Cine

Crónicas del ferrocarril

Estreno de "Sud Express", de Velázquez y De la Peña

12 enero, 2006 01:00

Tino Guimaraes y German A. Joao en Sud Express

Chema de la Peña y Gabriel Velázquez se propusieron retratar el alma humana de un legendario ferrocarril con trayecto París-Lisboa. Algunas de las historias que recogieron por el camino, ficcionadas, forman la película Sud Express, que el 13 de enero se estrena tras su paso por San Sebastián.

En el verano de 2004, dos cineastas salmantinos que ejercen como tales (Chema de la Peña y Gabriel Velázquez) planeaban la realización de un documental en torno a los escenarios que recorre la línea férrea del Sud Express, entre París y Lisboa. Desde su propia infancia, las historias que escuchaban de aquellos viajes habían alimentado el imaginario de ambos: "Aquello era para mí una ventana abierta a un lejano mundo de sensaciones y emociones hasta aquel momento vírgenes", recuerda el director de Shacky Carmine y De Salamanca a ninguna parte. Les había llegado la hora, consideraban entonces, de poner imágenes a esa vivencia intimista y épica a la vez, específica de la perspectiva que retiene la mirada desde la ventanilla de un tren.

Por la vía férrea
Los dos cineastas decidieron seguir el recorrido de la vía férrea. Se paraban en todos los enclaves donde hubiera una estación, sacaban fotografías de los espacios, entrevistaban a las gentes del lugar. Pronto surgieron historias y anécdotas que merecían ser rescatadas del olvido, pero que también excitaban su inventiva. Enseguida los cauces propios del documental se les quedaron estrechos y optaron por reconducir su proyecto hacia el territorio de la ficción. Encontraban, en la realidad y en su propia imaginación, cosas que les apetecía contar y que, como no podían dejarlas al azar, se veían obligados a ponerlas en escena...

Se dieron tres meses para acabar el guión, buscar la financiación, fijar las localizaciones, conseguir los permisos, hacer el casting y reunir el equipo. Finalmente, con ocho personas metidas una furgoneta, comenzaron a rodar en París y fueron bajando hasta Lisboa. Delante y detrás de la cámara se hablaba castellano, portugués, francés, árabe y euskera. Al llegar a la capital lusa, se subieron al tren y ocuparon dos vagones para hacer el recorrido entero, de allí hasta París y de regreso a Lisboa, una y otra vez, durante cuatro días con sus cuatro noches.

El resultado fueron sesenta horas de material, numerosas historias y una multiplicidad de personajes, sometidos unos y otros, posteriormente, a un obligado proceso de selección y montaje para conformar una película de ciento tres minutos. Emerge así un film que adopta, como fruto de dicha búsqueda narratológica, una estructura de red abierta, de caleidoscopio a la vez diacrónico y sincrónico, es decir, una especie de Vidas cruzadas a escala del suroeste europeo, tejido en torno al leit-motiv de la incomunicación y de la soledad, piedras angulares en las que tropiezan, o con las que negocian, todos los personajes que se asoman finalmente a la pantalla.

Precedente lejano
La propuesta de Chema de la Peña y Gabriel Velázquez tiene un precedente lejano dentro del cine español, pero se trata de un ensayo abiertamente documental y mucho más radical: son los seis años de rodaje intermitente por toda la geografía española, los más de 60.000 metros de celuloide fotografiados por tres operadores diferentes que dieron lugar a Lejos de los árboles (1963/1970), aquella feroz radiografía de la España profunda y ancestral trazada por el inolvidable Jacinto Esteva, corazón y alma de la vanguardista Escuela de Barcelona. Pero el concepto y la naturaleza de Sud Express no llegan tan lejos...

El crisol narrativo organizado por los cineastas salmantinos parece más contagiado del tempo y de la respiración del cine de Marc Recha que de una obra tan lejana como la de Esteva. Aquí las criaturas y las historias configuradas por el relato responden mucho más a un andamiaje de guión que a un trabajo analítico posterior sobre el material filmado. La planificación, los encuadres y las formas de la película se esfuerzan en "sorprender" un cierto lirismo de la desolación y del desamor que, en muchas ocasiones, parece más impuesto desde fuera (por el ángulo o por el movimiento de la cámara, por su forzada quietud en otras ocasiones, por el propio tempo del plano) que atrapado de forma espontánea. Es una rémora evidente, por insincera, dentro de un film que conserva, pese a todo, un deseo de autenticidad, un esfuerzo por indagar en la trastienda silenciosa y anónima de la sociedad contemporánea, una voluntad de estilo que se agradece y que viene a insuflar modales de refresco en el siempre anquilosado y mayoritariamente académico paisaje del cine español hegemónico.