La venganza de Lucas
Argumentos a favor de la precuela
19 mayo, 2005 02:00Escena de Episodio III: La venganza de los Sith
Mucha gente piensa que Lucas jamás debería haber puesto en marcha la segunda trilogía de Star Wars. Mucha gente cree que nunca pensó seriamente hacerlo, hasta que las presiones, los beneficios y los fans le forzaron a ello. Creo que se equivocan. Quizá lo que Lucas nunca debió hacer fue rodar La guerra de las galaxias, que en 1977 vino a cambiar para siempre la historia del cine. No porque no sea una excelente película de aventuras, que lo es, sino porque después todo el cine comercial se ha convertido en una lamentable imitación de sus fórmulas, conduciendo Hollywood a un callejón sin salida, empaquetando argumentos de Serie B con envoltorios multimillonarios. Pero esa es otra historia. Lo gracioso es que al menos los dos últimos episodios de la saga, El ataque de los clones y La venganza de los Sith, son mucho mejores que la mayoría de los filmes de acción y fantasía que se estrenan últimamente, y que nunca se hubieran hecho sin la irrupción de Star Wars, hace treinta años.Volviendo a Lucas, creo que siempre quiso hacer una saga. Uno no pone nombres a sus personajes como Darth Vader (casi literalmente, Padre Oscuro), si no piensa hacer algo con ellos después. Y dado que su fuente de inspiración fueron tanto los seriales cinematográficos de los años 30 y 40, como los literarios, publicados en los pulps de ciencia ficción por autores como Jack Williamson, "Doc" Smith, Edmond Hamilton o Leigh Brackett, casi siempre interminables, nada más lógico que pensar no en una o dos continuaciones, sino en muchas otras. Pero hay un motivo más profundo. La tentación del Lado Oscuro del cine. Lucas, cuyo matrimonio no sobrevivió a la primera trilogía, retirado a sus tareas de producción y desarrollo de nuevas tecnologías, ha debido sufrir todos estos años de vacío el impulso de elevarse como un dios sobre sus criaturas, personajes y seguidores. Mientras proliferaban cómics, novelas y ridículas secuelas ewok, él debía arder en su propio infierno, sabiendo que podía dar más de sí que nunca. Gracias a las tecnologías digitales que él mismo había contribuido a crear, ahora podría plasmar todas las visiones de los amantes de la fantasía.
Como hombre profundamente religioso, también sabía que el "mensaje" espiritual de la saga estaba incompleto. Había que mostrar el nacimiento y caída de Anakin Skywalker, su transformación en Darth Vader. De lo contrario, la trilogía original carecería de sentido. Convertido, a imagen y semejanza de ese soberbio católico llamado Tolkien, en subcreador, alabado por sus fans, que esperaban el advenimiento de Luke Skywalker, Lucas sabía que un hombre hace lo que tiene que hacer. Y lo hizo. El resultado fue, al principio, tan malo como lo fuera el final. Episodio I es tan infantil y fallida como El retorno del Jedi. Pero pronto mejoró, fue dejándose llevar por la alegría de poder contar lo que siempre deseó: el triunfo del Lado Oscuro. Una saga luciferina, escatológica, wagneriana y dramática, llena de zen y tragedia isabelina. Así llegó La venganza de los Sith. La venganza de Lucas. Una aventura en la oscuridad, con momentos irregulares, pero tan satisfactoria como El imperio contraataca. Porque por mucho que Lucas quiera dar a los adolescentes un ejemplo de bondad a seguir, las buenas historias sólo lo son cuando huelen a azufre. Cuando tienen, como aquí, asesinato, traición, odio, pasión y miedo. La segunda trilogía tenía que hacerse, aunque sólo fuera para que con el triunfo (pírrico y falso, sí, pero triunfo) del mal, se equilibrara la estupidez de El retorno del Jedi. Tenía que hacerse, para que Lucas volviera a mostrar auténtica inspiración visionaria (esas escenas finales en el planeta volcánico, verdadero infierno de un Dante espacial, que rememora la Capilla Sixtina tecnológica donde combatieran Luke y su padre, poseen un aliento digno de William Blake, con un final de Alto Gore Isabelino) y su auténtica apreciación de la belleza formal (el entierro de Padme, conducida en su ataúd con el aspecto prerrafaelista de la Ofelia de Millais).
Es cierto que algunas cosas están metidas con calzador. Que la segunda trilogía se fuerza y esfuerza para encajar con la primera... Pero hasta eso tiene su morbo, puesto que Lucas ejerce aquí, por fin, de genuino dios de su mundo. Trastocando las leyes temporales, recrea el nacimiento de sus héroes y villanos mucho después de habernos mostrado su final. Con energía mitopoética, casi religiosa, nos conduce a su propio Mito del Origen, asumido como tal, dentro y fuera de la diégesis. Planta así un nuevo y no menos inquietante, pero fascinante, precedente cinematográfico: la película como catedral. Como los grandes templos medievales, la saga de Star Wars está siempre inconclusa. Hasta sus filmes originales sufren transformaciones, gracias a los añadidos digitales. Al diseño primitivo, románico en su sencillez de película de aventuras, se le añaden agujas y ojivas manieristas, todo lleno de relieves y gárgolas esotéricos, necesitados de un nuevo Fulcanelli. Como en un sueño, o una pesadilla, Star Wars perdura eternamente, catedral inconclusa e interminable... Como ese monstruo de Frankenstein que es, en definitiva, el propio Darth Vader, reconstruido por los cirujanos del Lado Oscuro, y cuyo negro corazón es y será siempre el de La guerra de las galaxias.