Juan Cavestany: "Para viajar de verdad hay que estar dispuesto a abandonarse"
El director estrena 'Un efecto óptico', una parábola sobre la diferencia entre viajar y desplazarse protagonizada por Carmen Machi y Pepón Nieto
26 marzo, 2021 09:06En estos tiempos en los que añoramos viajar como nunca, Juan Cavestany (Madrid, 1967) nos propone en Un efecto óptico una parábola sobre la diferencia entre viajar y desplazarse. Creador personalísimo con un mundo propio, el creador ha destacado como autor teatral y guionista y director de cine. Ganador del premio Max al mejor autor teatral en castellano por Urdain en 2010, Cavestany ha construido su filmografía alrededor de la idea de la extrañeza. La extrañeza de ser uno mismo, de estar vivo y relacionarnos con otras personas tan perplejas como nosotros. Debutó con El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo (2004), en la que ofrecía una versión satírica y tierna de los pijos de los años 80, para proseguir con filmes como Gente de mala calidad (2008), sobre la precariedad de la amistad, Dispongo de barcos (2010), historia de un atraco perpetrado por varios inadaptados, la coral Gente en sitios (2015) o la bizarra Esa sensación (2016) en la que aborda la soledad contemporánea.
Película con tintes proféticos, Un efecto óptico es una nueva ración de ese mundo absurdo, desangelado, conmovedor y enrarecido de Cavestany. Los protagonistas son un matrimonio de cincuentones interpretados por Carmen Machi y Pepón Nieto que viajan a Nueva York desde Burgos para revitalizar su relación. Lo delirante del asunto es que se supone que están en Estados Unidos pero aparentemente no se han movido de su ciudad. Como si vivieran en una película que es un bucle infinito, Machi y Nieto se desesperan porque no entienden cómo es posible que no se hayan movido de sitio mientras su hija hace apariciones extrañas.
Pregunta. ¿Desde que ha empezado la pandemia vivimos todos en una película de Juan Cavestany?
Respuesta. Montamos la película cuando empezó el confinamiento y yo me preguntaba para qué hago estas cosas extrañas y pesadillescas. Teníamos la sensación de que habíamos hecho algo premonitorio al mostrar esa ciudad vacía que es como una fantasía. Estuvimos tentados de meter algo del virus pero quedaba forzado. La rodamos en noviembre de 2019 y es una película que yo tenía escrita desde hace muchos años con una historia más rebuscada. Ahora creo que es una historia extraña pero también un cuentito fácil aunque parezca una película abstracta y abierta.
P. ¿Cómo surge esa pareja de cincuentones de Burgos tan común?
R. Los personajes están diseñados de manera muy esquemática, casi no hablan y lo poco que dicen lo repiten todo el rato. Me interesaba hablar de esa edad, los cincuentaymuchos, que es un momento de una cierta invisibilidad porque no se han jubilado todavía. Hay una inercia de la pareja pero también son dos personas que intentan estar bien. Es una película amable aunque les cueste. A veces cuando hablo de las parejas me siento un impostor porque es un asunto del que sé poco, vivo solo y nunca he conseguido que mis relaciones perduren. Es lo que me imagino y lo que leo. En este caso, creo que se quieren y se necesitan pero sufren un desgaste por el paso del tiempo.
P. Vemos esa hija veinteañera que aparece en su subconsciente. ¿Los padres nunca pueden quitarse a sus hijos de la cabeza?
R. Esto es algo que he visto en mis amigos. Se van a Nueva York pero no se quitan el miedo ni la preocupación por lo que estarán haciendo sus hijos o dónde estarán. Cuando la hija deja de contestar sus mensajes y no la localizan les entra todo tipo de miedos. Esa preocupación interfiere en el propio viaje. Al final creo que es una fábula sobre dos viajeros que salen de la ciudad, deben enfrentarse con el bosque y regresar a casa. Está teñido de miedos muy elementales.
P. Se van a Nueva York pero es como si no hubieran salido nunca de su barrio. ¿Para viajar además de desplazarnos tenemos que abandonar mentalmente el lugar en el que estábamos?
