Zhao Tao en 'Caught By The Tides', de Jia Zhang-ke

Zhao Tao en 'Caught By The Tides', de Jia Zhang-ke

Cine

Jia Zhang-ke, lo mejor del Festival de Cannes hasta el momento (aunque no se llevará ningún premio)

El cineasta chino hipnotiza con su película sobre los cambios de su país en el siglo XXI y Serébrennikov falla en su biopic del poeta y político Limónov.

20 mayo, 2024 18:49

Los intereses del maestro chino Jia Zhang-ke confluyen en la melancólica Caught By The Tides, que, más que un relato, nos propone un estado del alma. Su odisea a través del cine chino contemporáneo desde que debutó con el cambio de siglo adquiere un sentido épicamente íntimo en el regreso a la ciudad industrial de Datong, entre el documental y la ficción.

Su mujer y musa Zhao Tao interpreta a un personaje silencioso y siempre en movimiento, pues gran parte de la propuesta pasa por enmudecer a sus criaturas como expresión de la resignada postura de Zhang-ke ante las grandes transformaciones de su país, no precisamente para mejor, producidos en las dos últimas décadas. ¿Dónde quedó el sentimiento de celebración y esperanza nacional que se abría con el siglo XXI y la construcción de la pantagruélica Presa de las Tres Gargantas? ¿Cómo ha terminado esa generación atrapada entre el pasado colectivista y la apertura al mercado libre, entre el hermético comunismo y el capitalismo salvaje?

Aquel estallido lo filmó el cineasta en sus primeras películas, especialmente en Naturaleza muerta (2006), y con su nuevo trabajo, quizá lo mejor que se ha visto en la Sección Oficial (aunque no se llevará ningún premio, es demasiado velado todo, demasiado evocador para un jurado que no comprenda Caught By The Tides como una pieza más de una obra siempre en marcha), parece proponer a sus seguidores un regreso, una simulación, al trabajo de su vida hasta ahora, a un lugar al que seguramente no quiso nunca llegar.

Un momento de 'Caught By The Tides', de Jia Zhang-ke

Un momento de 'Caught By The Tides', de Jia Zhang-ke

A partir de personajes y metraje filmado para Unknown Pleasures (2002) –un filme también descubierto en Cannes–, y recuperando a la joven y hermosa Qiao-qiao, que también reaparecía en La ceniza es el blanco más puro (2018), la película es como la radiografía de un mundo desvanecido, por el que pareciera que han pasado dos siglos y no dos décadas.

Caught By The Tides, con sus personajes atrapados en las mareas y las sacudidas del tiempo, fusiona lo personal y lo profesional en el cineasta. Empieza con metraje documental de cantos y bailes en Datong, alrededor del año 2001, cuando China celebraba que sería sede de los Juegos Olímpicos de 2008.

El filme no explica casi nada, solo muestra, nos coloca en la zona de contrastes entre el pasado no tan remoto y el presente incierto, donde Qiao-qiao se reencuentra con el novio de hace veinte años para no decirse nada, apenas perseguirse por la ciudad y transmitir su resignación en gestos. La conexión humana es inexistente, casi la única forma de conexión se produce con un robot que trabaja en un supermercado.

Cuando la pandemia nace y golpea a la población, el viejo amante pregunta: “¿Cuánto hemos perdido? ¿Ha merecido la pena?”. No hay respuesta, solo la necesidad de correr, siempre hacia adelante. Un filme hipnótico, cuyas profundidades no se manifiestan ni son literales, emergen al compás del tiempo perdido, imposible de recuperar.

Limónov, un biopic artificioso

Aparte de su demostrado talento, lo cierto es que el ruso Kirill Serébrennikov, autor de la apreciable Leno y la magnífica La fiebre de Petrov, lo tenía todo para hacer una gran película: un personaje fascinante como Eduard Limónov, poeta y político ruso de vida extrema, disoluta y viajera; una novela impresionante escrita por Emmanuel Carrère (que tiene un cameo en la película), y todo el dinero necesario para una gran producción con grandes actores. Ben Wishaw, de hecho, se entrega al personaje con todo lo que tiene.

Ben Wishaw en 'Limonov: The Ballad', de Kirill Serébrennikov

Ben Wishaw en 'Limonov: The Ballad', de Kirill Serébrennikov

Probablemente el problema de Limonov: The Ballad es que su punto de arranque es del todo desacertado. ¿Filmar en inglés con acento y bajo postulados hollywoodenses la vida de un literato ruso, llevada a la novela por un gran cronista francés? ¿Cómo diantres se puede recitar en otro idioma o recrear la atmósfera cultural soviética desde esa premisa?

La artificiosidad impuesta se extiende a toda la propuesta, finalmente plana, sin fascinación alguna, regodeándose en los capítulos más pendencieros del personaje, obviando otros muy importantes y determinantes en su mutación de bohemio y revolucionario a activista y preso político. Toda la película, incluso con sus interesantes juegos gráficos con las texturas analógicas y los formatos audiovisuales (que no trascienden el gag visual), con la recreación del Nueva York setentero a ritmo de la Velvet, con el coraje y la determinación con las que Wishaw encarna a Limónov, se siente como una gran ocasión perdida, como un viaje al sumidero del olvido y la inanidad. Una verdadera lástima.