'Valle de sombras', una escalada a la épica luminosa con el Himalaya al fondo
El director Salvador Calvo y el guionista Alejandro Hernández cuajan un drama de superación personal con brochazos de aventura clásica y thriller de detectives.
12 enero, 2024 02:34El cineasta Salvador Calvo (Adú, 1898: Los últimos de Filipinas) y el guionista Alejandro Hernández (La hija, Mientras dure la guerra) llevan años perfeccionando la fórmula del periplo humanista, edificante pero complejo y épico pero personal. Su nueva colaboración, Valle de sombras, abraza la dureza del invierno sin por ello rechazar una narrativa amable, incluso luminosa. En fin, apta para el disfrute. Guiño el ojo a quienes vivieron La sociedad de la nieve como un traqueteo abrumador, necesario pero excesivo, y se preguntan si todo homenaje hay que sufrirlo, tanto, todo el rato.
Las “sombras” del título se alargan sobre Quique (Miguel Herrán), un simpático ombliguista empecinado en tener una aventurilla auténtica e inolvidable por el Himalaya, como padre modélico para su hijastro (Iván Renedo) y a pesar de las reticencias fundadísimas de su novia (Susana Abaitua), alerta por las desapariciones de turistas en la zona. Después de un ataque en la montaña, solo y amparado por la remota comunidad budista de Ki Gompa, Quique deberá rehacer sus principios para luego, quizás, emprender el viaje de vuelta a casa.
Este es un drama de superación personal con decorado de aventura clásica (y pizcas de exploitation y thriller de detectives), por lo que el regreso de nuestro Odiseo entre azules gigantes escarpados solo tendrá un final feliz si él aprende algo al respecto… Afortunadamente, hoy la urgencia del tema o el pudor por partir de una mirada puramente foránea (que es evidente) no nos enrocan en dilemas torpes, sobrantes.
Clara, algo didáctica, Valle de sombras juega con un reparto escaso y más o menos creíble pero sí digno de interés, como la monja himalaya que sabe hablar español, interpretada por Alexandra Masangkay, o el gurú local con rasgos de villano que da ritmo a ese largo segundo acto.
Eso sí, sus conflictos se resuelven rápido en beneficio de una narrativa briosa, con Quique por centro absoluto: para los vertiginosos planos en dron del exterior (la cámara sube, baja, no se detiene un segundo) y para los interiores oscuros, fotografiados con deleite por Álex Catalán (La isla mínima, Modelo 77).
['Lunana' pone a Bután en el mapa]
No sé si era lo deseable, pero por las ropas en bermejo oscuro dan ganas de viajar a la India. Enérgico, también Calvo cae en subrayados innecesarios y un poco de telefilme, como esas pesadillas traumáticas con monjes monstruosos o los zooms ralentizados a lo Wong Kar-wai… que van en sintonía con lo ñoño de algunas conversaciones deliberadamente monas o emotivas, masticadas con alevosía.
¿Sobrecarga de exotismo o de familiaridad? En todo caso, que ello no nos enturbie dos horas de película entretenidas, impactantes y sí, para todos los públicos.