Image: Neville castizo

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Cine

Neville castizo

Se publica por primera vez La Torre de los Siete Jorobados

25 noviembre, 2011 01:00

Edgar Neville en un momento de rodaje


El cine español, el bueno de verdad, es cine de rarezas y empresas singulares. Cine arriesgado, que pone a sus creadores al borde del precipicio, y, sin embargo, se atreve con descaro y chulería, a salir adelante. A tomar forma y proyectarse -cuando le dejan-, demostrando que en nuestro país, sí señor, también se pueden hacer grandes películas. Es, claro, cine de francotiradores y nombres propios. De títulos míticos, que dejan tras de sí una estela de leyenda… Y pocos tan legendarios como La Torre de los Siete Jorobados (1944), de un señor llamado Edgar Neville.

Que a mediados de los cuarenta alguien se empeñara, en plena grisura de posguerra, en sacar adelante una película de aventuras y misterio, entreverada de humor castizo, en un panorama envenenado por altisonantes superproducciones patrióticas como las que realizaba la productora Cifesa, melodramas de moral añeja y adaptaciones literarias más añejas todavía -Pereda, Lugín, Palacio Valdés...-, ya es en sí tremenda hazaña, pero que, además, lo consiguiera, pese a desmanes y desbarajustes de la censura, llevándolo a cabo con sorprendente elegancia y gracia, es prácticamente un milagro. Milagro que no venía del cielo, sino de una novela igualmente atípica, publicada en 1920, y escrita por el insigne Emilio Carrère, aunque intervenida en la sombra, por encargo del editor, para ser adecuadamente completada, por el popular "Capitán Sirius" (Jesús de Aragón, "el Julio Verne español"). Carrère, poeta modernista, cronista del Madrid de la media tostada, quiso también ser autor de aventuras y misterio, empleando sus conocimientos esotéricos, su afición a Poe, Leroux, Doyle, Benoit y los demás, para inventar un peculiar fantástico, de humor negro y chocarrero. La Torre de los Siete Jorobados, novela, es también una singular aportación, marcada por su atrevimiento y éxito, preludio superior de nuestros tiempos de zafones y revertes.

Con tal precedente, no es raro que La Torre de los Siete Jorobados, película, se perfile como criatura mutante por excelencia de nuestra cinematografía llegada prematuramente. Al frente de tan absurdo proyecto no podía estar otro que Edgar Neville, curtido en tierras hollywoodienses -junto a los mejores de una generación perdida-, quien sentía particular simpatía por los géneros populares -inventando el policial castizo: El crimen de la Calle Bordadores (1946)-. Junto a él, el guionista José Santugini, el decorador Pierre Schild, el músico Ruiz de Azagra, y los demás, crearon un filme sin precedentes, que no tendría continuidad hasta dos décadas más tarde, cuando el cine de terror se afianzara en España... Renegando a menudo, como hoy, de sus señas de identidad. A la inversa de lo que proponía Neville. Fugazmente entrevista en madrugadas televisivas o efímeras sesiones de Filmoteca, La Torre de los Siete Jorobados resucita ahora en DVD. Tres años ha llevado a Versus conseguir los derechos de la película y restaurar digitalmente la copia de la Filmoteca Española, ofreciéndola con contenidos adicionales y un libreto que documenta la poliédrica y problemática historia de una película imposible, que sin embargo fue. Un filme que hace pensar en el expresionismo alemán y sus caligaris, en la Universal y sus dráculas... Teñido todo de sano humor castizo e impagable evocación del Madrid antiguo y misterioso.

El buen cine español, pues, es cine de francotiradores, como Neville. De obras que parecen surgir de la nada, aunque están profundamente enraizadas en nuestra cultura y carácter, siguiendo corrientes ocultas, subterráneas, como esa vieja ciudad judía bajo el Madrid de los Austrias. Recuperar La Torre de los Siete Jorobados, torre prodigiosa, es redescubrir el buen cine español. Quizá más soñado que real, pero que también fue, este cine es y será siempre posible.