José Coronado en un momento de 'Cerrar los ojos'. Foto: Manolo Pavón

José Coronado en un momento de 'Cerrar los ojos'. Foto: Manolo Pavón

Cine

'Cerrar los ojos': la existencia (y el cine) entre brumas

La degradación de la memoria es un tema nuclear de la última película de Víctor Erice, una elegía en la que exorciza proyectos frustrados o pendientes.

29 septiembre, 2023 02:13

Hay películas que solo pueden recordarse desde el yo, y de las que por tanto uno se ve forzado a escribir en primera persona. Mis disculpas por ello. Cerrar los ojos es una de ellas, y trataré en estas líneas de poner en orden por qué es así y por qué su impacto no creo que pueda desvanecerse a no ser que lo haga mi memoria.

1. El Alzheimer está destruyendo a un familiar muy querido. A día de hoy, apenas recuerda las palabras con las que solía expresarse con tanta lucidez en la conversación. Sabemos que es una forma paulatina y cruel de marcharse del mundo cuando todavía estás en él. Puede hablar, pero no recuerda apenas su pasado, apenas sabe quién es. Ese familiar está inevitablemente asociado al cine. Me contagió gran parte de su pasión cuando yo era veinteañero. Me descubrió a Víctor Erice a través de El sur.

La degradación de la memoria es un tema nuclear en Cerrar los ojos. Lo es, lo ha sido, en toda la corta filmografía de Erice, que parece encontrar en este filme, realizado treinta años después de su último largometraje, El sol del membrillo (aunque en ese tránsito ha entregado piezas memorables como Alumbramiento, La Morte rouge o Vidros partidos), una suerte de culminación y cierre. No en vano, es una elegía en la que incluso exorciza proyectos frustrados o pendientes, como La promesa de Shanghai (con una película dentro de la película), la segunda parte de El sur o el cuento La muerte y la brújula de Borges.

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El actor desaparecido al que da vida José Coronado en Cerrar los ojos es reencontrado, treinta años después de esfumarse en mitad de un rodaje, cuando no tiene noción alguna de su identidad. No sabe que un día fue Julio Arenas. El Alzheimer le ha destruído pero sigue comunicándose con extraños que en realidad no son extraños.

Su paradero era un enigma que ha sido desvelado gracias a la emisión de un programa televisivo sobre casos sin resolver en el que participa el cineasta Miguel Garay (Manolo Solo), si queremos un alter-ego de Erice, que no ha vuelto a dirigir desde la desaparición de su actor y mejor amigo en aquel fatídico rodaje.

Una foto, la música y el cine son los medios por los que Garay, en busca de una suerte de redención en la mirada, tratará de despertar la conciencia dormida de Arenas, devolverle una parte de su identidad resquebrajada. La última vez que visité a mi querido familiar traté de hacerle recordar a través del cine. Más bien, a través de la música del cine.

La memoria cinéfila puede acaso desvelar misterios insondables. Regresó un brillo desaparecido en sus ojos cuando empezó a tararear esa música que no sabía de dónde venía, pero que la enfermedad no había podido aniquilar. En Cerrar los ojos comprendemos cómo la inserción o ausencia de un simple plano, una mirada, puede modificar el significado y la emoción de la película en ese proceso de reinstauración de la memoria. Un solo plano, una sola mirada. Eso es el cine.

2. Mi memoria cinéfila me lleva hasta los seis años de edad. Mi padre me puso Río Bravo y el cine entró en una nueva dimensión. Debe ser la película que más veces he visto. En mitad del filme de Howard Hawks, la trama y los personajes se toman un descanso. El tiempo se suspende en la narración, que da paso a la emocionante calidez musical de Dean Martin / Dude (voz), Ricky Nelson / Colorado (guitarra y voz) y Walter Brennan / Stumpy (armónica) interpretando My Rifle, My Pony and Me.

Por algún motivo, esa escena es un tótem de la cinefilia. Su aportación a la trama es nula (más allá de remarcar la camaradería de unos personajes enfrentados solos al peligro), pero es el momento que más se asocia con la película, acaso porque nos ha hecho estar, de forma inesperada, completamente dentro de ella.

En el ecuador de Cerrar los ojos, de modo en apariencia absolutamente gratuito, Erice reinterpreta esa escena. Miguel Garay y sus amigos nocturnos de Almería (territorio wéstern), donde vive retirado de todo, se arrancan al borde del mar con una ramplona interpretación del tema. Tras ese momento transicional, que quiebra la película en dos partes, surge una pista que permite localizar el paradero del actor. Comienza otra película.

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En su pesquisa, Garay se reencuentra con viejos conocidos. La amante que ambos compartieron (Soledad Villamil), la hija de Arenas (el regreso a la memoria de Ana Torrent, cincuenta años después de El espíritu de la colmena) y, sobre todo, el montador Max (Mario Pardo), que encarna, con su archivo doméstico de celuloides, su melancolía y escepticismo, la memoria del cine.

Hemos comprendido que Cerrar los ojos apela a la desaparición de un mundo y de las imágenes que lo atestiguan, así como, presuntamente, al final de una filmografía esencial de nuestro cine. La amnesia que nos envuelve en la placenta digital es la que se empeña en borrar el arte del siglo XX por excelencia. No es gratuito que las dos escenas de la película dentro de la película (las de aquel frustrado rodaje treinta años atrás) arranquen y clausuren Cerrar los ojos, y menos aún que Erice las haya rodado en 35mm.

El contraste de su densidad y puesta en escena con el resto del filme (que también escenifica formatos televisivos) tiene un sentido que trasciende las formas y transforma el discurso estético en un discurso ético. Tampoco parece banal que, en una película sobre la degradación y recuperación del pasado, sus cuatro momentos musicales proyecten semejante fragilidad física, como si las canciones que cantan siempre estuvieran a punto de quebrarse, de desaparecer.

3. Vi la película en brumas y destellos. Afectado de una conjuntivitis en remisión, mi vista no estaba recuperada del todo y los contornos se hacían borrosos. La niebla delante de mis ojos parecía conferir a las imágenes un sentido poético que trascendía la captura fotográfica de Valentín Álvarez.

La proyección cinematográfica siempre fue un ritual colectivo que sobrevive lacerado casi hasta su muerte. Pero el cine, nos recuerda Cerrar los ojos, seguirá siendo también, y sobre todo, algo extraordinariamente íntimo que apela a nuestra forma de estar en el mundo como individuos, de percibirlo y de sentirlo, a nuestra identidad.

Cerrar los ojos es la última película que vi en una sala de cine acompañado de una persona muy especial para mí, que ya no está en mi vida. Queda la memoria. Sus brumas.

Cerrar los ojos

Dirección: Víctor Erice.

Guion: Víctor Erice y Michel Gaztambide.

Intérpretes: Manolo Solo, José Coronado, Ana Torrent, Mario Pardo.

Año: 2023.

Estreno: 29 de septiembre