No ha sido este 2015 un buen año para el cine de industria ni los nombres más consolidados del cine español. Frente a la confortable tradición, se ha impuesto entre nuestros críticos la determinación de un cine que se fabrica en las periferias, que busca y encuentra su personalidad en la heterodoxia y el riesgo, en la intimidad y la subversión de formas. Así, ocupan los primeros puestos un retrato familiar, una sátira política, un relato generacional, una road-movie rohmeriana y un documental histórico.
O Futebol
Sergio Oksman y Carlos Muguiro
En un nivel estrictamente narrativo, esta película es el autorretrato de cómo el director de origen brasileño (S. Oksam) se reencuentra con su padre veinte años después. En una dimensión fílmica,
O Futebol es mucho más que eso. La idea propulsora establece las reglas del juego: ver todos los partidos del Mundial de Brasil juntos, como hacían en la infancia del cineasta. Pero el minucioso y estilizado registro de la realidad, que obedece a una serie de reglas formales -el plano fijo, repetición de encuadres, el fútbol en el fuera de campo, etc.- quedan rotas cuando algo inesperado y trágico altera todo el concepto. Entonces, la película se enfrenta a su gran desafío: controlar el azar mediante el cine. Como si solo desde el control de la puesta en escena pudiera registrarse el descontrol de la existencia. Ni documental ni ficción, sino un dispositivo totalmente híbrido, la película está sistematizada por el raciocinio, elaborada desde la intuición y alumbrada por la emoción profunda. Películas como
O Futebol no solo nos hacen amar el cine, sino que nos ayudan a comprender por qué lo amamos. Oksman codirige el filme con Carlos Muguiro, que escribió junto a él
Una historia para los Modlin (2013), uno de los cortometrajes más extraordinarios del cine español.
Negociador
Borja cobeaga
El tercer largometraje que dirige el guionista de
Ocho apellidos vascos y su secuela viene a ser la proyección natural de los años que trabajó en el irreverente programa de la televisión vasca
Vaya semanita, donde siete años antes del alto el fuego etarra ya hacía humor con el terrorismo y comedia con la política.
Negociador toma como punto de partida las negociaciones en 2005 entre representantes del gobierno español y el grupo terrorista, con intermediario internacional, para fabular más allá de los hechos. "El eje de la película es el lenguaje como elemento de separación, frontera, obstáculo, en lugar de instrumento de comunicación" (Gonzalo de Pedro). Con más humanismo que cinismo, y de algún modo esperanzada,
Negociador no es solo una lección magistral de la puesta en escena cómica (el uso de los gestos y el cuerpo) sino un hilarante, escalofriante retrato de los patetismos de la política y la condición humana. Es sorprendente que Ramón Barea no haya recibido una nominación al Goya por su intepretación, así como Josean Bengoetxea y Carlos Areces, que incorporan sus personajes profundizando en el absurdo de las situaciones pero huyendo siempre de la caricatura.
Las altas presiones
Ángel Santos
Retrato rabioso y melancólico de una contemporaneidad marcada por la precariedad y el desconcierto,
Las altas presiones cuenta la historia de un treintañero (Andrés Gertrudix) que regresa a su Pontevedra natal para buscar localizaciones para una película y enfrentarse a su vacío vital. Ambientada en los círculos
hipster de la ciudad gallega, es el retrato de una generación que experimenta la crisis desde todas sus facetas, no solo la económica, pues parece dirigirse hacia un horizonte sin esperanza.
Las altas presiones, segundo largometraje de Santos, "ofrece un reflejo cristalino de la realidad de cientos de miles de personas y está contada con la melancolía inherente a un presente que parece robado" (Juan Sardá). Sin alzar la voz más de lo necesario, con una honestidad dolorosa, el filme encuentra las herramientas cinematográficas necesarias para hurgar en la herida del presente y trazar un horizonte de ruinas y desconcierto.
Los exiliados románticos
Jonás Trueba
De la reflexión a la intuición, del entretiempo al verano, del blanco y negro al color... El tercer largometraje del joven Trueba es en apariencia muy distinto a
Los ilusos, su anterior filme, si bien ambos están poseídos bajo lo que podríamos llamar "la poética del esbozo" (Carlos Reviriego). Rodó la película en doce días, embarcado con unos amigos en un viaje en furgoneta con paradas en Toulouse, París y Annecy, destinos históricos del exilio español. Con los sueños románticos de Franceso (Carril), Vito (Sanz) y Luis (E. Parés), y en alianza con la música del grupo Tulsa, Trueba despoja su cine de toda afectación y retórica formal para atrapar la incertidumbre, la fugacidad, la libertad de vivir y rodar.
Los exiliados románticos, con su aroma rohmeriano, se ofrece como una película cuyos espacios debemos habitar, y a la necesidad de construir un lugar, un sentimiento, antes que una historia.
El gran vuelo
Carolina Astudillo
El documental, ganador en el Festival de Málaga, se centra en la figura de Clara Pueyo Jornet, militante del Partido Comunista que en los primeros años de la dictadura franquista escapó de la prisión de Barcelona para vivir a partir de entonces en constante fuga, esfumándose en la historia. Astudillo hace memoria histórica de una memoria sin imágenes, confiando en las entrevistas que realiza y en el archivo documental que pone en relación con la accidentada biografía de Pueyo, evitando las conclusiones reduccionistas, siempre desde el cuestionamiento y la sospecha, mediante un detallado trabajo de investigación y un montaje revelador que remite a las asociaciones por fricción de Martín Patino. El retrato de la militante comunista y la reconstrucción de su vida en posguerra emana al mismo tiempo como la historia de las mujeres de su tiempo y sus luchas por la libertad.