Cine

Andrew Niccol

“Cualquier filme tiene un significado político”

29 junio, 2006 02:00

Andrew Niccol

Aunque con cierto retraso, llega el 30 de junio a las pantallas españolas El señor de la guerra, uno de los filmes más sorprendentes del último cine norteamericano. Escrita y dirigida por el neozelandés Andrew Niccol, guionista de El show de Truman, y protagonizada por Nicolas Cage, la película se adentra en el amoral negocio del tráfico de armas internacional. El Cultural ha podido hablar con su director.

A pesar de su decisiva actuación sobre los conflictos mundiales, pocas veces el cine se había adentrado en el turbio negocio del tráfico de armas internacional. Tras haberse ganado un lugar de prestigio en Hollywood con el guión de El show de Truman (1995, Peter Weir), y después de escribir y dirigir las notables Gatacca y Simone, Andrew Niccol (Nueva Zelanda, 1964) se ha colocado ahora en el rincón de los cineastas incómodos para la acomodada industria al firmar El señor de la guerra. Con singular destreza y voluntad combativa, narra el ascenso del traficante Yuri Orlov (Nicolas Cage) en un negocio de ilegalidad sólo aparente. La primera secuencia del filme, filmada desde el punto de vista de una bala, da el tono de una película de inventiva visual y ritmo enardecido en el que el mundo que habitamos, otra vez para Niccol, es el escenario donde cada día se representa el más absurdo de los teatros.

-Yuri Orlov es un personaje fascinante. ¿Está inspirado en auténticos traficantes de armas?
-Está basado de hecho en cinco personas reales, es una especie de personaje combinado. Para para mí lo más atractivo es cómo este hombre se parece tanto a nosotros. Todos racionalizamos lo que hacemos. Podremos acusarle de ser responsable de miles de muertes, pero su respuesta será: "No soy responsable, porque yo no aprieto el gatillo".

-Es una actitud muy cínica.
-Cierto, pero todos lo hacemos. Quien tiene la suerte de hacer dinero en bolsa, es posible que sea a través de una empresa que vende armas, pero mientras siga obteniendo beneficios, no lo mirará de ese modo. Es un pequeño ejemplo que nos equipara con Yuri Orlov. él dice: "Mira, yo sólo te proporciono los medios para defenderte". Es capaz de racionalizarlo así. En un momento de la película, le quita a su hijo una pistola de plástico, y en la escena siguiente está vendiendo armas reales a niños soldados. Si alguien puede compartimentalizar su vida de ese modo, ya se convierte en un personaje interesante.

Intelectualmente cínica
-Al ser él mismo quien cuenta su historia, el punto de vista de la película se contagia de ese cinismo. ¿Siente esa distancia moral respecto al tráfico mundial de armas?
-La película es intelectualmente cínica. Quería mostrar la verdadera naturaleza del negocio, y estas personas, moralmente hablando, son exactamente así. Todas las investigaciones que hice y mi relación con algunos traficantes me lo confirmaron. Los tanques que se ven en la película pertenecen a un traficante privado de Chequia, que de hecho posee más tanques que el propio ejército checo. Cuando rodamos la escena, tuvimos que informar a la OTAN para que no se imaginaran que era un ataque. El traficante nos dijo que podíamos usarlos hasta diciembre, porque en enero tenía que entregarlos a Gadafi en Libia. Así que ahora esos tanques están en Libia, y él no tiene ningún problema al respecto. Incluso cuando sabe que lo último que necesitan los libios son cincuenta tanques ex-soviéticos.

-Podría haber transformado la película en un documental...
-En mi mente siempre fue una pieza de entretenimiento. Me quedaba estupefacto una y otra vez al comprobar cómo la realidad se asemejaba tanto a la ficción que había imaginado. Son encantadores hombres de negocio y nunca me sentí amenazado, aunque estuviera rodeado de pistolas y armas de todo tipo, y el hecho de que tuvieran tanta confianza... estaban traficando armas en un avión que me iban a alquilar la semana siguiente para filmar una escena similar, sólo que yo la haría con el avión cargado de armas falsas. Las suyas eran auténticas. Les daba igual. No tenían miedo.

