Marta Rivera de la Cruz
Noche, oscuridad, calor. Cine de verano en la plaza del pueblo. Una de tiros, de amores prohibidos, de aventuras míticas... De Jamón, Jamón a Lawrence de Arabia, escritores, artistas, cineastas, músicos, actores y directores teatrales recuerdan aquí aquella película que vieron en plena ola de calor.
Los veranos de mi juventud eran largos y tibios. Los pasaba en una urbanización donde había una treintena de familias como la mía, y un montón de quinceañeros como yo que ensayaban para ingresar en la vida entre excursiones en bici, mañanas de piscina y fiestas de las que se reirían los adolescentes de hoy. Con aquellos chicos vi Los Goonies, una película de aventuras en cuyos protagonistas encuentro a los jóvenes que éramos entonces: inocentes, alegres, tan llenos de esperanzas que - como ellos - creíamos en tesoros escondidos.Recuerdo aquel cine que hoy ya no existe, el fondo común para comprar palomitas, los músculos tensos cuando aparecía el esqueleto de Chester Copperpot y el aplauso final tras la visión del barco pirata deslizándose por el agua mansa de la bahía. Cada vez que veo Los Goonies regreso a aquellos veranos felices, mientras la canción de Cindy Lauper me lleva de la mano por la parte más amable del mapa de la melancolía.