Image: Bergman, escenas de una vida convulsa

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Cine

Bergman, escenas de una vida convulsa

6 julio, 2018 02:00

Imagen familiar extraída del libro El universo de Ingmar Bergman

Un proyector de juguete y un teatro de títeres de papel, junto a la severa educación luterana impartida por su padre, marcaron la vida de Ingmar Bergman, que se entregó con igual frenesí al teatro, al cine y a las mujeres.

Ingmar Bergman (Upsala, 1918-Fårö, 2007) tenía claro ya desde niño que su futuro iba a estar relacionado con el cine y el teatro. Cuando su ricachona tía Anna Von Sydow le preguntaba a qué se iba a dedicar cuando fuera mayor, el pequeño Ingmar contestaba con una insensata seguridad en sí mismo que iba a ser director. Su tía ni siquiera sabía a qué se refería con ese término y le respondía si no querría decir más bien ingeniero. Ella tuvo, a pesar del desconocimiento en la materia, un papel fundamental en el desarrollo de sus inquietudes artísticas, ya que fue quién introdujo en la humilde morada de los Bergman el proyector de juguete con el que se inició en la técnica cinematográfica y quién, de vez en cuando, le daba algunas monedas para que ampliara el teatro de títeres de papel con el que deleitaba a los familiares o comprara obras de Strindberg.

Hijo de un pastor luterano y de una dominante madre de origen valón, Bergman fue educado en la represión del instinto, lo que le generó secuelas afectivas y espirituales. "Los castigos eran algo completamente natural, algo que jamás se cuestionaba", escribía en sus memorias. "A veces eran rápidos y sencillos como bofetadas y azotes en el trasero, pero podían adoptar formas muy sofisticadas, perfeccionadas a lo largo de generaciones". La relación con sus padres, y con el Dios en el que estos creían, bien podría justificar la aparición de los temas existencialistas en su obra.

En su época dorada, Bergman encadenó una obra maestra tras otra, creando una filmografía sin parangon en el cine

Tras licenciarse en Letras e Historia del Arte, Bergman compaginó durante toda su vida el cine y el teatro, aunque siempre manifestó su predilección por las artes escénicas. Completamente autodidacta, se convirtió con 26 años en el director más joven de un teatro sueco. Estuvo al frente del Teatro Municipal de Gotemburgo y del Municipal de Malmö antes de llegar a principios de los 60 al Teatro Dramático Real de Estocolmo, en donde conservó un despachó hasta el día de su muerte. Tan solo dirigió la institución durante tres años, pero la renovó por completo. Allí montó obras de Strindberg, Ibsen, Chéjov, Molière o Kafka...

En el cine debutó en 1944 brindándole a Alf Sjöberg el guion de Tortura, película que se alzó con la Palma de Oro de Cannes y en cuyo rodaje ejerció de script para familiarizarse con el oficio. Ese éxito le permitió arrancar una vasta filmografía compuesta por más de 40 películas y varias producciones televisivas. El reconocimiento internacional le llegaría en 1955 con Sonrisa de una noche de verano. Después vendría una época dorada, sin parangón en la historia del cine, en la que el director prácticamente encadenó una obra maestra con otra, ganando el Óscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa por El manantial de la doncella (1961), Como en un espejo (1962) y Fanny y Alexandre (1983), considerada su testamento fílmico.

Igual de prolífico fue en su vida amorosa. Contrajo matrimonio en cinco ocasiones y mantuvo apasionadas relaciones con las actrices Bibi Andersson y Liv Ullmann, a las que dirigió en Persona (1966). Algunas de sus decepciones sentimentales solo pudieron ser exorcizadas en guiones como el de Secretos de un matrimonio (1973), serie de televisión en la que abordaba la separación de su segunda mujer.

Tras rodar Saraband (2002), Bergman se retiró a la Isla de Farö, en la que vivió hasta el fin de sus días. Murió sin padecer ninguna enfermedad a los 89 años.

@JavierYusteTosi