-A través de una desesperanzada persecución policial, deja claro en la película que los traficantes de armas gozan de total inmunidad. ¿Las leyes internacionales son sólo palabras en papel mojado?
-Nunca verá a un traficante de armas en la cárcel. Llegan a acuerdos con los gobiernos que supuestamente deben arrestarles. Armas para sus guerras a cambio de inmunidad. Es un mundo tan cínico que haber contado la película desde el punto de vista de un héroe policial, como es el personaje de Ethan Hawke, hubiera sido erróneo. No existen los héroes en este negocio, así que tuve que adoptar el punto de vista del anti-héroe.

Siempre habrá clientes
-Al final, ¿todo se reduce a una cuestión de dinero?
-El tráfico de armas, sí. Por eso no se puede detener. Genera tanto dinero y para tanta gente... Hoy en día en Ucrania todavía hay un millón de AK-47 en venta, y las fábricas siguen en marcha. No van a parar, porque siempre habrá clientes, siempre hay guerras que alimentar.

-Hablando de dinero. Habrá tenido problemas para conseguir financiación americana del filme...
-Muchos. La primera vez que tuve que enseñar el guión, sólo por exigencias de agenda de Nicolas Cage, tuve que hacerlo una semana antes de la intervención en Irak. El hecho de que la historia señale la implicación directa de Estados Unidos en el negocio, y que la película pueda entenderse como antipatriota, no es algo apetecible para ningún gran estudio. Todos sabemos que es cierto, pero a veces la verdad es tan fea que prefieren no mostrarla. Finalmente pude reunir dinero de Nueva Zelanda, Sudáfrica, Francia, Alemania... Por otra parte, si cuentas con el apoyo de una gran estrella, como Nicolas Cage, entonces tendrás más posibilidades de terminar la película.

-Hay algo que une sus guiones de El show de Truman, Simone y El señor de la guerra. Los tres fabulan sobre una realidad de apariencia engañosa, virtual. ¿Es así como percibe el mundo moderno?
-No pienso en ello conscientemente. John Lennon dijo algo muy hermoso, que si tratas de poner el dedo encima, puedes apretar demasiado y perderlo. Para mí el mundo es muy parecido a un circo. Pongamos por caso una escena de esta película. La feria de armas a la que van Nicolas Cage y Slava. El espectador puede pensar que he tratado de embellecer el tema con el espectáculo de las chicas bonitas y toda la parafernalia, pero no. Esas ferias son así. Verás que tienes a dos enemigos mortales en la misma sala, comportándose cívicamente, comprando armas y municiones a los mismos vendedores y luego vuelven a sus países y hacen la guerra entre ellos. Es algo tan obsceno... Es de locos. Ciertamente, vivimos en un enorme teatro del absurdo.

-¿Cree que el cine asume algún tipo de responsabilidad política?
-Absolutamente. Incluso cualquier filme de entretenimiento, aunque no sea aparentemente político, tiene un significado politico detrás. El cine es todavía el medio más influyente, por eso creo en una especie de responsabilidad en lo que hacemos. No importa qué clase de película estés haciendo, cada decisión que tomas y en cada escena que ruedas revelas algo sobre lo que sientes respecto a la sociedad.

Crisis de ideas
-¿Cree que Hollywood atraviesa una crisis de ideas?
-Mi vida sería mucho más sencilla si me dedicara a escribir secuelas, remakes o adaptaciones de cómics, porque eso es prácticamente lo único que se produce ahora. Los estudios sólo quieren repetir fórmulas y no toman riesgos. Yo me considero alguien poco convencional en la industria, a quien además se le ocurren ideas muy caras. Esa es mi tragedia en Hollywood.

-También hay cierta esperanza hacia un tipo de cine que parece reivindicar los años setenta...
-Es posible, aunque en ese aspecto me temo que también soy algo cínico. Syriana se ha podido hacer porque contaba con Goerge Clooney y Matt Damon, y yo he podido hacer El señor de la guerra por Nicolas Cage. Lo que importa no es lo que cuentas, sino el dinero que puedas recuperar. No sé si podremos volver a los setenta... sería algo demasiado bueno como para ser cierto.

-¿En qué medida cree que han cambiado las formas de hacer cine con la tecnología digital?
-Creo que es sólo otra herramienta. Hay un montón de planos en El señor de la guerra con diversos efectos visuales totalmente invisibles. Ya empleamos la técnica como algo mundano. Lo hacemos todo el tiempo porque se ha convertido en una herramienta de edición extraordinaria. Por ejemplo, si tengo dos personajes en un plano y me gusta más la actuación de uno que del otro, lo que hago es cortar el plano por la mitad y fusionar dos tomas disintas. Nadie se dará cuenta.