Image: Marc Foster

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Cine

Marc Foster

"Se acabaron los tiempos de los héroes perfectos"

20 noviembre, 2008 01:00

Marc Foster

El director de Monster’s Ball, Descubriendo Nunca Jamás o Más extraño que la ficción rompe con su filmografía para dirigir Quantum of Solace, la nueva entrega del agente más famoso del mundo: James Bond. En una larga entrevista en Londres, Marc Forster explica por qué cree que es posible rodar una película de 007 como si fuera un filme de autor.

Detrás de un aspecto paradigmáticamente cool, como de diseñador posando para una revista masculina, se esconde Marc Forster (Ulm, Alemania, 1969), uno de los directores de Hollywood más inteligentes y prolíficos de los últimos años. En 2001, a los 32 años, con su segunda película, Forster tocó la gloria con Monster’s Ball, dura crónica carcelaria que le dio un Oscar a Halle Berry y fue un éxito comercial y de crítica en todo el mundo. Arrancaba una carrera fulgurante que pasa por títulos como Descubriendo Nunca Jamás (2004), Más extraño que la ficción (2006) y Cometas en el cielo (2007) y que termina, de momento, con la película más comercial de su filmografía con diferencia, Quantum of Solace, la producción número 22 de la saga más longeva y popular de la historia del cine: la de Bond, James Bond.

La primera pregunta surge de forma obvia y es la misma que se hizo el propio Forster cuando le encargaron el proyecto: ¿Qué hace el director de dramas "sensibles" en una película de 007? Más aún si tenemos en cuenta que el personaje acababa de reinventarse de forma extraordinaria en la penúltima entrega, Casino Royale, donde Daniel Craig (sustituto de Pierce Brosnan) superaba el modelo "metrosexual" y chistoso de su predecesor para componer a un agente violento, endurecido y muy poco amigo de remilgos. "Mi primera reacción fue decir que no. En ese momento yo estaba en una situación muy buena en la que podía hacer lo que quisiera y no ganaba nada con esto. Casino Royale había funcionado estupendamente en taquilla y tenía unas críticas inmejorables. Pensé que si salía mal afectaría a mi trayectoria como director de películas pequeñas y si salía bien lo único que podría ganar es que me ofrecerían más superproducciones con explosiones, y no estoy interesado en ellas".

Maldita globalización
Finalmente, Forster aceptó una vez que hubo constatado que tendría "libertad creativa total". O no tan total, ya que se sintió como "un director que trabaja en un régimen político totalitario en el que hay una censura terrible. Bajo esas circunstancias, muchos logran crear grandes obras de arte. En este caso, la censura era el marco en el que se mueve la saga. Tiene que haber, entre otros, coches caros, chicas guapas y gadgets. Mi reto era rodar una película que me gustara sin traicionar al modelo. Me he movido en el delicado equilibrio entre el respeto a esa tradición y la libertad que considero imprescindible". Porque Forster asegura que ha rodado Quantum of Solace, "exactamente igual que si fuera una película artística, nunca pensé que era una superproducción".
Lo explica a mediados de octubre en una sala de montaje en el Soho londinense, mientras da los últimos retoques a la película. Forster es un hombre de hablar pausado y expresión de perpetua perplejidad que detesta la parte mundana del negocio del cine: "Uno de los motivos por los que ruedo una película al año es para saltarme los estrenos y las promociones. Hace años que apenas concedo entrevistas". La excepción que confirma la regla es la hora larga que concede a El Cultural para hablar sobre un filme en el que unos monumentales intereses económicos chocan con la intención del director de realizar una denuncia: "Tratamos el asunto político desde el punto de vista de la progresiva escasez de recursos. Nos estamos quedando sin petróleo y sin agua. Lo que yo cuento es cómo los gobiernos y las multinacionales están intentando sacar partido".

