Image: Robin Campillo: Francia lleva 250 años sin superar la revolución francesa

Image: Robin Campillo: "Francia lleva 250 años sin superar la revolución francesa"

Cine

Robin Campillo: "Francia lleva 250 años sin superar la revolución francesa"

19 enero, 2018 01:00

Robin Campillo. Foto: Céline Nieszawer

El director francés viaja a principios de los años 90 en 120 pulsaciones por minuto para narrar los tiempos más duros del sida. La película está inspirada en sus recuerdos como activista en Act Up París, una organización de protesta que logró que el gobierno y la sociedad se tomaran en serio la enfermedad.

A principios de los años noventa, el sida era una enfermedad desconocida y mortal que acabó con la vida de miles de personas que se enfrentaron a ella sin recursos. Eran tiempos en los que los portadores sufrían una severa discriminación y se propagaban rumores como que un simple beso en la mejilla tenía la capacidad de contagiar el virus, conocido por entonces como el "cáncer" de los homosexuales. Años duros en los que el VIH era una condena y un estigma insoportable, algo que refleja Robin Campillo, guionista habitual de Laurent Cantet, en su celebrado tercer filme como director, 120 pulsaciones por minuto. Según cuenta el propio Campillo, la película está inspirada en sus recuerdos como activista en Act Up París, una organización de protesta que logró que el gobierno y la sociedad se tomaran en serio una enfermedad que era vista como un problema que afectaba solo a los gays. El filme, ganador del Gran Premio del Jurado en Cannes, ofrece también la conmovedora historia de amor entre dos jóvenes, uno de ellos infectado (Nahuel Pérez Biscayart) y el otro sano (Arnaud Valois) y devuelve a la vida unos tiempos que hoy parecen remotos, pero no lo son tanto.

Pregunta.- ¿Hasta qué punto la película se basa en sus experiencias personales?
Respuesta.- Fui activista de Act Up en París desde que empezó la organización. Nunca olvidaré la impresión que me produjo leer los primeros artículos sobre el sida, aquello era como el fin del mundo, como si la vida real se convirtiera en irreal. La aparición de las primeras víctimas fue un enorme shock y en aquella época no sabíamos nada de lo que de verdad pasaba. Yo entré en Act Up en 1992 y estuve solo tres años, aunque fui muy activo. Lo que yo he querido con esta película es no dar demasiadas explicaciones al espectador para que sienta la forma en que nosotros actuábamos en una época en la que estábamos a ciegas porque no disponíamos de la información que existe ahora. Me interesa la forma en la que un grupo logra tener una sola voz y trasladar un solo mensaje.

P.- En el filme vemos cómo todo el rato se debaten entre organizar acciones radicales o intentar "ser apreciados" por la sociedad. ¿Están condenadas las acciones de protesta en este tipo de dilemas?
R.- Lo que vemos es un conflicto constante entre lo íntimo y lo colectivo. Veamos el caso de Sean. Él está enfermo, sufre y padece en sus propias carnes la enfermedad que lo acabará matando y al mismo tiempo lucha para que los contagiados con VIH tengan una vida mejor. Quizá al principio del filme es capaz de establecer una distancia entre el objeto de su lucha y lo que le está pasando, pero después vemos que ya no es capaz de hacer esa distinción porque la enfermedad ha acabado con él. Quizá cuando empieza es capaz de mantener una cierta objetividad, pero después eso se acaba. Es una lucha que tiene que ver con ganarse el respeto de los demás y que se reconozca la enfermedad, pero evita en todo momento ser considerado una víctima.

P.- De forma constante vemos cómo el foco cambia de las escenas íntimas a las escenas de grupo. ¿Cambiamos mucho cuando estamos acompañados?
R.- A veces cuando vemos películas que suceden en el pasado nos cuesta entender que los personajes se sintieran tan perdidos en situaciones que nosotros damos por superadas. Cuando alguien llegaba nuevo a Act Up había un tipo que se encargaba de explicar a los recién llegados de qué iba todo aquello, pero después esos novatos veían que nada tenía que ver con lo que les habían contado. Esto es algo que vemos en la película. La realidad es que todos vivimos nuestra vida perdidos, sin una brújula, y que cuando nos sentimos excesivamente perdidos tendemos a desconectar de lo que sucede alrededor.

120 pulsaciones por segundo. Foto: Céline Nieszawer

P.- ¿Hasta qué punto le ha preocupado ser realista a la hora de explicar esa época?
R.- Hay una preocupación por ser fiel a algunos aspectos y que la película tenga un aire de realismo, pero también creo que hay algo muy teatral. Recuerdo que una vez tuve que ayudar a vestir el cadáver de un amigo junto a su madre y tuve una sensación enorme de irrealidad. Por eso no quería representar la muerte ni la enfermedad de una forma cien por cien realista. Películas como Philadelphia (Jonathan Demme, 1993), por ejemplo, se entretienen mucho tiempo describiendo la decadencia física del protagonista pero a mí me interesaba más el proceso psicológico, ver cómo Sean se desconecta cada vez más de la vida.

P.- Es un filme que habla sobre cómo se hace la política, pero también cuenta una historia de amor. ¿Vale la pena hacer una película si no es para contar una historia de amor?
R.- Por supuesto. Describo un período de gran agitación tanto para el colectivo como para los personajes y en ese momento tan complicado es cuando puede surgir un amor tan azaroso como el que vemos. Hay un momento en el que Sean le dice a su amado que le duele haberse enamorado de él precisamente en un momento como ese. Ellos han creado juntos algo muy hermoso pero no saben qué es y no pueden dejar de ser conscientes de que será efímero. El suyo es un amor basado en la urgencia y lo azaroso.

P.- Fue muy sorprendente ver una reacción tan dura en Francia contra el matrimonio gay. ¿Diría que es un país homófobo?
R.- Francia tiene una cosa buena que es la Revolución Francesa y otra mala que es lo mismo. Supuso una transformación tan radical no solo para el país sino para el resto del mundo que creo que al mismo tiempo ha sido como un tapón que ha impedido que haya más reformas. Da la impresión de que 250 años después aún no hemos sido capaces de superarlo del todo.

@juansarda