Víctor Erice posa en el 71.º Festival de Cine de San Sebastián, donde ha presentado 'Cerrar los ojos'. Foto: EFE/Javier Etxezarreta

Víctor Erice posa en el 71.º Festival de Cine de San Sebastián, donde ha presentado 'Cerrar los ojos'. Foto: EFE/Javier Etxezarreta

Cine

Víctor Erice presenta 'Cerrar los ojos': "La mayor vitalidad del cine se da en la periferia del sistema"

El Festival de San Sebastián ha proyectado su primer largometraje en 30 años antes de concederle esta noche el Premio Donostia.

29 septiembre, 2023 16:31

Hombre, cineasta y leyenda, Víctor Erice (Karrantza Harana, 1940) es nuestro J.D. Salinger y nuestro Orson Wells a la vez, el artista maldito y genial, el ser atormentado, brillante y un tanto oscuro aunque él dice no reconocerse en lo que se dice de él. Tras su presentación en Cannes en mayo, hoy se ha proyectado en el Festival de San Sebastián Cerrar los ojos, su primer largometraje en 30 años, con motivo del Premio Donostia al más distinguido de los cineastas vascos.

Es una película crepuscular que se niega a calificar de “testamentaria” porque el director ya tiene 83 años pero asegura seguir con ganas de crear. Casi tres horas de cine hermoso y profundo como es habitual en el autor de obras maestras como El sur (1983) o El espíritu de la colmena (1973), sobre un escritor y director de cine maduro (Manolo Solo) que habita en la semipobreza y no tiene más remedio que enfrentarse a la desaparición, veinte años atrás, de Julio Arenas (José Coronado), su actor fetiche y mejor amigo, en misteriosas circunstancias.

Para Erice, el arte es una forma de sanación, entre otras cosas, como ha dicho a la prensa con motivo de su Premio: “La sanación es una de las cualidades o virtudes de lo que se llamó arte en general. Lo podríamos circunscribir a esos libros, cuadros, músicas y películas que de repente irrumpen en nuestras vidas y de alguna manera nos modifican, después de pasar por esa experiencia nos sentimos distintos. Hemos crecido con el conocimiento, el arte como elemento sanador”. Sin embargo, afirma Erice, en el siglo XX sucedió la “muerte del arte”, aunque por suerte, no del artista.

José Coronado en 'Cerrar los ojos', de Víctor Erice. Foto: Manolo Pavón

José Coronado en 'Cerrar los ojos', de Víctor Erice. Foto: Manolo Pavón

Para ilustrar su tesis, ha traído el recuerdo del escultor y poeta Jorge de Oteiza: “Quiero reivindicar lo fundamental de uno de los más grandes artistas vascos. Oteiza era algo más que un artista, consideraba que el arte debía tener esa función sanadora que permitía ingresar en la ciudad y dedicarse a la enseñanza. Pasar del arte a la educación implica ese proceso de sanación. La mayoría de los grandes personajes vascos de la historia como nuestro gran descubridor de las Américas, Lope de Aguirre decía algo rotundo como que el arte debe morir para que el hombre viva”.  

Ante esa muerte del arte en el siglo pasado, el cineasta no quiere ser nostálgico pero tampoco ve el mundo actual con entusiasmo: “Sin arte como un proceso de sanación tampoco hay una educación que cumpla con una función social. Vemos que en el sistema de educación falta una pieza fundamental, el arte ha sido el elemento fundador de todas las culturas”.  

En Cerrar lo ojos, ambientada en el año 2012, confluyen muchas de las obsesiones vitales de Erice como la capacidad de la imagen cinematográfica para captar la verdad, el peso de la memoria del pasado o sus propias cuitas biográficas como su frustrada versión cinematográfica de El embrujo de Shangai.

Dice el propio Erice: “Lo que me ha llevado a hacer esta película es la más convencional de las necesidades, es una reproducción de la existencia. Para las gentes de mi generación, el cine en unos tiempos de miseria y falta de libertades, lograba que a través de las películas, aunque fuera por unas horas, pudiéramos ser ciudadanos del mundo. Nos permitió elegir a nuestros maestros, cineastas repartidos por todo el mundo que en esa época no tenían el Estatuto del Artista, eso era extraordinario. Creo mucho en la creatividad de un cineasta que no tiene la conciencia de estar haciendo arte. Nunca he tenido el arte como proyecto. Eso surge. Esa es la aventura de la creación”.  

En tiempos de cámaras en los móviles, redes sociales y plataformas, Erice valora así el panorama: “Del proyecto original de los hermanos Lumière solo queda hoy la sala cinematográfica. Las películas se producen y se realizan y se distribuyen de una manera completamente distinta. Estamos en otro mundo, el mundo del audiovisual y queda la sala como residuo. Lo que caracteriza a lo que yo llamo cine es que una verdadera película reclama la sala. Hoy sabemos que las grandes corporaciones tienen una tendencia a apoderarse las ventanas, televisión y tabletas o los móviles. Ha cambiado la experiencia de ver películas, ya no abandonamos por unas horas el cerco familiar para encontrar en la sala de cine una experiencia ciudadana compartida. El desarrollo tecnológico nos ha conducido a que el hecho de contemplar una película tenga lugar en la privacidad doméstica y no es lo mismo. Las fuerzas que dominan la economía del cine quieren que nos quedemos en nuestro rinconcito con nuestros artilugios. Yo recomiendo la experiencia pública”.  