Porque Bond ya no trabaja en Quantum of Solace (enrevesado título que vendría a significar "el precio de la venganza") al "servicio de Su Majestad" sino de sí mismo. Su objetivo es vengar el asesinato de su novia en Casino Royale dando la casualidad de que el villano (interpretado por el actor francés Mathieu Americ) es un aliado de la CIA y el Gobierno británico: "Es una connivencia entre los intereses económicos y las decisiones estatales que cada vez vemos más. Es muy claro si vemos lo que pasa en Iraq con Dick Cheney y Halliburton. El vicepresidente era el director general de la compañía encargada de reconstruir un país que su Gobierno destruyó. El petróleo es una adicción". De todos modos, que nadie se asuste demasiado, Bond sigue siendo Bond: "El contexto político es importante, pero también la diversión". Para empezar, es la película de la saga en la que hay más escenas de acción. Y la más cara: 150 millones de dólares.

El resultado es un filme ultradinámico en el que apenas hay tiempo para respirar. Bond se pasea, como es habitual, de una punta a otra del planeta, con especial hincapié en Haití y Bolivia, tratando de frustrar los planes de Dominique Greene (Americ) un multimillonario sin escrúpulos que compra grandes extensiones de tierra bajo el pretexto de crear reservas ecológicas cuando su intención es explotar salvajemente sus recursos. La conexión de Greene con los gobiernos británico y estadounidense colocará al agente en la difícil posición de enfrentarse a un malo malísimo y a los propios servicios secretos para los que trabaja.

Más que nunca, todo gira en torno a Bond. Si en Casino Royale el personaje ya era mucho más oscuro que el de Brosnan, en ésta se convierte en un asesino despiadado. "En la última película Bond perdió a la mujer que amaba y esto le ha dejado en una posición muy vulnerable. Era muy interesante coger a alguien en esta situación y ver hasta dónde podía llegar. él se mueve por venganza, y el hecho de desmantelar una organización criminal le resulta totalmente secundario. Me interesaba profundizar en la estrecha línea que separa a los buenos de los malos. Hoy uno no puede saberlo. Por esto me interesaba tener a un villano que fuera de ecologista porque todos aceptamos en seguida que ésa es la postura correcta pero no está tan claro, muchas compañías de petróleo se están volviendo verdes y eso no significa realmente nada".

Un agente descontrolado
Para Forster, el longevo éxito de Bond es un misterio, aunque apunta que se debe a su capacidad de adaptación a la realidad social y política que lo rodea. En este sentido, el endurecido Craig formaría parte de una cadena de antihéroes que definen la contemporaneidad: "Bond no es el único que ha cambiado. Batman es otro ejemplo claro. Significa que la sociedad se está interrogando sobre sí misma y sus valores. Antes, la luminosidad de 007 estaba relacionada con la necesidad escapista del público, ahora estamos en una situación en la que nos enfrentamos a grandes problemas y no hay tiempo para la evasión: el hambre en el tercer mundo, el problema del cambio climático o la distancia cada vez mayor entre los ricos y los pobres. Todo eso ha creado una gran presión para que nos replanteemos a nosotros mismos. La gente es consciente de que hay que encontrar una solución. Se acabaron los tiempos de los héroes perfectos".

El sentido del deber
No sólo eso, a partir de Bond el realizador también propone una reflexión sobre el sentido del deber. El agente cree que actúa movido por un sentido de la justicia universal, o simplemente para cumplir con su trabajo habitual de salvar al mundo, pero no está ni mucho menos claro: "Todos nos preguntamos qué es lo mejor para mi y qué para los demás. La mayoría de las veces nos ponemos a nosotros por delante. Con Bond sucede algo parecido. Se supone que su deber es servir a su país pero es lícito sospechar que en realidad se está sirviendo a sí mismo. Ese dilema es muy interesante".

Para Forster, esta película ha significado un aprendizaje. él mismo ha tenido que terminar un guión que empezó con un borrador de Robert Wade y Neal Purvis, para continuar con una versión más perfeccionada del emérito Paul Haggis (Crash, Million Dollar Baby) hasta que Forster hizo algo más que darle los últimos retoques: "No teníamos ni final", explica. Esta es la forma habitual de proceder en el Hollywood mainstream (los directores estadounidenses tienen costumbre de darle la vuelta a los guiones) pero no del exquisito y "europeo" Forster. Por primera vez, además, ha rodado secuencias de acción: "Lo difícil es imaginarlas. Rodarlas es cuestión de técnica". Los buenos sentimientos tienen mala fama y Forster ha sido "víctima" de ello entre la crítica más sesuda.
Aunque sus películas puedan tratar temas de gran dureza (Cometas en el cielo es terrible) sus películas siempre concluyen con una apelación a lo mejor que hay en los seres humanos. No está del todo claro si Forster es el más exquisito de los artesanos o un artista demiurgo, capaz de crear productos aptos para el gran público a partir de argumentos reservados al cine de autor. Es uno de esos directores cuyas películas suelen gustar a todo el mundo y cuya visión suele terminar con el público con un nudo en el estómago: "No me veo haciendo una película sin luz porque la luz lo es todo para mí. Puedes ir hacia lo más oscuro pero siempre tiene que haber una esperanza al final", explica.

