Truman no tiene rival
Javier Cámara y Ricardo Darín, triunfadores de la noche con Truman, se funden en un abrazo
La película de Cesc Gay se convierte en la gran triunfadora de la noche de los Goya al recibir cinco de los seis premios a los que optaba, entre ellos Película, Director, Actor Principal, Actor de Reparto y Guion Original.
Una sorpresa: Natalia de Molina ha ganado como Mejor Actriz por Techo y comida. La favorita era Inma Cuesta por La novia y sin duda hubiera merecido el premio pero el Goya ha recaído también con justicia en Natalia de Molina por su emocionante personaje en un filme sencillo y talentoso. Es una película de pequeño presupuesto y una joya que el público quizá ha dejado pasar inadvertida. En su espléndido debut, el director Juan Miguel del Castillo, logra hacer un retrato emocionante, certero y riguroso del drama de esa joven a la que da vida Natalia de Molina que se busca la vida como puede con un hijo a cuestas temiendo quedarse en la calle.
Daniel Guzmán vivió su gran noche después de su éxito en el Festival de Málaga. El actor y ahora director de largometrajes construye en A cambio de nada un sensible retrato autobiográfico de su adolescencia contándonos la peripecia por Madrid de un adolescente (Miguel Herrán, Mejor Actor Revelación) angustiado por la separación de sus padres y en busca de su propio camino. No pudo ser el Goya para la abuela de Guzmán, pero sí fue protagonista cuando el propio director recogió el suyo como Director Novel y se lo dedicó visiblemente emocionado.
Una gala muy repartida que dio cuatro premios técnicos a Nadie quiere la noche de Isabel Coixet y otro a Fernando León por el Guión Adaptado de Un día perfecto. No ha sido el mejor año del cine español y no deja de ser una paradoja que entre las cinco películas ninguna de ellas tuviera el respaldo de TeleCinco o Atresmedia, con diferencia las productoras más prolíficas de nuestro país. El cine de calidad queda pues relegado para TVE, cuyos presupuestos menguantes cristalizan en una gala repleta de estrellas como la de esta noche en la que el propio cine español parece confesar, de forma involuntaria, que existen dos cines españoles: el que se produce y triunfa en las taquillas, como esa Ocho apellidos catalanes que ha vuelto a elevar la cuota de mercado pero que no aparecía por ninguna parte en las nominaciones (aunque la gala fuera presentada por su protagonista, Dani Rovira), y el que se premia.
Ha sido una gala sosa, como es habitual demasiada larga y falta de ingenio porque los fastos del cine español necesitan, con urgencia, un shock de modernidad. Hace bien el cine español en reivindicar a un clásico del cine popular como Mariano Ozores y mirar atrás sin ira, pero haría bien también en darse cuenta de que el mundo del espectáculo ha evolucionado desde los tiempos del Festival de Benidorm. No es que Dani Rovira no tenga gracia, que la tiene, es que la voluntad de no molestar a nadie lo hizo todo un poco descafeinado: mucha conversación ingeniosa con los invitados, muchos guiños de camaradería y el foco sobre los súper famosos que adornaban la fiesta: Juliette Binoche, Tim Robbins, Penélope Cruz y Javier Bardem o Mario Vargas Llosa acompañado de Isabel Preysler.