Image: El Haneke más académico, solemne y monumental

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Cine

El Haneke más académico, solemne y monumental

Con Das Weisse Band, el director austríaco desentraña la semilla del nazismo

21 mayo, 2009 02:00

Michael Haneke y los actores Roxanne Duran, Leonard Proxauf y Marie-Victoria Dragus, en la presentación en Cannes de Das Weisse Band.

Carlos Reviriego (Cannes)
(Especial para ELCULTURAL.es

Decíamos ayer que los grandes nombres del festival no habían estado hasta ahora a la altura de su pretendido talento. Pero lo fascinante de un festival que convoca por doce días lo más excepcional y solicitado del cine mundial es que en cualquier proyección todas las teorías y análisis pueden irse por la borda. Los artificieros, este año, han sido Quentin Tarantino y Michael Haneke, que al espectador le han regalado dos obras monumentales y poderosísimas (más la del norteamericano que la del austríaco, en todo caso) y que al director de Cannes le han salvado los muebles de una sección competitiva cuya falta de contundencia creativa empezaba a preocupar.

El director austríaco ha presentado Das Weisse Band (The White Ribbon), que curiosamente, como Inglorious Basterds, también hunde su sustancia temática en el corazón de la barbarie nazi, si bien ambos filmes se acercan al tema desde dos flancos completamente distintos, prácticamente opuestos en términos cinematográficos. El autor de Funny Games, en verdad, desarrolla su relato en vísperas del acontecimiento que desencadenó la Gran Guerra, para centrar su foco en las generaciones del futuro, en los niños y jóvenes de un pueblo protestante del norte de Alemania, es decir, en aquella generación que con los años tomaría el rumbo del imperio teutón bajo los designios del nacionalsocialismo. Situada en un enfermizo entorno rural con claros ecos a Moi, Pierre Rivière… de René Allio, el desarrollo dramático del filme está narrado en tono novelesco por el que fuera el profesor de la escuela de un pueblo en el que se sucedieron misteriosos crímenes a lo largo de los años 1913 y 1914, creando un clima de tensión y paranoia social inaguantable. De protagonismo coral, la película planea en torno a las relaciones familiares de las fuerzas vivas de la comunidad: el barón, el pastor, el doctor, el profesor y los pasiegos, de cómo su estricta educación y la transmisión de enfermizos valores y conductas inoculan en los niños bajo su tutela la semilla del mal que dos décadas después se lanzaría a conquistar Europa con las consecuencias que todos conocemos.

Aunque los temas recurrentes en la filmografía del austríaco están de nuevo y claramente presentes (la alienación social, la tensión latente en las relaciones humanas, la representación enfermiza de la violencia, etcétera), formalmente Haneke sorprende con un filme de rigor académico y solemnidad majestuosa. En un gesto de repliegue y moderación respecto a como hasta ahora acostumbraba a plasmar la brutalidad humana en su trabajo, el autor de Funny Games parece haber dirigido su nuevo filme con la determinada voluntad (y cierta impostura) de codearse con los grandes maestros del cine europeo, con una atención especial al formalismo de Ingmar Bergman. Así, los capítulos de mayor brutalidad, quedan siempre fuera de campo o directamente enmascarados en elipsis. Rodada en rigurosos planos fijos y cuidados encuadres (sólo en una misteriosa y hermosa secuencia se permite hacer temblar la cámara), en un blanco y negro que insiste en crear grandes contrastes entre las escenas de interior y de exterior, el filme se deleita con un ritmo pausado y huye de los sobresaltos y las escenas de impacto, confiando en la fabricación de un crescendo al que sin embargo Haneke le escamotea un clímax largamente (dos horas y media) esperado.

Das Weisse Band es seguramente la película a competición con el discurso y la reflexión histórica de mayor calado y entidad, bordeando las pretensiones del ensayo histórico, la obra monumental más aliada con las reglas del clasicismo cinematográfico, pero en definitivas cuentas, a pesar de que el filme se mantiene a un excelso nivel a lo largo de todo el metraje, no ofrece nada nuevo que no se haya visto antes, sumándose al legado de un modelo autoral de cine europeo que se remonta a los años sesenta. Por eso mismo, quizás, por su eficaz hermanamiento con algunos maestros europeos de los últimos cuarenta años, Das Weisse Band se posiciona en un lugar destacado en la carrera por la Palma de Oro.