'El falsificador', elogio y refutación del delincuente
Kike Maíllo dirige un documental sobre Oswald Aulestia, un tipo manipulador y oscuro pero dotado de carisma, que está considerado el mayor falsificador de obras de arte de la historia
30 septiembre, 2022 10:42Dice Kike Maíllo que en El falsificador nunca sabemos cuándo el protagonista dice la verdad o miente. Con una indiscutible habilidad para salir airoso de las mayores tropelías, Oswald Aulestia se dedicó durante años (si no es que no lo sigue haciendo ahora como señala un policía estadounidense) a desarrollar por un lado su propia obra, una especie de pop con colores chillones, y por el otro a realizar reproducciones falsas de Miró, Picasso o Chagall. Nadie sabe cuántos dibujos, cuadros y litografías apócrifas vendió Aulestia en casas de subastas y a través de eBay, pero fueron miles.
Como dice el propio director, quien adquiere protagonismo en el documental, los falsificadores son personajes que a pesar de sus delitos nos fascinan. Y es cierto que El falsificador se ve con avidez ya que las andanzas de Aulestia, quien se jacta de haber sido un “pirata que se pasa el mundo por el forro”, son realmente “peliculeras”.
Lo más curioso en este caso, quizás, es que el artista no solo ha ganado una cantidad ingente de dinero engañando a la gente, también que ha pagado un precio penal muy escaso por ello. Se diría que ha logrado la cuadratura del círculo en el mundo criminal, robar a espuertas y salir casi ileso.
Hijo del escultor Salvador Aulestia, con cierto renombre durante los años del franquismo y popular en Italia, Oswald aprende el oficio con su propio padre, que define como un pirata como él mismo. Sin duda, uno de los momentos más graciosos y surrealistas de esta historia es cuando se larga con la mujer de su mecenas y los deja a todos empantanados en Venecia.
El flautista de Hamelin
No muy esbelto, calvo y más bien feote, Oswald es uno de esos tipos que pasan por guapos gracias a su indestructible confianza en sí mismos. Carismático y embaucador, Maíllo lo define como “narcisista”. El mayor misterio del documental, y lo que lo hace más interesante, es precisamente la duda moral que nos atosiga como espectadores. ¿merece un tipo siniestro un documental? ¿Ser encantador y carismático es suficiente para que alguien nos caiga simpático a pesar de sus crímenes?
Junto a un marchante italiano, la figura más trágica de esta historia, y un intermediario radicado en Estados Unidos, Aulestia construyó un verdadero imperio del crimen sumamente rentable porque cuadros que realizaba en poco tiempo le reportaban decenas de miles de dólares. El mismo explica que tal y como entraba el dinero salía y alardea de gastarse 10 mil por noche en Miami en sus buenos tiempos en putas y cocaína. A Aulestia le defienden todos, sus hermanos, su ex mujer, su hija y sus amigos. Como si fueran los niños del flautista de Hamelin rendidos por el poder embrujador de su música.
Quienes no estaban tan contentos, claro, eran los desdichados compradores de dibujos de Miró a 50 mil dólares cuando descubrían que los habían engañado. En Aulestia se mezclan la conciencia de las posibles consecuencias penales de sus actos con ese “narcisismo” del que habla Maíllo, en el fondo, se nota, está orgulloso y quiere que se le reconozca su asombrosa habilidad para copiar a los grandes maestros de la pintura y su astucia para forrarse.
Lo falso y lo autentico
Los timadores son personajes oscuros pero también resultan simpáticos porque actúan como un espejo, no solo de nuestros anhelos profundos de vivir una vida sin ataduras ni cortapisas, tambien porque suelen tomar ventaja de nuestras propias debilidades. En el timo perfecto, el timado es quien piensa que está consiguiendo un chollo y timando al otro. Hasta que se da cuenta, claro. Según Aulestia, muchos de los compradores de sus cuadros falsos nunca lo denunciarán porque les resulta más rentable mantener la ficción y venderlos, o lucirlos en las paredes, como auténticos.
Aulestia, sin embargo, como señala un Mosso d’Esquadra, no deja de ser, al fin y al cabo, un vulgar timador, un estafador. En su mítica Fraude (1973), Orson Welles utilizaba la figura del falsificador francés Elmyr de Hory para realizar una punzante reflexión sobre la propia autenticidad en el mundo del arte.
El genial director se preguntaba por la diferencia entre un imitador y el propio original, ¿no son todos los artistas unos cuentistas, unos creadores de ilusiones y ficciones? ¿Hay realmente alguna diferencia entre un cuadro de Picasso y una copia perfecta? Del mismo modo que algunas bandas o cantantes adaptan y modernizan viejos clásicos, ¿no hacen lo mismo esos falsificadores?
Todo lo que no es tradición es plagio, reza el aforismo. Sin embargo, estas preguntas, quizá aún hoy más pertinentes que en los años 70 en la era de los NFT y el reciclaje constante de la tradición, no interesan mucho a Maíllo, más centrado en la figura de ese Oswald que pasa de ser el hombre de las sombras a estar visiblemente entusiasmado con que rueden una película sobre él. Al final, te lo pasas bien, pero la duda permanece: ¿merecía este tipo un documental?