Image: Kinsey

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Cine

Kinsey

Director: Bill Condon

3 marzo, 2005 01:00

Liam Neeson es Alfred Kinsey en Kinsey, de Bill Condon

Intérpretes: Liam Neeson, Laura Linney, Chris O’Donnell, Timothy Hutton. Guionista: Bill Condon. Estreno: 4 marzo. 118 min.

Hay que recurrir al título y al sentido que tenía éste en la película de Chus Gutiérrez para caracterizar la verdadera naturaleza de Kinsey, supuesta indagación en los secretos del sexo en la sociedad americana de los últimos años cuarenta bajo el pretexto de contar la vida de Alfred Kinsey. El discurso oral sobre el sexo desplaza aquí, de hecho, a la práctica del sexo, cuyo ejercicio se escamotea con un pudor timorato que contradice abiertamente las teorías del biografiado. Como si se hubiera dejado contagiar por los miedos que atenazaban a la sociedad investigada por el protagonista, el director de Dioses y monstruos opta aquí por retratar al personaje en el ejercicio de hablar infatigablemente sobre el sentido de su trabajo.

El resultado es cuanto menos desconcertante. Si lo que se pretendía era trazar la semblanza de un honesto investigador, empeñado en desvelar los secretos de alcoba en una sociedad puritana, lo que se consigue es perfilar el retrato de un pelmazo que, impulsado por traumas infantiles, sufre una incontenible logorrea que -como resultado de la puesta en escena- le lleva a explicar una y otra vez, sobre todo a los espectadores, la finalidad de su obsesión. Si lo que se intenta es hablarnos de un hombre que llega a experimentar en carne propia las teorías de su investigación, las imágenes sólo transmiten el retrato de un enfermo incapaz de diferenciar su trabajo de su vida personal.

No estamos aquí ante un ejercicio que pretenda hacernos reflexionar sobre las contradicciones de un personaje que se pone en escena a sí mismo (como sucedería en una película de Rohmer o de Mankiewicz), sino ante un retrato hagiográfico que, por falta de distancia analítica, termina por desvelar al ficcional Kinsey como un monigote movido por los hilos del guión. Carente el relato de dramaturgia interior, las diferentes secuencias se encadenan porque así lo ordena el montaje, pero no porque una derive necesariamente de la anterior ni porque lo demande una lógica dramática o una puesta en escena capaces de visualizar lo que se pretende contar.

Por todo ello, ni se ve cómo Kinsey y su esposa consiguen finalmente hacer el amor, ni se ve prácticamente nada de lo esencial en una película con expreso formato de biopic en el borde de la cursilada. Lo que se pretende como reivindicación de un figura histórica que juega un papel liberador en la historia de la sexualidad americana acaba convirtiéndose, de esta forma, en una pudorosa representación llena de tabúes, más dócil con las exigencias de la producción comercial que con las demandas implícitas en el sentido de la lucha desarrollada por el verdadero Kinsey.