Image: A la sutileza desde el exceso

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Cine

A la sutileza desde el exceso

John Michael McDonagh debuta con El irlandés, una de las sensaciones europeas de la temporada

20 julio, 2012 02:00

Brendan Gleeson es el sargento Boyle en El irlandés, de J.M. McDonagh

Bajo su superficie de comedia excesiva, 'El irlandés' esconde una fuerte carga de ironía cinéfila. El debut de John Michael McDonagh es una de las revelaciones del año: un divertido, inteligente thriller policial, con una soberbia interpretación de Brendan Gleeson.

De todas las formas de parodia, la más conmovedora (o inteligente) es la que desliza un tributo, un gesto de admiración y respeto hacia el objeto de su burla. Esto lo sabemos desde que Miguel de Cervantes imaginó a su caballero de la triste figura y firmó la más inmortal de las novelas de caballería precisamente para mofarse de las novelas de caballería. Semejante actitud la encontramos también en buena parte del mejor cine de los últimos años, aquel que toma un género para comentar sobre él, pero sin renunciar a emplear sus tropos más eficaces. El gran Lebowski (Joel Coen, 1998), El último golpe (David Mamet, 2001), Los otros dos (Adam McKay, 2010), Red State (Kevin Smith, 2011)... los grados de sátira y deconstrucción son múltiples, pero al cabo, la mejor forma de ironía pasa por comprender que hay que tomárselo muy en serio.

Los últimos cinco minutos de El irlandés contienen probablemente el comentario metaficcional a los happy endings hollywoodenses más sardónico que se recuerda. Martin McDonagh, el productor ejecutivo de esta comedia que se ha convertido en una de las sensaciones europeas de la temporada -gran éxito de taquilla y ganadora de varios Satellite Awards-, es el autor de la memorable Escondidos en Brujas (2008), una pieza tan excéntrica como eficaz a la hora de jugar con las coordenadas del noir europeo. Su hermano John Michael McDonagh es el director debutante al frente de El irlandés, cuyo título original en todo caso, The Guard, es mucho más apropiado que el de su caprichosa traducción, capaz de generar unos cuantos equívocos: no estamos frente a un retrato bucólico de la isla esmeralda, ni tampoco frente a un revival fordiano de los usos y constumbres gaélicos.

El guardián del título original es el centro de gravedad del filme, de donde procede toda su energía cómica y emocional. Se trata del sargento Gerry Boyle (Brendan Gleeson), quien, citando al agente del FBI (Don Cheadle) con el que se ve forzado a trabajar en la busca y captura de un grupo de narcotraficantes, no estamos seguros de si es "jodidamente tonto o jodidamente listo", una ambivalencia perfectamente aplicable a la propia película, que continuamente juega con ella, desactivando expectativas y proponiendo sorprendentes variaciones irónicas. A su modo, la brutalidad irlandesa de Gerry lo colocaría a medio camino entre el Walt Kowalski de Gran Torino y el José Luis Torrente de Santiago Segura. Digamos que su incorrección política está a prueba de balas.

El filme funciona en varios niveles. Al tiempo que no decepciona desde su vertiente humorística, tampoco lo hace como artefacto de género, a su modo tan iconoclasta. La aparente ligereza del relato no eclipsa la meticulosidad con la que McDonagh escribe los diálogos y concibe la puesta en escena. Es curioso cómo unos villanos descritos con semejante guasa -filosofan sobre Nietzsche y Bertrand Russell- son también capaces de proyectar la psicopatía que demandan sus papeles. La colisión inicial y el posterior hermanamiento entre el sargento irlandés y el agente americano (origen de varias bromas sobre la "profesionalidad" del FBI), así como el abundante desfile de secundarios con personalidad, hacen de El irlandés una de las experiencias cómicas, y cinematográficas, más sorprendentes de este año.