues la película (financiada por ella y rodada en los londinenses estudios Pinewood), es una versión para la pantalla de la obra de Terence Rattigan The Sleeping Prince, que Laurence Olivier y su esposa Vivien Leigh habían protagonizado con éxito sobre las tablas británicas.

Desde que Marilyn echó el ojo a la pieza teatral, no descansó hasta conseguir el papel con el que deseaba dejar definitivamente atrás la imagen de animal inocente y sexual que se había fabricado. Se cuenta que la estrella convenció al autor de la obra para que cediera los derechos a su compañía Marilyn Monroe Productions durante una escala en el aeropuerto de Nueva York. Recién cumplidos los treinta años, con una productora creada para controlar cada paso de su carrera y como alumna destacada del "Método" bajo el constante y abusivo influjo de los Strasberg (del que fue advertido Olivier por Wilder y Logan), la estrella estaba determinada a medirse con uno de los intérpretes más prestigiosos y brillantes de la escena mundial. Pero el actor inglés, que aceptó la propuesta a cambio de dirigir la película, pronto dejó claro entre chistes mordaces y actitudes intimidatorias que no iba a ser tan fácil para la actriz desprenderse del estereotipo de sex symbol que la perseguía, esa camisa de fuerzas que en realidad nunca pudo quitarse. "Lo único que tienes que hacer es mostrarte sexy, querida", le dijo el ampuloso actor al comenzar el rodaje, marcando distancias. De manera que cuando vemos a la corista hacer unas muy creíbles y simpáticas muecas de burla a espaldas del príncipe de Carpatia, no es difícil reconocer a una desenfadada Marilyn burlándose realmente de su director y compañero de reparto. Al menos en eso, las técnicas del Actor’s Studio daban sus frutos. Y es que sólo la naturaleza indomable de Marilyn y su talento para la comedia explican que parezca controlar hasta el detalle cada gesto y vibración de su personaje -marcados con primeros planos-, cuando sabemos por las incontables crónicas de su vida que trabajó, como casi siempre, bajo el fuego cruzado de miles de ojos: los de su marido Arthur Miller, los de una prensa que ridiculizaba sus pretensiones, los de una profesora castrante que le aconsejaba pensar en Sinatra y en la Coca-Cola, los de una psicoanalista que voló de Nueva York a Londres para estar con ella, los de un director arrogante como el príncipe al que daba vida y hasta los de la esposa del director, que probablemente se sintió desplazada cuando no reemplazada.

Alegre divertimento
Siempre que no nos tomemos muy en serio su sentimentalismo, El príncipe y la corista funciona a la perfección como inteligente y alegre (a veces hilarante) divertimento, como fina y suave parodia del protocolo y las conspiraciones monárquicas. Los tantas veces escenificados desencuentros entre dos personas de clases sociales opuestas operan tanto dentro como fuera de la pantalla, algo sólo posible juntando a un actor británico de alta alcurnia con una actriz californiana cuyos inicios (no tan lejanos entonces) hay que buscarlos en los tugurios de Sunset Boulevard. Esta es una de las grandes virtudes de una película que además sabe llenarse de excelentes secundarios -¡qué presencias las de Richard Wattis y Sybil Thorndike, bordando sus imprescindibles personajes!- y ofrece suficientes estímulos como para no prestar atención a la en ocasiones desorientada labor de Olivier tras la cámara o al cartón piedra de la plaza Westminster y demás "exteriores". La fotografía de Jack Cardiff -responsable del deslumbrante colorido de Las zapatillas rojas- retrató a Marilyn en su más serena, blanca y madura belleza, capaz de desplazar de cuadro al Gran Duque del arte de la interpretación.


La crítica dijo que...
-"Marilyn nunca ha parecido ejercer tanto control sobre sí misma, como persona y como actriz, como en este filme" (New York Post)
-"Este es el mayor esfuerzo cinematográfico de la señorita Monroe. Bajo la dirección de Olivier, nos descubre su gran sentido de la comedia" (Los Angeles Times)
-"La impredecible oscilación de las promesas interpretativas de Marilyn Monroe se sitúa en su punto culminante en El príncipe y la corista" (New York World)