Image: Manoel de Oliveira

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Cine

Manoel de Oliveira

Vuelve con Singularidades de una chica rubia

18 diciembre, 2009 01:00

Manoel de Oliveira

Manoel de Oliveira ha buscado en un relato de Eça de Queirós la habilidad y la profundidad de la expresión literaria para llevar al cine 'Singularidades de una chica rubia'. El centenario director portugués ha rodado en esta nueva película, que se estrena hoy, alguno de los mejores planos de su carrera. Ha mezclado sencillez y sabiduría, precisión literaria y movimiento cinematográfico, cruzando consciente o inconscientemente todas las edades del cine en un solo guiño.

Never trust the teller, trust the tale (Nunca confíes en el narrador, cree el cuento), escribió D. H. Lawrence. Confiemos en la historia, por tanto, y desconfiemos del narrador. La historia de Singularidades de una chica rubia, película que ha rodado el sabio Manoel de Oliveira a sus cien años de edad, es muy sencilla, diríamos que su argumento es nimio. Su duración (apenas una hora) no se permite los circunloquios ni las tonalidades de epopeya con que el autor de El valle de Abraham ha ilustrado otros amores de perdición a lo largo de su valiosa filmografía. El origen es un relato decimonónico de Eça de Queirós, "adaptado y actualizado" por Oliveira, según rezan los créditos, y del que el propio director ha señalado que es "magnífico, hábil y muy profundo".

¿Qué nos cuenta, o mejor, qué "vemos" en esta historia sencilla? En un tren el joven Macario (Ricardo Trepa, nieto del cineasta) siente la irreprimible necesidad de relatar su infortunio amoroso con Luisa (Catarina Wallenstein), una joven de turbadora belleza de la que se queda extasiado cuando desde su oficina la espía asomada a la ventana. Todo lo que sucede a partir de entonces obedece a los resortes del drama canónico: el flechazo de Cupido, la pasión irrefrenable, el conflicto familiar y el amor frustrado. La oyente de Macario es su desconocida compañera de asiento (Leonor de Silveira), quien en ningún momento se toma la molestia de mirar a los ojos a su desesperado interlocutor. Un significativo detalle que se suma a la riqueza de matices de un film en el que los gestos sutiles y las situaciones en apariencia banales tejen y destejen su misterio. El enigmático plano final en el que Luisa se abandona como una marioneta -que se cuenta entre lo más hermoso y perturbador que ha rodado el director luso- representa un verdadero desafío a nuestras capacidades de percepción.

Pero sigamos confiando en la historia. Una de las razones por las que este último filme de Oliveria ejerce tanta fascinación es precisamente por su estrategia con el origen literario, sin reparar en los disparatados anacronismos que propone una historia sobre cómo las conductas sociales del siglo XIX (el honor, el deber, el romanticismo) rigen las conductas individuales del siglo XXI.

La verdad del narrador El dispositivo argumental de Singularidades de una chica rubia respira la forma exultante, la solemnidad y el ardor obsesivo que experimenta Macario al relatar los hechos consumados de su fatalidad. Como el recuerdo de un pasado traumático, la verdad del narrador será la única verdad de la historia. Cegado por la pasión, incapaz de ver o de intuir la maldición destructiva de su sujeto de deseo, Macario avanza confiado (y también el espectador) hacia un destino que se resuelve abruptamente en una joyería. "Hay situaciones que son realmente terribles, implacables", sostiene Oliveira sobre un relato que para él viene a relatar lo mismo que Amor de perdiçao, "pero de otra manera".

Regresemos a Lawrence: "Nunca confíes en el narrador". Y si de alguien hay que desconfiar, efectivamente, es de Oliveira. Bajo la apariencia cristalina del drama ha inyectado misterios y opacidades, dosis letales del veneno de su vieja socarronería para glosar los excesos de la pasión. El espectador ingresa por tanto en puro territorio buñueliano (con planos cenitales a la calle como explícitos tributos a El perro andaluz), ese que con tanta libertad y atrevimiento ha explorado el autor de Belle toujours, exquisito monumento a la ironía.

Tahúr de la imagen y la palabra, Oliveira reparte las cartas del relato como si fuera el juego de naipes que tiene lugar en un momento crucial del filme -donde la "desaparición" de una ficha adquirirá una secreta relevancia-, de modo que el verbo irónico va empapando la historia. Singularidades de una chica rubia conecta y amplía, por lo tanto, la preocupación del centenario cineasta por la subjetividad y los modos de representación, al tiempo que supone otro paso más en su interés por las adaptaciones literarias, que en esta ocasión se ajusta escrupulosamente a la estructura y el grado de formalismo de los textos clásicos. "Es un relato que va a lo esencial -ha dicho Oliveira sobre el cuento homónimo de Queiroz-. Como me pasa en el cine, me gusta que haya menos planos para decir exactamente la misma cosa". Bajo esa esencialidad -cifrada en el movimiento de un abanico o en cómo la amante dobla la pierna al ser besada-, el gran esteta que es Oliveira nos entrega su creación más depurada, realizada con la ligereza de un guiño pero con la sabiduría de un maestro que ha cruzado todas las edades del cine. Y de la pasión.

Portabella mira a Lorca

Un silencio religioso, delicados y lentos travellings, espacios que se llenan de vacío… El cortometraje Mudanza, de Pere Portabella, registra con frialdad quirúrgica el proceso de desvalijamiento de la Casa-Museo de Federico García Lorca, que el autor de El silencio antes de Bach ha realizado por encargo de la propia institución granadina. En un gesto de distribución a celebrar, este extraordinario filme se proyectará en salas españolas precediendo a la última obra de Manoel de Oliveira, de modo que ambas películas suman ochenta minutos de duración. La decisión de Portabella de filmar el desalojo de los muebles y enseres del poeta, recorriendo con solemnidad las estancias desérticas que habitó el autor de Poeta en Nueva York, como si invocara su presencia fantasmal, resuena con especial intención en estos momentos en que se procede a la exhumación de sus restos mortales en Alfacar, donde fue ejecutado.