De Alemania a EEUU
Nació en Alemania, creció en Suiza, estudió cine en Nueva York y desde entonces no se ha movido de Estados Unidos. Forster, que habla inglés con mucho acento alemán quizá por pura coquetería, pertenece a la estirpe de directores-narradores con muy mala prensa entre la crítica sesuda: "Soy cineasta porque me gusta contar historias. Cuando era adolescente mi hermano era esquizofrénico y eso me hizo pensar mucho en la línea que separa la ilusión de la realidad. Una película es una pura ilusión que sólo cobra vida gracias al público, porque si nadie la ve simplemente es un rollo de 35 milímetros. Es una cosa fascinante. En realidad, nuestra propia vida es muy parecida a una película porque se basa en la percepción, la vida no es más que lo que percibimos". Se despide con la misma cálida cortesía con la que se ha comportado toda la entrevista. En Forster hay algo definitivamente encantador y tierno, como de niño desvalido.

Su nombre es Flemming, Ian Flemming

La alianza estratégica de Hollywood y la CIA tenía todos los boletos -medios, mito, difusión- para haber creado y mantenido el que hubiera sido el agente secreto más famoso del cine. Pero, imprevistamente, Europa -cabezazo de Inglaterra- le metió un golazo por toda la escuadra en su propio terreno de juego. El responsable no es otro que Ian Fleming (1908-1964), el escritor y espía educado en Eton, que, en doce novelas y nueve cuentos, confirió al futuro integrante del MI6, con licencia para matar, su cualidad más tangible/intangible: un refinamiento intelectual y personal -elegancia, ironía, cultura, flema- de raíz inequívocamente europea. Británica, para más señas.

La formidable y excepcional saga puesta en pie con sello de franquicia y convocatoria anual por los productores Albert Broccoli y Harry Saltzman a partir de Agente 007 contra el Dr.No (1962), Desde Rusia con amor (1963) y Goldfinger (1964) -todavía en vida de Fleming-, podría haber sido imitada o suplantada por Hollywood mediante el recocinado de casi todos sus ingredientes nutrientes, pero, ay, el carácter, el alma, la personalidad de James Bond no se forjan solamente con grandes presupuestos y efectos especiales. Cuando llega el Bond número 23 -creo-, con su sexto intérprete distinto, el extraordinario fresco ya dispone de una ingente cantidad de expertos, acérrimos y confesos seguidores -entusiastas convencidos o conscientes de la flaqueza irrazonable que implica su vicio- que, pertenecientes a varias generaciones, aguardan -cual, en su día, los "tintinólogos"-, las nuevas variantes de un menú estatutario consolidado con los años: el Malo y su pérfida organización, las sexys Chicas leales o traidoras, los escenarios cosmopolitas, el Coche, los "gadgets", las espectaculares escenas de acción hacia el más difícil todavía, las situaciones sin salida y con muerte inminente y, por supuesto, el Póster, el Tema Musical y los Títulos de Crédito singulares. El donjuanesco y pro-occidental James Bond, surgido en la Guerra Fría y en tiempos en que no contaba lo políticamente correcto, ha sobrevivido -lo suyo es sobrevivir- a sucesivas crisis ideológicas y de identidad. Sus detractores han tirado la toalla o ni se molestan. Sus partidarios siempre se muestran exigentes y alerta, como guardianes de un dogma que no puede ser desvirtuado. Inteligencia, erotismo y acción deben agregarse en las dosis debidas y esenciales, sumándose a los acordes básicos de la inmortal partitura de John Barry.

No es nada, mamá, sólo un juego. Aunque ya se estudia en las universidades.