Image: Asuntos privados en lugares públicos

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Cine

Asuntos privados en lugares públicos

Director: Alain Resnais

14 febrero, 2008 01:00

Lambert Wilson e Isabelle Carré en el filme

Intérpretes: Sabine Azéma, Lambert Wilson, André Dussolier, Laura Morante y Pierre Arditi. Guión: Jean-Michel Ribes (basado en la obra teatral de Alan Ayckbourn). Duración: 120 minutos. Estreno: 15 de febrero. Francia, 2

No debería sorprender a nadie que Alain Resnais (Bretaña, 1922), el mismo cineasta que se hacía cargo del horror y de la barbarie del siglo -Noche y niebla (1955), Hiroshima, mon amour (1959)- aparezca ahora en nuestras pantallas firmando la adaptación de una obra aparentemente cercana al teatro "boulevardier", envuelta en una aparente ligereza y construida sobre un mecanismo narrativo de aparente simplicidad. Frivolidad, ligereza y simplicidad que constituyen, en efecto, una mera apariencia en el primer encuentro con las imágenes de Coeurs (título original del filme), pues bajo su engañoso manto se despliega una sutil, amarga y dolorosa radiografía de la soledad, del desamor y de la incomunicación: una obra mayor en la filmografía de un cineasta que cultiva con pasión, también, una vena teatral y literaria (de nuevo) aparentemente formalista, pero a la que su cámara consigue dotar de una densidad tan carente de pretensiones como lúcida y sincera.

Desde que ya en Mélo (1986) se acercara por primera vez a los contornos del teatro popular (mediante una obra de Henri Bernstein), la trayectoria posterior de Resnais ha transitado por el cómic (I Want to Go Home, 1989), el musical (On connaît la chanson, 1997), la opereta (Pas sur la bouche, 2003) o el teatro agridulce del británico Alan Ayckbourn, de quien extrajo ya el díptico Smoking / No Smoking (1993) -insólito ensayo precursor de cine interactivo- antes de regresar a una pieza suya, cuyo original transcurre en Londres, con esta sigilosa indagación en las zonas más sensibles de nuestra existencia cotidiana y anhelos emocionales.

La forma del mecano tiene la apariencia de un rondó poliédrico escenificado por seis personajes que parecen moverse en el interior de una pecera translúcida. Seis figuras cuyas trayectorias se cruzan o se rozan de manera tangencial, y de forma (una vez más) aparentemente azarosa, a lo largo del metraje sin que las relaciones entre ellos lleguen a configurar un retrato colectivo. La construcción (puesto que de una construcción estilizada se trata) rebasa con mucho la dimensión de un mero relato. Aquí los contornos de la narración se desdibujan hasta desvanecerse para dar paso a sucesivas "catas" en la existencia de unos seres a quienes la cámara de Resnais observa con tanto pudor y respeto como capacidad para radiografiar su más celosa intimidad.

Hay algo en todos ellos, sin embargo, que resiste a la mirada indagadora del cineasta, pero también al ojo inquisitivo de los espectadores. Como dice Alain Bergala en un libro imprescindible (La hipótesis del cine, Laertes, 2007), "en toda película realmente creativa hay algo enigmático, que resiste, que todavía no es totalmente asimilable, al menos en el momento de su estreno", lo que aquí sucede -con toda evidencia- cuando nos damos cuenta de que los auténticos secretos de los personajes, las dimensiones más inquietantes de su personalidad, se nos escapan o se nos escurren una y otra vez sin que podamos evitarlo. Los habitantes de este París casi imaginario viven en espacios que desvelan su condición de decorado a la primera de cambio. Aunque llegue a nevar en el interior de uno de esos escenarios (momento mágico, impregnado de una callada y misteriosa emoción: privilegio supremo del gran cine), el hábitat que los acoge y que los conforma es parte indisoluble de la materia y del sentido mismo de la representación: figuras de un escenario desolado, a la vez impersonal y fantasmal, que descubren poco a poco el precario equilibrio que los sostiene, el inestable y frágil espejismo de sus vidas.

Es una cuestión de vibración en la voz, de matices en las entonaciones, de sutiles y siempre intencionados movimientos de cámara, de una mirada fugaz o del tempo exacto esculpido por un corte de plano, por la duración de un encuadre. Es una cuestión de formas, en definitiva, la que realmente se juega en el interior de esta hermosa y secreta pieza de cámara cuya transparencia, serenidad y amargura interna ofrece uno de los espectáculos menos habituales en el cine contemporáneo: el de los poderes -vitales y crepusculares al mismo tiempo- de un artista de nuestro siglo cuya mirada se vuelve, comprensiva y penetrante al mismo tiempo, hacia el interior del ser humano.

Sin caer en la tentación de situarse "por encima" de los materiales con los que trabaja, sin ceder a las trampas de la autocomplacencia, trabajando pacientemente con los actores para extraer de ellos matices tan reveladores como inaprensibles, Alain Resnais consigue filmar el presente a la vez que radiografía el pasado y las huellas que han convertido a sus criaturas en los "personajes" ficcionales que la cámara simula filmar. Cuestión de timing, de pulso y de mirada. Palabras mayores del cine contemporáneo.