Un 2023 entre maestros del cine, alumnos aventajados y el extraño fenómeno 'Barbenheimer'
- Directores normalmente pesimistas, como Moretti, Kaurismäki y Schrader, han entregado este año sus piezas más luminosas.
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Cineastas como Martin Scorsese, Steven Spielberg, Aki Kaurismäki, Víctor Erice, Paul Schrader o Nanni Moretti hace mucho tiempo que no tienen nada que demostrar. Son como instituciones que operan por encima de sus genialidades y leyendas.
Si algo nos ha mostrado el mejor cine de 2023 es que para ellos en concreto no hay lugar para el confort y la decadencia, y que ninguna clase de savia fresca puede suplir la experiencia y sensibilidad de los maestros para leer el cine que el mundo sigue necesitando. Y aún podríamos sumar otros grandes autores como Woody Allen (Un golpe de suerte) o Philippe Garrel (Le grand chariot).
Hay algo realmente estimulante y extraño en que directores proverbialmente afiliados al pesimismo hayan entregado este año sus piezas más luminosas. Propuestas como El sol de futuro (Moretti), Fallen Leaves (Kaurismäki) o El maestro jardinero (Schrader), todas ellas sobresalientes en sus intenciones y resultados, parecen balsámicas respuestas a un mundo sin remedio en unos tiempos sin demasiada cabida para un radiante porvenir. Hasta David Fincher con su expeditiva, pero brutalmente seductora, El asesino ha preferido mirar hacia la luz que extraviarse en la oscuridad.
Spielberg, el cineasta de la fantasía, ha estrenado un filme completamente atípico en su filmografía, un relato autobiográfico (Los Fabelman) que se ofrece como un conmovedor testimonio sobre los traumas familiares y los primeros pasos del cineasta que transformaría la industria con 28 años, mientras que Scorsese, ya octogenario, nos ha entregado su primer wéstern, Los asesinos de la luna, adentrándose de nuevo en las profundidades más sombrías de la historia de su país, pero mutando sus formas hacia un clasicismo que en ningún caso ha querido competir con los sofisticados artificios de sus obras más apreciadas.
Itsaso Arana, Elena Martín, Jaione Camborda, Laura Ferrés y Estibaliz Urresola vuelcan en sus películas el ímpetu de lo que se presupone inexplorado
Tomándole el relevo, el coreano Park Chan-wook realmente nos ha hecho caminar sobre el alambre de la percepción neurótica y la perturbación sensual con el noir enfermizo Decision to Leave, un elogio a la filigrana visual que no pasó desapercibido para el jurado de Cannes.
Ciertamente, la estratégica campaña del ‘Barbenheimer’ (Barbie + Oppenheimer) para fusionar en las pantallas el lanzamiento de dos filmes completamente opuestos convenció a un público cada vez más remolón para acudir a las salas, pero ni la fallida película de Greta Gerwig ni el ilustrado biopic de Christopher Nolan parecen haber convencido del todo, a pesar de sus números en taquilla, a una crítica que no se ha cegado con los destellos atómicos y de purpurina. Las buenas, en realidad, fueron esta vez sendas franquicias: Indiana Jones y el dial del destino y Misión: Imposible. Sentencia mortal. Parte Uno.
En cambio, un filme desplazado de la gran pantalla, estrenado en exclusiva en plataforma, contenía en sus entrañas todo el cine y la poesía que ninguna superproducción ha podido proporcionar. El italiano Pietro Marcello nos ha seducido con la maravillosa Scarlet, una relato romántico de época que no solo incide en el resurgimiento del cine italiano (no nos olvidemos de la sublime La quimera de Alice Rohrwacher, aún por estrenar), sino que su vocación feminista y naturaleza atemporal, incluso anacrónica, queda libre de todo oportunismo social.
Tres directoras han escalado a la cima de la votación de la crítica con sendas películas de muy distinta naturaleza, conectadas acaso por la imposibilidad de resolver su misterio.
