Star Wars el fin del principio
Escena de Episodio III. La venganza de los Sith
George Lucas ya ha cumplido su sueño. La precuela de La guerra de las galaxias, los tres primeros capítulos de la epopeya galáctica que cambió la historia del cine, llega el 19 de mayo a su fin con el estreno mundial de Episodio III. La venganza de los Sith. Y lo hace con más oscuridad que nunca, relatando con convicción y sin concesiones la transformación de Anakin Skywalker en Darth Vader. Convocados por El Cultural, los críticos Jesús Palacios y Alberto Bermejo ofrecen sus respectivos argumentos a favor y en contra de la necesidad de realizar una precuela que, para muchos, nunca tendría que haber comenzado.
Si así lo cree Lucas, es posible que La guerra de las galaxias necesitara una explicación al nacimiento del villano entre los villanos, esa fuerza tan creíblemente maligna y compleja que es Darth Vader. Y probablemente miles de adeptos a la epopeya galáctica por excelencia necesitaran conocer con todo detalle la prehistoria de los hoy capítulos IV, V y VI de la saga. Pero cabe preguntarse si de verdad hacía falta volver atrás y destruir para las futuras generaciones de espectadores el gran placer de imaginar, abrir la puerta de la representación y cerrar la ventana de la fantasía, que es el lugar de donde nacen los mitos. Lucas lo tiene claro: "Ver las películas empezando por el Episodio I y terminando con el VI será una experiencia distinta. Será emocionante ver cómo todo encaja". Por supuesto, aunque sea a costa de anular la sorpresa y el impacto de ver cómo en El imperio contraataca Darth Vader le revela a Luke (y al espectador) el criptograma de su nombre -Padre Oscuro-, secreto que sostiene la musculatura dramática de la saga. Al menos para los más jóvenes, aquella revelación fue tan traumática como la primera promesa de amor traicionada.
La cara oculta del mito
De traiciones, en realidad, va el asunto. Lo que hoy sabemos, una vez terminada la precuela, es que la trilogía que cambió para siempre la industria de Hollywood nunca volverá a verse como se vio entonces. Y no sólo por los añadidos digitales de su reestreno o por la implacable mutación de los tiempos y las películas, que también, sino porque Lucas lo ha querido así. Ha abierto el baúl de los secretos y ha mostrado la cara oculta del mito.
Si obviamos los primeros y decepcionantes capítulos de la precuela (La amenaza fantasma y El ataque de los clones), que en realidad no aportan información muy relevante a la trilogía y más bien parecen realizadas con un ojo en las ventas de videoconsolas, lo cierto es que con alguna que otra variante La venganza de los Sith podría haber sido a La guerra de las galaxias lo que El Hobbit es a El señor de los anillos: una aventura prólogo que diera cuenta del origen del mal y la tiranía (el Lado Oscuro de la Fuerza para unos, el Anillo de Poder para otros). Podría haber sido, y de hecho a su manera lo es, una introducción negra y pesimista que hiciera encajar todas las piezas sueltas de la épica intergaláctica. Pero la jugada de George Lucas se antoja mucho más ambiciosa. Con la precuela que hoy termina en pantallas de todo el mundo, nos habrá ofrecido la monumental biografía hasta ahora imaginada de Anakin Skywalker, el hombre detrás de la máscara de Darth Vader. Que esto responda a unos intereses artísticos y a una vocación fabuladora -sostiene Lucas que ya escribió un largo esbozo de los antecedentes de la trama en los años setenta-, por encima de los jugosos beneficios de la operación, depende de los ojos con los que cada cual mire al cineasta más rico del planeta Tierra.
Hijo de la Contracultura
A nadie escapa que sobre el fenómeno Star Wars se ha levantado uno de los imperios económicos más lucrativos del planeta, un holding empresarial que opera bajo la bandera de Lucas Films. Todo comenzó con Industrial Light & Magic (ILM), desde donde desarrolló la tecnología necesaria para crear los 300 planos de efectos visuales que le permitieron traducir su idea a la pantalla (para la última entrega ha necesitado 2.200). Si obvia era la lectura contracultural del subtexto de la primera trilogía, poniendo en escena la lucha con palos y gomas de los rebeldes (el Vietcong o los cineastas del Nuevo Hollywood) contra la tecnología sofisticada del Imperio (Estados Unidos o los grandes estudios), no es menos cierto que lo que estaba activando Lucas con La guerra de las galaxias era la bomba que haría estallar las conquistas intelectuales para el cine norteamericano de cineastas como Scorsese, Altman o Ford Coppola. "Star Wars barrió con todo -le dijo William Friedkin al periodista Peter Biskind-. Lo que ocurrió con esa película se parece a lo que hizo McDonald’s cuando se consolidó: la gente olvidó el sabor de la buena comida".
¿Debemos creer que el fenómeno Star Wars nos ha hecho olvidar el sabor del buen cine? Por un lado, las aventuras de Luke Skywalker, Han Solo y la princesa Leia restablecieron el cine familiar, herido de muerte desde que Easy Rider reventara las taquillas y las conciencias, y trajo de vuelta a las pantallas el respeto a conceptos tan abstractos como bondad, maldad y heroísmo, aparte de combinar magistralmente el espíritu naif y romántico con la asepsia tecnológica de los tiempos. Los años han demostrado que lo que Brian de Palma calificó de "críptico" e "insoportable", en realidad no hacía otra cosa que inaugurar un cine hecho de grandes momentos, el que apela a los estímulos sensoriales y no al entendimiento intelectual, un cine que alumbraba la cultura del videojuego (esa que ha llenado las arcas de Lucas Films a través de su más que rentable división LucasArts Entertainment), la misma que tanto daño ha hecho al cine -no en vano la ecuación se ha invertido y ahora no son pocas las películas que nacen de los videojuegos.
Más que un director de cine a la vieja usanza, de los que plantan la cámara encima de tres palos y dejan que sean los actores quienes se muevan ("Soy un defensor del cine puro", asegura), Lucas es el gran visionario y hacedor del entretenimiento de masas, una especie de profeta de la cultura audiovisual que ha extendido su negocio más allá de los nada pingöes resultados que dan sus películas en pantallas (sólo los dos primeros capítulos de la precuela han cosechado en taquillas mundiales 1.575 millones de dólares). La explotación comercial del merchandising (la venta de juguetes con los personajes y objetos de la saga), un concepto que inventó el propio Lucas y que controla desde su división empresarial Lucas Licensing, no fue más que el principio de las sinergias económicas de Star Wars. Un mundo nuevo se abría para la industria del cine en los setenta, revitalizado hoy a través del comercio electrónico por la división Online de Lucas Films.
Como en todo, hay contrapartidas. Bien puede esgrimir Lucas que su incalculable fortuna, surgida sobre todo de ILM -desde donde ha marcado el compás de los avances tecnológicos del cine moderno-, también ha permitido el desarrollo industrial de un cine artístico que hoy trasciende más allá de las salas marginales en las que se proyectaba hace pocos años, sin duda gracias al apoyo de unas majors enriquecidas a costa de lo que él destruyó. Para lo bueno y para lo malo, como asegura Biskind, el cine de hoy es hijo de Lucas, no de Coppola. Como Darth Vader, el padre se redime a través de sus hijos.