El árbol magnético, los soterrados demonios de una familia normal
Una imagen de El árbol magnético.
Isabel Ayguavives estrena El árbol magnético, una conmovedora y hermosa película en la que todo lo que ocurre se encuentra en el trasfondo de los personajes
El árbol magnético, rodada con cierto estilo por una Ayguavives muy aficionada a crear imágenes impactantes a través de los reflejos de los cristales, es una película en construcción perpetua, un filme en el que nunca pasa nada en lo que vemos en pantalla y donde pasa mucho en el trasfondo de unos personajes sometidos a la cortesía familiar y que se afanan en ocultar sus sentimientos más profundos. Ayguavives lo cuenta bien, con diálogos que suenan vivaces y sinceros (espléndido momento alrededor del fuego cuando los primos fantasean qué hacer con la vieja casa), con personajes bien trazados con pocas líneas y una atención especial a un paisaje crepuscular y algo marciano que sirve como contrapunto a la aparente normalidad de una familia muy normal y por tanto acosada por mil demonios y verdades no del todo reveladas.
Película de una parquedad expresiva a veces excesiva con algún momento disonante en el que a fuerza de sutilidad se cae en cierta banalidad pretenciosa, El árbol magnético va cogiendo fuerza a medida que se convierte en esa historia de amor perdido y pasional que comienza a apuntarse al principio de la película. La cámara de la directora busca la intimidad de los personajes sin resultar intrusiva y con talento va despojándolos de sus capas para que acaben revelando, por fin, sus sentimientos más profundos. Hermosa y conmovedora cinta que permite adivinar en Ayguavives una sensibilidad sobresaliente para captar en los pequeños gestos y las palabras no dichas la esencia latente que subyace en todas las relaciones humanas.