Ahí está el mecanismo de relojería narrativa que pone en forma Justine Triet con Anatomía de una caída, devolviendo cierta fe en las posibilidades de un cine popular con plena conciencia de su autoría, mientras que la argentina Laura Citarella y su inagotable Trenque Lauquen hace de la propia noción del enigma y la fabulación desenfrenada su piedra roseta mediante el relato de una desaparición y sus investigaciones especulares.
Junto a las conquistas este año de sus compatriotas Rodrigo Moreno (Los delincuentes) y Lisandro Alonso (Eureka), han colocado el cine argentino en un lugar envidiable que pasa por hibridar con desfachatez toda suerte de géneros y tonos.
Por su parte, la británica Joanna Hogg, después de su impagable díptico The Souvenir, ha construido un percutiente cuento de fantasmas para embaucarnos en los laberintos atmosféricos de la ausencia y las relaciones materno-filiales.
Por primera vez en las votaciones de nuestros críticos, las mujeres detrás de las cámaras del mejor cine español son las mismas que el número de hombres. Con una singularidad, todas ellas con su primera o segunda película. Itsaso Arana, Elena Martín, Jaione Camborda, Laura Ferrés y Estibaliz Urresola vuelcan en sus películas el ímpetu de lo que se presupone inexplorado, especialmente Creatura (Quincena de Cannes), que se abisma en las perturbaciones del cuerpo y la sexualidad femeninas de un modo desafiante, impactante y sórdido.
A su vez, los hallazgos de 20.000 especies de abejas (Oso de Plata a Interpretación en Berlín), crónica familiar alrededor de la identidad de género infantil, entran en fértil conflicto con sus convenciones retóricas para ampliar el mapa de la diversidad.
Nacida también en la Incubadora de la ECAM, la impecable O Corno (Concha de Oro en San Sebastián) da forma a la resiliencia y sororidad femeninas con gran solvencia dramática, poniendo en escena la huida de una mujer hacia la inesperada maternidad, mientras que La imatge permanent (Espiga de Oro en Valladolid) construye con audacia una tragicomedia conceptual que anida en su interior una estimulante reflexión sobre las amnesias y vacíos de la imagen contemporánea.
Por su parte, la belleza de Las chicas están bien yace en su apuesta por la tradición del cine como arte grácil, lúdico y luminoso, bajo la fértil creatividad comunal de sus cinco actrices, que expresa su profundidad desde la ligereza, invocando los espíritus de Renoir, Rohmer y Rivette.
Tanto Manuel Martín Cuenca como Pablo Berger (Robot Dreams) suman piezas de relieve a sus admirables filmografías, que caminan no tanto en busca de un sello reconocible, sino hacia el compromiso de unos storytellers de raza que siempre parecen encontrar la forma más adecuada para las emociones que quieren despertar.
La pesquisa familiar de El amor de Andrea y la amistad en Robot Dreams nos conducen a relatos de afectos y desencantos fraternales, cuya precisión narrativa se hermana con el sleeper español del año, Upon Entry, un angustioso thriller en el control de emigración aeroportuaria de Estados Unidos que pone a prueba el pretendido amor de una pareja.
En manifiesto contraste, Lois Patiño explora en Samsara la sensorialidad mística de las imágenes, sonidos y silencios con un cine antiguion, entregado a la especificidad cinematográfica (y a su necesidad de experimentarla en una sala de cine) como una suerte de médium hacia la espiritualidad.
Por encima de todos ellos, de toda su diversidad, sus convenciones o su heterodoxia, incluso del poder curativo que pueda engendrar el cine, nos ha regalado este 2023 el cuarto largometraje de Víctor Erice. Su regreso a las pantallas, después de 30 años, con Cerrar los ojos, cose y culmina una filmografía atravesada por el hilo de la memoria, la vital y la cinematográfica, para recordarnos que allí donde haya un proyector de imágenes aún puede sobrevivir la poesía más encendida.