Image: Los caballos de Dios o el origen del mal

Image: Los caballos de Dios o el origen del mal

Cine

Los caballos de Dios o el origen del mal

3 julio, 2015 02:00

Una imagen de Los caballos de Dios

La película de Nabil Ayouch logra al mismo tiempo una condena sin paliativos del terrorismo y que nos pongamos en la piel y entendamos la siniestra trayectoria de esos trágicos mártires

Estrenada con cierto retraso por avatares de la distribución, la ganadora de la Espiga de Oro en la Seminci de 2012, Los caballos de Dios, adquiere hoy quizá una trágica actualidad aún más acuciante que entonces. Retrato de la deriva islamista de dos hermanos que crecen en un suburbio paupérrimo de Casablanca, el filme ofrece un retrato tan emocionante como convincente de una lacra como la del terrorismo integrista que la semana pasada segaba decenas de vidas en Túnez, Francia y Kuwait. El director, Nabil Ayouch, hijo de madre judía y padre marroquí, criado en Francia, logra al mismo tiempo una condena sin paliativos del terrorismo y que nos pongamos en la piel y entendamos la siniestra trayectoria de esos trágicos mártires de una causa inútil.

Los caballos de Dios es indiscutible heredera de aquella Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, 2002) a cuyo propio título recuerda y cuya mezcla entre estética videoclipera con clara influencia del efectismo hollywoodiense con temática social ha tenido una inmensa influencia en el cine occidental como puede comprobarse con títulos como aquel Slumdog Millionaire de Danny Boyle o la reciente Trash de Stephen Daldry, también ambientada en Brasil. En este sentido, Los caballos de Dios no es el cine marroquí (por cierto, muy influido en general por Scorsese y Tarantino) que quizá alguno espera sino un filme vibrante, rodado como una película de acción, y muy deudor de la narrativa estadounidense.

La película, inspirada en una novela a su vez inspirada en la historia real de los mártires suicidas que asesinaron a 41 personas en 2003 en Casablanca, no ofrece explicaciones muy distintas a las que ya conocemos, la causa final del yihadismo sería la falta de perspectivas laborales, la pobreza y la falta de educación de amplias capas de la juventud árabe. Todo ello, en un entorno progresivamente occidentalizado en el que al mismo tiempo que penetra el rock, el alcohol o las nuevas costumbres sexuales existe un movimiento contrario que reclama precisamente un retorno a las esencias. Una dicotomía que el filme acierta al reflejar a través de las vivencias de unos adolescentes que sueñas con ser futbolistas o celebridades y deben enfrentarse en algún momento a su falta de horizonte.

Hay aspectos audaces en el filme como el reflejo de las relaciones homosexuales entre jóvenes árabes, un tabú poco transitado pero tácitamente aceptado socialmente porque estos chicos sencillamente tienen vedado el coqueteo con chicas y el sexo en teoría solo comienza cuando se casan. No tiene el filme el tono casi sarcástico de aquella Paradise Now (2005) ni una mirada demoledera como la que aportaría Winterbottom, Los caballos de Dios retrata a sus jóvenes protagonistas como lo que son, jóvenes, y precisamente en el choque entre el idealismo juvenil y la cruda realidad surge la tragedia. Vale la pena ver un filme que nos ayuda a entender la complejidad del conflicto que define nuestra época.