Image: Daniel Burman y Pablo Trapero

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Cine

Daniel Burman y Pablo Trapero

Cara a cara con el nuevo cine argentino

23 octubre, 2008 02:00

Daniel Burman. Foto: Sergio Enríquez

El 24 de cotubre llega a las pantallas Nido vacío, de Daniel Burman, tras triunfar en el Festival de San Sebastián. El próximo 21 de noviembre será el turno de Leonera, de Pablo Trapero, gran éxito del último Festival de Cannes. Son dos muestras de la etapa de esplendor creativo que atraviesa el cine argentino. Reunimos a Burman y Trapero para hablar sobre dos estrenos sobresalientes.

Sus películas apenas se parecen entre sí y sus propios aspectos los delatan. Burman (Buenos Aires, 1973), camisa blanca, pantalones de pinzas y peinado a la moda, retrata en Nido vacío a la burguesía ilustrada de Buenos Aires, no muy distinta a la que puede encontrarse en Barcelona, Nueva York o París. Antes, ganó el Gran Premio del Jurado en Berlín con El abrazo partido (2004) y deslumbró con Derecho de familia (2006). Trapero (Buenos Aires, 1971), cabello rapado, camiseta holgada y vaqueros estrechos, es el gran retratista social del nuevo cine argentino, el maestro precoz que tras triunfar con filmes como Mundo grúa (1999) o El bonaerense (2002) se metió el pasado mayo en el bolsillo a la crítica con Leonera, en el festival más competitivo del mundo, Cannes.

El primero cuenta la historia de una pareja de cincuentones (óscar Martínez, premiado en San Sebastián, y Cecilia Roth) que debe enfrentarse a su soledad tras la marcha de los hijos. Leonera es la brutal y fascinante crónica del itinerario de una chica de clase alta (impresionante Martina Gusman) que, tras un crimen pasional, acaba en la cárcel, donde parirá a su primer hijo. A los nombres de Trapero se les unen otros como los de Anahí Berneri (Encarnación, 2007) o Rodrigo Moreno (El Custodio, 2006) cuyas óperas primas se estrenaron en los últimos meses. Y muy pronto podremos ver más películas fundamentales de un fenómeno artístico de primera magnitud; son otros dos éxitos de Cannes: La mujer rubia, de Lucrecia Martel (estreno el 28 de noviembre) y Liverpool, de Lissandro Alonso (enero de 2009); además El otro, de Ariel Rotter (noviembre), flamante ganadora del Oso de Plata en la Berlinale de 2007.

Una lluvia de premios para una cinematografía que vivió un boom a finales de los 90 con la aparición del llamado "nuevo cine argentino" y que una década después no ha perdido fuelle. Para Trapero, sin embargo, "muchas veces, las etiquetas conspiran contra las películas. Cada una tiene su mundo propio, su lenguaje, busca por distintos lados... Lo que se dio en llamar ‘nuevo cine argentino’ no surgió como un manifiesto, no hay un escrito donde decidimos que fuéramos a hacer algo, fue tiempo después cuando comenzó a enenderse como un todo. Lo que sí es claro es que hay un grupo de gente que rueda con mucho amor y energía. Y puede percibirse el compromiso del director con la historia, que se protege y se cuida tratando de evitar que todos los mecanismos de producción no la deformen".

Después del boom
Burman, más circunspecto que el dicharachero Trapero, añade que "ya no hay el entusiasmo de un boom y se ha convertido en algo disgregado y no en una supuesta vanguardia con un discurso. Para mí lo milagroso es que nuestras películas se estrenen en tantas partes del mundo. No sé por qué sucede y sólo espero que siga".

