Ben Affleck
Para triunfar en Hollywood hay que ser un loco
26 octubre, 2012 02:00Ben Affleck durante el rodaje de Argo.
Se ha revelado mejor cineasta que intérprete. Quien fuera una presencia habitual en el cine indie de los noventa, vuelve a demostrar con la espléndida 'Argo', su tercer largometraje como director, que prefiere sumarse a la tradición neoclásica del cine norteamericano.
El rostro del ‘indie' se convertía en pasto de chistes y todo tipo de burlas. Su rutilante romance con Jennifer López y su buena suerte se terminaron de golpe y Affleck desaparecía del mapa mientras su colega Matt Damon se convertía en el actor más solicitado de su generación. Alto e imponente, Ben Affleck recuerda así ese momento de transición: "Para mí dirigir fue siempre una meta desde los tiempos de la universidad. Estuve a punto de debutar con Will Hunting [finalmente la rodó Gus Van Sant] y después tuve suerte como actor así que fui encadenando un papel tras otro. Hubo un momento en el que sentí la necesidad de parar y fue cuando comencé a tomarme en serio como cineasta. Si algo aprendí de esa época fue que no hay ninguna necesidad de ser prolífico. Como actor y como director, ahora escojo con mucho cuidado todos los proyectos".
Lo que nadie esperaba es que Affleck fuera a resucitar como uno de los más brillantes continuadores de la gran tradición narrativa neoclásica estadounidense. Adiós pequeña, adiós (2007), la investigación del secuestro de una pequeña en Boston, es un espléndido thriller que radiografía los bajos fondos y la fina línea que separa la justicia del crimen. Digno heredero del cine negro de Hawks, Huston o Fritz Lang, Affleck confirmaba con su siguiente título, The Town. Ciudad de ladrones (2010), no solo poseer el talento para dominar las convenciones del noir sino para plantear poderosos dilemas éticos. En su nueva película, Argo, favorita para el Oscar de este año, absorbe enseñanzas de la generación política de los años setenta para retratar el secuestro de rehenes en la embajada estadounidense en Irán en 1979 a partir de la poco conocida, hasta los años 90 secreta, peripecia de seis funcionarios que lograron escapar del asedio refugiándose en la residencia del embajador de Canadá, donde vivieron una angustiosa reclusión.
"Por una parte - explica el cineasta- me interesaba mucho el contexto histórico y su estética. Mi cine favorito es el de los 70 y tenía la oportunidad de rendir tributo a héroes del cine político como Lumet, Pakula o Pollack. Internet ha cambiado muchísimo la investigación. Vi cientos de imágenes y vídeos de la época. Por la otra, esta era una oportunidad para reflexionar sobre las consecuencias de las revoluciones. Sabemos que imponer una democracia mediante una guerra puede llevarnos a un desastre mayor. Y que apoyar a dictadores como hicimos con Mubarak, corruptos y despóticos, tampoco es la mejor solución. También es interesante reflexionar sobre lo que sucede con las revoluciones populares. Cuando hacía la película se producían las primaveras árabes, y ahora vemos que no es tan sencillo como cambiar de régimen. Les ayudamos en Libia y atacan nuestra embajada. Al tratarse de un tema tan delicado, estaba obligado a ser preciso".
De esta manera, Argo es al mismo tiempo su película más directamente política y también la más divertida y menos melodramática. El propio director interpreta a Tony Mendez, un agente de la CIA que trata de sacar a los americanos del país iraní haciéndolos pasar por miembros del equipo de rodaje de una película de ciencia-ficción. La ironía sobre las pequeñas miserias de los altos conflictos internacionales se junta con una parodia, más socarrona que hiriente, del mundo de Hollywood que tan bien conoce: "Los Ángeles es un sitio muy curioso. Está lleno de mentirosos, traidores, buscavidas... pero también es un lugar en el que hay gente muy creativa haciendo cosas maravillosas. Para triunfar allí tienes que tener una personalidad ganadora y además ser un loco, porque es un sitio muy absurdo. Quería mostrar esa parte menos glamourosa, con ese cartel de Hollywood medio roto y ese productor que vive en una casa cutre. Mi mirada mezcla escepticismo y admiración".
-Con el conflicto iraní en un punto culminante de desarrollo nuclear y Mitt Romney apostando por atacar, ¿calibró cómo podía interpretarse el final, con la bandera ondeando?
-Mi deseo es que todo se resuelva de forma pacífica. Es cierto que en estos últimos meses la cuestión iraní ha ido tomando un papel más protagonista pero yo no soy responsable de lo que pueda suceder ni creo que pueda asumir esa responsabilidad. Por eso puse ese prólogo, para que se entienda cómo se ha llegado hasta allí. No me gustan las historias de buenos y malos. Al buscar esa precisión, me fijé en Rashomon de Kurosawa, porque para entender la verdad hay que verla desde todos los puntos de vista.
-Hace cine de género pero al mismo tiempo es un autor. ¿Cómo combina ambas dimensiones?
-Me gusta la estructura que te da el género y no me importan sus convenciones si son inteligentes y sorprenden al público. La idea es utilizar eso para centrarse en lo más importante, que para mí son los personajes. Se trata de mantener una línea muy sólida en la historia para que la gente no se aburra y llegar a un lugar más profundo. No hago cine de autor en el sentido estricto. Me preocupa el público al que me dirijo.
-Hasta la fecha no ha dirigido ninguna superproducción. ¿Dará ese salto?
-Mis películas no han ganado mucho dinero así que cuando llaman a alguien para esos proyectos no estoy de los primeros de la lista. El otro día vi un documental sobre Kubrick y decía que no eres mejor director por hacer más películas. Quiero trabajar pero al mismo tiempo tengo que discriminar. Lo que más me interesa son los personajes ambiguos, que te sorprenden y puedes entenderlos aunque no sepas muy bien qué van a hacer. Me resulta muy aburrida la historia del héroe, la chica... De momento, resisto la tentación.