'Lingui. Lazos sagrados', una fuerza redentora para el Chad
Mahamat-Saleh Haroun, uno de los directores africanos más reputados, continúa en la línea de su conocida 'Estación seca' e incorpora la lucha por la libertad de las mujeres
9 julio, 2022 02:56Desde que, en el año 2006, estrenara en el Festival de Venecia la magnífica Estación seca (Daratt), Mahamat-Saleh Haroun se ha ido consolidando como uno de los directores de origen africano más reputados del panorama contemporáneo. En aquella película estremecedora, el cineasta nacido en el Chad en 1961, y afincado en Francia desde 1982, exploraba la memoria doliente de su nación a partir de la historia de un joven de 16 años que perseguía al asesino de su padre, fallecido en la guerra civil.
Estación seca no solo sobresalía por la hondura de su drama familiar de resonancias históricas, sino que también desplegaba un poderoso dispositivo formal, centrado en la captura, en plano general, de la relación entre los personajes, el paisaje semirrural y la realidad social.
Abandono y ostracismo
Ahora, en Lingui. Lazos sagrados, Haroun retoma los ejes temáticos y estéticos de Estación seca –de la reflexión sobre los vínculos familiares a la confección de un realismo simbólico–, aunque incorpora un elemento novedoso en su filmografía: la exploración de la lucha por la libertad de las mujeres africanas.
Presentada en la Sección Oficial del Festival de Cannes de 2021, Lingui se centra en la relación entre una mujer chadiana de mediana edad, Amina (Achouackh Abakar Souleymane), que arrastra el estigma de ser madre soltera, y su hija de 15 años, Maria (Rihane Khalil Alio), quien junto a sus compañeras del Liceo Nacional parece otear un futuro esperanzador, ajeno a la tortuosa odisea de abandono y ostracismo sufrida por su madre. Sin embargo, la noticia de que Maria ha quedado embarazada, sumada a la negativa de la joven a desvelar la identidad del padre, perfila un escenario aciago: la tragedia familiar se perpetúa.
Así, sobre este drama intergeneracional, Haroun traza las vertientes del choque entre tradición y modernidad en la África actual, del empleo de la religión como forma de sometimiento patriarcal a la sed de emancipación de una juventud cosmopolita, pasando por una compleja realidad lingüística, en la que el idioma francés, una herencia colonial, se vincula al progreso, mientras que el árabe aparece asociado a costumbres ancestrales y, en ocasiones, retrógradas.
Entre las virtudes de Lingui, destaca la elegancia formal de la que hace gala Haroun, que desdobla la imagen de Amina y Maria gracias a la presencia de espejos en el interior de los planos, un gesto que parece hermanar a madre e hija con las heroínas trágicas de las películas de Douglas Sirk o R.W. Fassbinder.
Por el contrario, Haroun está a punto de caer en el tremendismo cuando, guiado por una vocación didáctica, decide abarrotar la trama con alusiones a terribles lacras sociales: la violación, el drama del aborto ilegal, la ablación. Por suerte, la mirada pudorosa del cineasta, alérgica al sensacionalismo, mantiene firme el rumbo moral de una película que celebra con determinación la fuerza redentora y trasformadora de la sororidad, entendida como piedra angular del empoderamiento femenino.