'Moonfall': Fíngelo hasta que te salga bien
Roland Emmerich vuelve a destruir el mundo en una película muy parecida a sus grandes éxitos como 'Independence Day' (1996) o 'El día de mañana' (2004). Es más de lo mismo, pero es muy divertida.
4 febrero, 2022 03:22Roland Emmerich (Sttutgart, Alemania, 1955) es ese hombre que para rematar sus estudios de cine en la escuela de dirección dirigió lo que él mismo consideraba "la primera película alemana de ciencia ficción”, titulada El principio del Arca de Noe (1984). Quedó claro desde entonces que lo suyo iban a ser las películas a gran escala y que Europa pronto se le quedaría pequeña. Rey de las taquillas, curiosamente Emmerich también ha gozado de cierto respeto de la crítica más exigente que ha visto en él a un autor de lo grandioso y la destrucción. Sin duda, si entendemos como “autor” a un cineasta con un universo reconocible y personalísimo, nadie puede disputarle esa categoría.
Una y otra vez, Emmerich se ha dedicado a destruir el mundo. “Fake it ‘til you make it”, dicen los anglosajones, “fíngelo hasta que te salga bien”, y esa parece ser la máxima de un cineasta que (casi) parece tener una sola obsesión y se dedica a abordar el mismo tema desde perspectivas muy distintas. Su primer gran éxito fue la célebre Independence Day (1996), película patriotera y “americanada” hasta la extenuación, icono de esos 90 en los que Fukuyama preconizaba el “fin de la historia”, buen rollo en la Casa Blanca de Clinton y prosperidad generalizada. Símbolo del cambio de era fue su secuela, muchos menos exitosa comercialmente, Independence Day: Contraataque (2016) en la que casi parecía burlarse de la solemnidad de aquella con una especie de parodia psicotrónica.
El fin del mundo, como tema, da mucho de sí. Puede ser un vehículo para un enaltecimiento de los valores occidentales, como en la película mencionada, o para una suerte de comedia sarcástica sobre la falta de humanidad de las élites como en su continuación. En 2014 (2004), el tono se vuelve más dramátic,o ya que la humanidad no se enfrenta a un peligro fantasioso como una invasión alienígena o un monstruo como Godzilla (al que dedicó una película muy divertida en 1998) sino a las consecuencias de sus propios actos contra la naturaleza. Con Moonfall, más de lo mismo, se recupera el Emmerich de los 90, ya que la amenaza de un elemento exterior como la propia luna resucita el espíritu de concordia y exaltación patriotera del director. Cabe decir que pocos artistas actuales se dedican a jalear con tanto entusiasmo la cultura occidental.
Hipérbole del blockbuster
Moonfall tiene algo de maravilloso en la forma en que lejos de renunciar a los clichés, los magnifica y los reivindica. Comienza con la caída a los infiernos de Brian Harper (Patrick Wilson), un astronauta con aires a lo John Wayne, que después de un accidente en el espacio en el que muere un compañero es acusado por la NASA de negligencia y es despedido. De la quema se salva la otra miembro de la tripulación, Jocinda (Halle Berry), quien le traiciona al mostrarse dudosa sobre su versión del accidente, que parece implicar algún tipo de intrusión alienígena. Muchos años después, el pobre astronauta está arruinado, su hijo se mete drogas y tiene problemas con la justicia, y tanto su carrera como su vida van al precipicio.
Para que no falte ningún tópico del blockbuster, el tercer vértice es KC (John Bradley), un tipo gordinflón que trabaja en una tienda de donuts que en realidad es un genio de la astronomía. Antes que nadie, descubre que la luna se está acercando misteriosamente a la tierra a velocidad de vértigo, cosa que provocará el consabido fin del mundo. Cuando trata de recabar ayuda del desdichado Harper para alertar a la NASA, por supuesto, al principio no le cree como no le cree nadie, hasta que el peligro inminente convierte a los marginados en visionarios y tienen su oportunidad para demostrar su heroísmo oculto.
En Moonfall no falta de nada: un alienígena maligno, naves espaciales, ciudades destruidas y grandes discursos. La explicación al por qué la luna quiere comerse la tierra acaba siendo complicadísima y retorcida, a la altura de Ron Hubbard, fundador de la Cienciología, pero al mismo tiempo posee un cierto encanto metafísico. En su falta de complejos y en su dominio de los mecanismos del cine espectáculo, Emmerich logra un filme trepidante y muy entretenido en el mejor sentido de la palabra.