Más allá del elemento generacional, lo cierto es que Leonera y Nido vacío no pueden ser más distintas. Leonera, que llegará a las pantallas el 21 de noviembre, es la película que ha consolidado el prestigio internacional de Pablo Trapero. Se trata de un filme complejo en el que, como sucede con las obras de Shakespeare, todos los personajes defienden sus argumentos con vehemencia y a ninguno parece faltarle la razón aunque escondan motivos inconfesables. Se trata, según Trapero, de una producción que "surgió de mi intención de hacer una película sobre la maternidad. Fue trabajando sobre esta idea cuando me topé con historias de niños que habían crecido en la cárcel. El choque con esa realidad fue muy fuerte. Todo fue dando forma a la historia de Julia después de un año de investigación en el que hablamos con psicólogos, asistentes sociales, presas, periodistas especializados... Leonera es la consecuencia de todas estas voces".

En Leonera se abordan muchos asuntos sin caer en la tesis ni los manierismos del cine "comprometido": "El cine por definición tiene una función social o puede entenderse como un hecho político, incluso cuando aparentemente lo elude en realidad está emitiendo una idea. Pero esa mirada sobre la realidad se produce con las reglas de la ficción y el lenguaje cinematográfico. Las películas tienen sus propias reglas, el cine y la realidad no comparten los mismos códigos, ya que el segundo es una alegoría sobre ésta".

De esta manera, Trapero retrata de forma implacable el mundo de la justicia, empezando por el abuso de la prisión preventiva (más de la mitad de los presos de Argentina no han sido juzgados) y continuando con una reflexión a fondo sobre su propio mecanismo interno: "Una cosa que me soprendió mucho preparando la película fue lo que decían los abogados repecto a que lo que verdaderamente sucedió al producirse el crimen no importa. Importa lo que el jurado y el juez crean que pasó. El hecho concreto tiene sus reglas y después lo que condiciona a la justicia es como se pone de manifiesto en el juicio. Muchas veces, incluso tratando de hacer el bien el abogado empieza a inventar teorías y situaciones. Lo que debería ser la búsqueda de la verdad se transforma en estrategias para que el hecho verificable se ajuste a las necesidades de cada uno de los intereses. Lo importante, al fin y al cabo, no es lo que pasó sino lo que se puede comprobar y ahí está el drama". No sólo eso, el cineasta también opina que "dentro de unos años, nos sorprenderá la barbarie de la privación de libertad. Está comprobado que la cárcel no sirve para nada, al revés, muchas veces es una escuela de criminales".

Daniel Burman, por su parte, se adentra en Nido vacío en un nuevo terreno. Tras abordar el universo de la juventud en sus anteriores películas, el cineasta retrata ahora la crisis de los 50, una edad que aun le queda lejos: "No es cierto que la película sea menos personal ya que los sentimientos están ahí y yo me identifico absolutamente con el miedo que tiene el protagonista, hay un sustrato profundo que sigue teniendo mucho que ver conmigo. No es necesario que las experiencias sean calcadas". Sentimientos que explica a través de un escritor en crisis manifiestamente antipático: "Vi varias películas con protagonistas negativos para preparar el filme. Claro que en un momento dado hay una redención y comenzamos a entenderlo mejor. Desde luego, era más fácil sentirse identificado con un chico rubio de ojos verdes que con un señor amargado", dice con ironía en referencia al protagonista de sus dos últimas películas, Daniel Hendler. Una vez más, el cineasta vuelve a la familia:"No hay otros temas que no sean éste, por presencia o ausencia somos hijos de algo. Es tan tremendo que no encuentro nada más sobre lo que hablar", replica contundente.

A vueltas con la familia
En el personaje de óscar Martínez, Burman ha querido también realizar su diatriba contra la concepción idealizada del artista: "Me repugna esa idea que surge en el Renacimiento según la que los creadores somos personas aparte. Uno es creador cuando rueda o escribe, pero la mayor parte del tiempo es padre, hermano o amigo como cualquiera". Pero la figura del escritor, además de dar la impresión de nuevo de que el cineasta está configurando un verdadero álter ego, también le sirve para realizar una reflexión sobre el rol que desempeña la ficción en la vida de quien las crea: "Hay algo profético en la ficción. Lo que uno escribe avanza cosas que van a sucederle". Un final a modo de bucle sumerge a esta película en el terreno en el que fantasía y realidad no sólo se confunden, son lo mismo.


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