Cine

Engaños, escuchas y desconfianzas

Sobre 'La vida de los otros', de Florian Henckel

15 febrero, 2007 01:00

Sebastian Koch y Martina Gedeck

"No puedo escucharla; de lo contrario no lograría terminar la revolución", así resume uno de los personajes de La vida de los otros un comentario de Lenin sobre la Appassionata. El drama, y la redención, de Gerd Wiesler, el oficial de la Stasi que persigue implacablemente a los enemigos del socialismo, es que se detiene a escuchar, en lugar de limitarse a evaluar políticamente a los sospechosos, y se deja arrastrar por los sentimientos.

A pesar de las diferencias, hay muchas similitudes entre Wiesler y aquel Harry Caul, que protagonizaba La conversación, esa pequeña magnífica película de Ford Coppola. Caul es un paranoico experto en escuchas, un freak de los cachivaches que se mueve con más comodidad entre aparatos electrónicos que entre seres humanos. Su único objetivo es hacer un trabajo técnicamente perfecto. Hasta que no le queda más remedio que darse cuenta de que sus actos tienen consecuencias para otros y decide intervenir; entrar él, no sólo sus ingenios electrónicos, en la vida de los otros… aunque con consecuencias inesperadas.

Wiesler, sin embargo, no sólo está interesado en la técnica o en hacer un buen trabajo: su ética no es profesional, sino política. De joven juró ser "escudo y espada del Partido" y aún se entrega a ello en cuerpo y alma. Defensor obsesivo de un sistema en el que casi nadie cree, ni siquiera sus superiores, vigila, escucha, interroga a los sospechosos, y lo que suceda con las víctimas de sus métodos le es indiferente, no porque se lave las manos como Caul, sino porque hay un fin superior que justifica la destrucción de algunos individuos. Ambos viven solos, obsesionados por su trabajo, incapaces aparentemente de cualquier empatía y por tanto de mantener una relación de amistad o sentimental. Hasta que algo les saca de esa rutina enfermiza en la que se han encerrado.

En el caso de Wiesler se trata de una pareja de artistas en cuyo domicilio monta un sistema de escuchas. Wiesler quiere desenmascarar a esos arrogantes intelectuales que se creen por encima de los demás, y que por ello sólo pueden ser enemigos del socialismo; está seguro de que tienen algo que ocultar, y él quiere descubrirlo. Pero lo que descubrirá primero es que sus superiores no están interesados en defender la República, sino en hacer carrera o en eliminar a un rival para meterse en la cama de la actriz. Wiesler comienza a sentir escrúpulos, y quizá por eso escucha algo más atentamente lo que sucede en la vida de esa pareja. La situación descrita en La vida de los otros refleja lo que sucedía en un Estado totalitario, la RDA, pero: ¿no resultan familiares esos artistas que se pretenden críticos pero por otro lado adulan al poder? ¿No reconocemos a esos políticos cínicos para quienes la ideología no es más que un instrumento? ¿No son actualidad los fanáticos para los que la muerte es secundaria? ¿No asistimos a una creciente intromisión del Estado en la vida privada? Lo más interesante de esta película es que sitúa al espectador en una posición similar a la del protagonista: igual que Wiesler, fisgoneamos lo que hacen esos personajes pensando al principio que no tienen nada que ver con nosotros. Pero si de verdad nos detenemos a escuchar, la vida de los otros acaba siempre siendo parte de nuestra propia vida.