Image: La forja de un héroe

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Cine

La forja de un héroe

Danny Boyle relata un drama real en 127 horas

4 febrero, 2011 01:00

James Franco en 127 horas, de Danny Boyle.

Aron Ralston pasó cinco días atrapado en un cañón cuando hacía alpinismo. Una gesta de supervivencia extrema que el autor de Slumdog Millonaire lleva a la pantalla en 127 horas, que se estrena hoy.

No es de extrañar que una historia tan terrorífica como la del alpinista Aron Ralston haya acabado teniendo su lógica adaptación a la gran pantalla. Y es que la epopeya vivida por el tan incauto como tenaz y valiente joven norteamericano posee todos los elementos clave para crear ese gran drama humano que siempre trata de buscar Hollywood, por lo general, con vanos resultados.

Recordemos el via crucis: Ralston, en el año 2003, se encontraba haciendo excursionismo de riesgo por el cañón de Blue John, muy cerca de Moab (Utah), cuando un peñasco le derribó atrapándole el brazo contra la pared; sin nadie que supiera de su aventura, Ralston sobrevivió durante cinco días con lo mínimo, enloqueciendo por momentos, racionando su escasa agua y realizando (unas cada vez más desquiciadas) confesiones a su videocámara relatando, primero, su situación y, finalmente, pidiendo perdón por todos sus pecados. Fue después de grabar en la piedra su fecha de defunción cuando tomó la drástica decisión de salvar su vida autoimputándose el brazo con una navaja minúscula con el filo mellado. El resto es historia, y aunque John Ford pensara lo contrario, en ocasiones ésta vale mucho más que cualquier leyenda que se precie.

Lo dicho: no hay mejor relato que aquél que acaba por forjar un héroe. Y en 127 horas, el realizador británico Danny Boyle ha querido imprimir todas y cada una de las pequeñas gestas que acabaron conformando la gran aventura de Ralston. De ahí que los aspectos más positivos del filme, que los tiene, residan en la creación de un survival horror a través de un único personaje, casi diríamos, que de un solo cuerpo.

Un nuevo Buried
Magullado, enfermizo, sepultado, pero un cuerpo al fin y al cabo, al que Boyle encuadra desde todos los ángulos posibles, acercando la cámara hasta resaltar cada centímetro de epidermis del, cada vez más solvente, actor James Franco. En la confrontación de dicho cuerpo con lo árido y, paradójicamente, purificador del paisaje reside el éxito de una cinta que empata a los puntos con la claustrofobia estética de Buried (2010), pero que se mantiene claramente alejada de obras mayores como Gerry (2002) -dos jóvenes perdidos en el desierto- o Moon (2009) -un hombre/clon aislado en una base lunar- por su incapacidad a la hora de ahondar en la lógica abstracción que surge de todo relato interior y/o subjetivo.

Si a Rodrigo Cortés le valía con un teléfono móvil tanto para acelerar la narrativa como para llenar de trampas argumentales su eficaz retrato de un hombre encerrado en un ataúd, Boyle tiende a la enajenación de su único personaje para trazar fugas de escaso gusto plástico donde se recuerdan todos aquellos actos negativos que ha realizado a lo largo de su vida. Es una lástima, ya que es sobradamente conocido que donde el director de Trainspotting (1996) sabe desenvolverse mejor es abordando relatos efímeros, sin grandes dilemas éticos, imprimiendo sabiduría pop vestida de escafandra fantástica de alto nivel resolutivo. Ahora, cuando se pone moralista, caso de la horrorosa Slumdog Millionaire (2008), su discurso se torna tan obtuso como hortera e impostado. De ahí que la resolución final de la cinta pase por la previa expiación de los pecados del protagonista reconociendo todos los errores cometidos en su vida.