Churchill: El discurso del primer ministro
Jonathan Teplitzky dirige esta película sobre la figura del legendario político británico en la que muestra su lado más vulnerable
8 septiembre, 2017 02:00Una imagen de la película
En clave plenamente hagiográfica, la película Churchill, dirigida por Jonathan Teplitzky, nos muestra al "gran" hombre durante los últimos días claves del final de la II Guerra Mundial, cuando el ejército de Estados Unidos planeaba el desembarco en Normandía que le dio la puntilla a la guerra contra la opinión del célebre primer ministro británico. Brian Cox, pletórico, interpreta al hombre de Estado y quizá lo más sorprendente es que el filme trata más sobre la falta de poder del poder que sobre su omnipotencia. Este Churchill orondo que fuma como una chimenea enormes puros es el presidente de su país pero ha perdido casi toda capacidad de acción. Angustiado por la previsible pérdida masiva de vidas de jóvenes, se opone a los planes de los americanos de una acción militar gigantesca que calibra como suicida.Se trata, por tanto, de celebrar al "hombre más grande de la historia de Inglaterra" como se nos dice al final de la película, pero también de mostrar su vulnerabilidad y su lucha hasta el último segundo por hacer imponer sus tesis, cosa que al final no consigue. Un Churchill ya casi anciano se ve devorado y superado por un coronel estadounidense que valora en poco sus conocimientos adquiridos durante la I Guerra Mundial como reflejo de la crueldad del paso del tiempo y la inutilidad de la experiencia en un mundo que parece despreciarla. Este Churchill de Cox se lamenta y se revuelve como gato panza arriba mientras sus más próximos colaboradores dan señales de estar hartos de él.
Finiquitado el hombre de acción, Churchill debe contentarse con ejercer el papel de icono. El suyo ya no es un liderazgo efectivo sino simbólico, su tesón y su fuerza, indiscutibles, son el vivo reflejo de una nación que da muestras de sentirse agotada después de cinco años de guerra y que necesita ver cómo el venerable político no pierde un ápice de su fortaleza, de puertas afuera, para sentirse reconfortada. Vemos, por tanto, a un hombre de Estado angustiado por su pérdida de poder, lidiando con un matrimonio que parece hacer aguas (Miranda Richardson interpreta a su escéptica pero devota esposa) y que al mismo tiempo no tiene opción de desfallecer pues su caída sería un duro golpe a la autoestima de una nación exhausta. A Churchill, lo mejor que le queda por hacer es dar uno de esos discursos impecables (le dieron el Nobel de literatura en 1953 por ellos) y arengar a los suyos.
Con trazas académicas y en alguna ocasión excesivamente televisivas, Churchill es una película marcadamente nacionalista que tampoco oculta sus cartas. De pocos episodios puede estar Gran Bretaña más orgullosa que de su victoria en la II Guerra Mundial y de los valores de libertad y democracia que encarnó frente al mal absoluto representado por los nazis. Los rusos tienen razón al decir que ellos fueron más que decisivos al derrotar a Hitler pero eso poco importa aquí. Frente a la barbarie, el "más grande de los ingleses" seguirá siendo un símbolo de la resistencia y la victoria frente al Mal con mayúsculas. Además de levantarle estatuas, en su país le dedican películas como ésta.
@juansarda