R. A veces veía a los turistas en Madrid, con ese caminar cansado, saliendo a las ocho de la mañana del hotel que es una hora absurda quizá por el jet lag y me los imagino preguntándose ¿qué hago aquí? ¿Por qué he venido aquí? Yo he oído a una persona decir que Nueva York es como Burgos pero un poco más grande. Cuando viajas no solo verás cosas distintas por el hecho de estar en otro sitio. Si viajas sin mirar, sin ver, es como si no viajaras. Para que se produzca ese momento de transformación tienes que conectar y aprender a ver. Es como ese tipo que va a los museos y dice “esto lo hace mi hijo”. Es ese nivel.
P. ¿Podemos ser más infelices en un viaje porque se supone que tenemos que estar contentos?
R. Quiero transmitir esa sensación que uno tiene cuando viaja de ¿qué estoy haciendo aquí? Esta no es una película contra el turismo o contra los viajes como alguna vez me han dicho. No todos nuestros viajes están abocados al fracaso o la insatisfacción pero puede suceder. Yo viví en Nueva York un tiempo y luego he regresado varias veces buscando esa felicidad que una vez sentí. Después vi que volvía por inercia y me sentía muy vacío y lejos de las cosas que me importan. Me angustiaban los mismos problemas que en casa y además no puedes hacer nada porque te has ido.
P. ¿Al viajar corremos también el riesgo de solo acabar viendo lo que ya pensábamos que íbamos a ver buscando que la realidad confirme nuestra imagen mental previa del lugar?
R. Con Nueva York es algo que pasaba mucho, sobre todo antes cuando no lo estábamos viendo todo el día en la televisión y medios digitales. La gente iba a la ciudad con esa imagen mítica que había visto en las películas y se producía ese comprobar si estaba a la altura de las expectativas y de todas las películas que habías visto en pantalla grande que suceden en ella. También pasa cuando estamos todo el rato contrastando con lo que dice la guía. Eso es algo que Fernando Colomo ya explicó muy bien en La línea del cielo (1983). Por eso la película está ubicada en un tiempo indeterminado, hay móviles pero no tienen cámara y detalles antiguos como la televisión del hotel. Antes de Internet el viaje a Nueva York provocaba un shock mayor porque percibíamos las distancias como más grandes.
P. ¿Todos tendemos a entender lo distinto según patrones conocidos para domesticarlos?
R. La gente en general se fija poco en las cosas. Viajar es estar dispuesto a abandonarse, a conocer otra cosa. Cuando haces un viaje porque hay que hacerlo y te vas cuatro días puede surgir esa frustración. En la película vemos también algo que ahora pasa menos pero antes era muy habitual y es el “turista consumidor”. La gente iba a Nueva York a hacer compras con todo apuntado en una libreta. El botín de un viaje no tiene que ser las cosas que uno compra sino el aprendizaje y la liberación que surge del descubrimiento. Es algo que no solo pasa con los lugares nuevos que uno visita, también con las personas. Muy rápidamente te das cuenta de con quién puedes tener una conversación porque es raro encontrar a una persona que realmente es capaz de ver o escuchar al otro.
P. ¿Sentimos por tanto miedo a lo desconocido?
R. Todos hemos conocido alguna vez a ese turista que está buscando el cliché absoluto sobre el lugar que visita o lo compara todo el rato con su lugar de origen. Supongo que es una forma de protegerse contra lo desconocido, es como ese que ve un cuadro de Picasso y dice aquello de “esto lo hace mi hijo”. Parece que cuando destruyes algo deja de darte miedo. Yo recuerdo esa sensación de vértigo ante lo desconocido en un viaje a Marruecos. No quería estar y me daba miedo, fue un viaje horrible.
P. ¿Al final arrastramos nuestros miedos vayamos donde vayamos?
R. El conflicto de esta película es que no consiguen hacer el viaje, lo intentan pero no lo están haciendo porque se han quedado en Burgos. Los viajes pueden ser una mentira tremenda.