Caleb Landry Jones en 'Dogman'

Caleb Landry Jones en 'Dogman'

Cine

'Dogman': la primera película de género, por degenerada que sea, verdaderamente original del siglo XXI

Luc Besson estrena una suerte de hipermoderno poema visual y visionario, que se nutre de todo aquello que le ha obsesionado a lo largo de su carrera.

2 agosto, 2024 01:41

Quienes amamos el cine de Luc Besson (París, 1959), más allá de sus altibajos, sabíamos que tarde o temprano volvería a hacerlo.

Después de la decepción de Valerian y la ciudad de los mil planetas (2017), después de que con la muy apreciable Anna (2019) se limitara tan solo a poner al día su seminal Nikita (1990), el último gran autor del cine europeo comercial y de género ha vuelto a sublimar hasta el infinito y más allá su particular universo conceptual, estético y moral, con una de las pocas verdaderas obras maestras que nos han dado las pantallas del siglo XXI.

Dogman es una suerte de hipermoderno poema visual y visionario, que se nutre de todo aquello que ha obsesionado a su autor. Con increíble frescura, Besson nos planta delante una película-cómic que no necesita ningún cómic detrás para expresar con mayor fuerza que cualquier dramón de superhéroes la naturaleza esencialmente pop y popular de la idea de tebeo.

Todo ello sin que el humor, el glamour, el color o el barroquismo resten un ápice de fuerza a su poética romántica y emocional, dirigida a un público adulto capaz de percibir que no hay nada más profundo que la superficialidad, nada más serio que la frivolidad.

Historia de los orígenes de un superhéroe que es también al tiempo supervillano, dotado del más absurdo poder imaginable, Besson nos atrapa y seduce con su protagonista, un increíble Caleb Landry Jones que obviamente también ha seducido al director.

Nos sube a una montaña rusa que transita a la velocidad justa, ni tan rápida como para perder detalle ni tan lenta como para dar al espectador la oportunidad de distanciarse de lo que está viendo, atravesando territorios tan aparentemente distantes entre sí como el gótico americano, el melodrama social, el romance, el musical glam, la comedia de robo perfecto, el relato criminal y el cine de acción.

El universo de Dogman es tan irreal, está tan fuera del espacio y del tiempo convencionales como la Sin City de Frank Miller, el Gotham de Batman o la Central City de Spirit, sin acudir a ningún artificio fantástico. Pese a lo cual, su ambientación “realista” acaba resultando en una atmósfera netamente fantastique, por mucho que la acción transcurra en Estados Unidos.

Aventura tintinesca

Partiendo de Dickens, Faulkner y Disney, nos encontramos en territorio Fantomas, con el policía (en este caso la policía) que persigue implacable al enigmático criminal o justiciero, señor de los bajos fondos de la ciudad. Es el mundo de Gaston Leroux y sus antihéroes malditos de folletín desquiciado: Erik, el Fantasma de la Ópera y, sobre todo, Chéri-Bibi.

Dogman funciona como un collage de Max Ernst que recorta fragmentos y personajes de la mitología pop y pulp estadounidense, siempre fascinante para los intelectuales y artistas franceses adictos al noir, pegándolos de forma aparentemente caótica: la aventura tintinesca, la chanson française, el vodevil glam, las series austríacas de superperros, la ópera trágica, el realismo poético, Fassbinder…

Funcionando todo misteriosamente con suprema perfección, sorprendiendo a un espectador desacostumbrado a que el cine comercial le ofrezca la posibilidad del juego, la ironía, lo trágico, lo romántico y lo excesivo, todo a la vez.

Nada de esto sería igual de no ser por el increíble Landry Jones. Con su Douglas Munrow herido física, moral y emocionalmente por el pasado, que encuentra en los cánidos todo aquello que los hombres nos negamos, de género tan fluido como la película y misántropo, pero capaz de encontrar amor, redención y libertad en su vida como perro, Besson ha conseguido un nuevo personaje arquetípico.

Un antihéroe a la altura del Fred de Subway (1985), la Marie Clément de Nikita o el Léon Montana de El profesional (1994), que pasa a presidir su fascinante freakshow de tiernos y violentos desperados asociales y necesitados de afecto, tan románticos como maniáticos, sexualmente al borde de la perversión, un tanto nihilistas pero con su propio sentido de la dignidad y la justicia.

Emocionando en los momentos más artificiales y artificiosos, saltando de un género a otro, sorprendiendo con un ritmo asimétrico pero sostenido, desafiando todas las expectativas de un público mal acostumbrado a lo previsible, Dogman es la película inclusiva perfecta del siglo XXI, con su protagonista discapacitado, animalista, travestido, antisistema y anticapitalista. Eso sí, en las antípodas formales de la pretenciosa Joker (2019), difícilmente encajará con el modelo aceptado de cine social.

El problema de Dogman será encontrar un público que se deje arrastrar por algo tan raro hoy como una historia, un personaje y una poética cinematográfica diferentes, irreductibles a fórmulas simplistas. Demasiado divertida y frívola para ser “elevada”.

Quienes crean que la pomposidad de Villeneuve, Aster, Eggers o Nolan son sinónimo de profundidad huirán despavoridos, mientras quienes necesitan universos de ficción inteligibles, definidos y explicados, como los de Marvel o DC, se sentirán perdidos en este folletín surrealista que prima la estética, la emoción y el desvarío sobre cualquier lógica de guion. Pero Dogman es, probablemente, la primera película de género, por degenerada que sea, verdaderamente original del siglo XXI. Eso, hasta los perros lo saben.

Dogman

Dirección y guion: Luc Besson.

Intérpretes: Caleb Landry Jones, Jojo T. Gibbs, Christopher Denham,
Clemens Schick, Grace Palmas.

Año: 2023.

Estreno: 2 de agosto