Hombre, artista y mito, Erice “desconfía de la leyenda épica creada alrededor de su persona": "Como cineasta, es indudable que soy un elemento importante de la promoción y sirve ese relato épico, pero se cuentan las cosas de una manera en la que no me reconozco en absoluto. Está muy bien como elemento publicitario sugerir que hace 30 años que no hago una película (El sol del membrillo), pero no he parado mi actividad como cineasta. Videoinstalaciones como Piedra y cielo, para el Museo de Bellas Artes de Bilbao, o cortometrajes que he realizado fuera del marco audiovisual son cine, pero solo se contabilizan los largos. La mayor vitalidad de lo que pueda quedar del cine se da en la periferia del sistema. En este sentido, todo lo que se dice, toda esa retórica que se difunde en los mass media es falsa. No tengo como horizonte vital el museo de cera, la jubilación y un cementerio, pero ya lo dijo John Ford en El hombre que mató a Liberty Valance: lo que hay que imprimir es la leyenda”. 

Erice no cree que Cerrar los ojos trate sobre la memoria: “Más que el tema de la memoria, el descubrimiento del cine me hizo descubrir la historia, la Historia con mayúsculas. La primera película que yo vi era de romanos. Había una gran diferencia entre la pantalla y lo que sucedía en la realidad, no se prolongaba en las calles de la ciudad. En los años 40 era inevitable descubrir al mismo tiempo que el cine la Historia, el marco de lo social. Uno estaba en el gran teatro del Kursaal adaptado para el cine, y veía que había ciudadanos que iban al gallinero y otros al paraíso. Uno ya percibía la diferencia de las clases sociales”. 

Hace cincuenta años, Erice ya ganó la Concha de Oro por El espíritu de la colmena y recordó de esta manera la ocasión: “Lo que recuerdo de esa noche es que subimos a recoger la Concha el productor Elías Querejeta y yo. La mitad del cine pateaba y la otra mitad aplaudía, eso era un índice de su vitalidad. Fue una película hecha a contratiempo, para lo que eran las convenciones del cine en ese momento. No es lo mismo ver una película en el momento de su producción que verla cuando ya forma parte de la historia del cine y ya ha sido sancionada socialmente, ese instante donde hay esa relación directa entre la obra y el entorno solo se da en el descubrimiento primero, en el origen”.  

Con un nuevo filme bajo el brazo, el cineasta se resiste a creer que sea su despedida: “De las poquitas cosas que he podido leer de Cerrar los ojos está lo del carácter testamentario al que me resisto. No creo que sea nostálgica, para nada. Hace quince años que utilizo el video digital y las nuevas tecnologías por una cuestión económica, rodar en digital es mucho más barato que el fotoquímico. Tampoco hay nostalgia de los proyectores o las viejas salas, eso se ha ido, lo acepto como servidumbre del tiempo. Es evidente que hay un antes y un después del digital pero no tengo ninguna concepción fetichista ni del cine ni de la teoría. En los talleres de cine que imparto, cuando tengo contacto directo con los estudiantes en un acto de transmisión, trato de ponerles ante ese desafío. ¿Cuál es el soporte de la imagen que más ha permanecido en el tiempo? Ni digital ni fotoquímico, el óleo”.

Huyendo de discursos apocalípticos, ha añadido: “Yo siempre acostumbro a utilizar la frase de Gramsci: pesimismo de la inteligencia y optimismo de la bondad. Lo que modestamente trato de hacer es poner lo mejor de mí mismo”. 

De esta manera valoró el cineasta la intervención de lo contingente en su proceso de realización: “El azar es muy importante en la vida cotidiana, la intervención del azar también interviene en los dispositivos de un arte industrial del cine. El tiempo de un cineasta es un tiempo colectivo, que comparte con los otros; el pintor maneja el tiempo individualmente. El productor quiere condicionar el pacto con la realidad, las cosas están hechas de tal manera que se procura que el azar intervenga lo menos posible en la realización de una película, pero el azar contribuye a mejorar lo que uno ha escrito. Toda la realización de una película es un organismo vivo en todas las fases: guion, montaje, sonorización…”.  

Concluyó el director con un homenaje a distinguidos ganadores históricos del Premio Donostia: “He visto a Howard Hawks paseando por la parte vieja de Donosti. Lo que caracteriza gran parte de la experiencia del cine es asistir al duelo por los grandes maestros del cine. Por aquí han desfilado una buena parte de los grandes cineastas. El festival también los puso al alcance de nuestra mirada con retrospectivas dedicadas a la obra de esos grandísimos cineastas, no solo Howard Hawks, también otros como Alfred Hitchcock, Nicholas Ray o Luis Buñuel, padre fundador de nuestra cinematografía”.